Concierto de Luis Ramiro, ocho meses después

 

"All is pretty", dice la lámina de Andy Warhol que reina en el salón de la casa de Luis Ramiro. No es que haya estado en su casa, sólo de forma virtual, ya que el domingo seguí su concierto vía YouTube. Me gusta esa frase de Warhol, que creo que describe bien cómo concibe Luis Ramiro la música. Porque, efectivamente, los artistas encuentran belleza en todo, en cada pequeño objeto, mirada o escena de la vida cotidiana. Y de eso exactamente hablan sus canciones. El cine, la ciencia ficción, las pequeñas cosas del día a día, las redes sociales, el desamor... Todo cabe en las canciones del cantautor madrileño, del que he perdido la cuenta de las veces que he visto en concierto, aunque esta vez fue la primera de forma virtual. 

El último concierto al que fui antes de que la pandemia se lo llevara todo por delante fue el concierto de presentación de 2029, el último disco de Luis Ramiro, en la Joy Eslava. No podíamos imaginar entonces que sería el último, claro. Que 2020 nos privaría de muchas de las cosas que le dan sentido a la vida, como detener el tiempo en un concierto. Que echaríamos tanto de menos eso que dábamos por sentado, poder tener siempre un nuevo concierto en el horizonte, una nueva fecha marcada en el calendario, un nuevo motivo para sonreír a la vuelta de la página de la agenda. Todo se esfumó y no he vuelto a ir a ningún concierto presencial desde entonces. 

Sí he visto y escuchado canciones, claro. Más que nunca, diría. Y me ha reconfortado ver que tantos y tantos artistas han creado canciones en los últimos meses, aligerándonos la carga de confinamiento y la pandemia, poniendo palabras a lo que sentimos, permitiéndonos mantener la esperanza. Pero hasta ahora, lo confieso, me había negado a ver conciertos virtuales. Era una actitud de rebeldía algo infantil y estúpida. Me negaba a aceptar ese sucedáneo de lo que era la vida de antes. Como dice el refrán, creía que iba a ser peor el remedio que la enfermedad, que me pondría aún más melancólico ver un simulacro de concierto desde casa, ese quiero y no puedo, sin poder corear las canciones con desconocidos alrededor, ni saltar, ni gritar, sin poder hacer, en fin, todo lo que se hace en un concierto. De alguna manera, me negaba a aceptar esa realidad reducida a la pantalla, me rebelaba contra ello, confiaba en que fuera algo tan pasajero que no me diera casi tiempo a echar de menos las salas. 

La realidad, en fin, fue por otros derroteros y hoy resulta imposible saber cuándo podremos volver a sentir lo que sentimos aquella noche en la Joy Eslava o tantas otras noches en Libertad 8 o en la sala Galileo. Volveremos, por supuesto. Antes cuanto más responsables seamos todos, sin duda. Pero, mientras tanto, la música sigue sonando. Y menos mal. Disfruté muchísimo el concierto del domingo. De entrada, me encantó que Luis Ramiro diera las gracias después de cada canción, como si estuviéramos de verdad en una sala de conciertos, como si pudiera escuchar los aplausos desde su casa. Con una copa de vino blanco en lugar del clásico gintonic de las salas, y con la sola compañía de la guitarra, el piano y, claro, su voz y sus canciones, el autor de tantos grandes temas repasó canciones de casi todos sus discos, lo que nos permitió revivir las emociones de los buenos tiempos, cuando podíamos ir a conciertos, cuando éramos felices y no lo sabíamos. 

Comenzó con Te quiero y te odio, una de sus mejores canciones, también una de las más intensas y melancólicas, uno de los más precisos relatos de amor y desamor de su discografía. Entre las canciones de su último disco, esas que coreamos por primera vez en Joy Eslava hace ocho meses, interpretó Twin Peaks, La chica del perro, Delorean o Capitana, que interpretó ya en los bises, justo antes de terminar con la vitalidad de El tiovivo. Cuanto más voy escuchando las canciones de 2029, más convencido estoy de que varias de ellas están entre las mejores de Luis Ramiro, lo cual es mucho decir, porque es una máquina de escribir canciones, para él y para otros artistas. Como a Sabina en sus mejores tiempos, se le caen las canciones de los bolsillos. Quizá la mejor de las últimas sea Mentes siamesas, esa loca y deliciosa idea de poder curar los miedos del otro entrando en su cabeza. 

Como, siguiendo a Warhol, todo puede ser bello, todo lo es, Luis Ramiro recitó varios de sus poemas. Uno de ellos, un soneto dedicado al Ikea. Sí, al Ikea, donde los solteros ven pelearse a las parejas por las razones más peregrinas, donde el tiempo también se detiene, como en las salas de conciertos, sólo que por otras razones y con muy mal rollo. Siguieron sucediéndose muchas de sus mejores canciones, aunque siempre queda alguna pendiente, claro. No faltaron El café, Pandora, ni K.O. Boy, que hacía mucho que no cantaba según dijo. Al piano interpretó Mi último paisaje y Todo lo que nunca hice bien, y ya para los bises quedó mi preferida, Relocos y recuerdos, esa canción donde Buenos Aires (ay) y Madrid se encuentran, la que evoca noches de bares en La Latina, parques y museos, la vida de antes, en suma, la que volverá cuando venzamos al virus, la que celebran las canciones de Luis Ramiro. Mientras tanto, es un placer constatar que no están tan mal los conciertos virtuales. Hasta el próximo. 

Comentarios