El juicio de los siete de Chicago

 

Basta ver apenas unos minutos de El juicio de los siete de Chicago, esa extraordinaria introducción de los personajes, para constatar que asistimos a una película de Aaron Sorkin, es decir, a una gran película. Cualquier página al azar del guión de cualquier trabajo de Sorkin tiene más profundidad y lucidez que la inmensa mayoría del cine que se hace hoy en día. Los diálogos punzantes, a mil hora, uno detrás de otro, caracterizan la obra del director y guionista. En este filme, basado en hechos reales y con una considerable carga política, Sorkin se muestra en plena forma, ofreciendo un auténtico recital de su innegable talento. Aunque veremos en flashback momentos de las protestas que derivaron en el juicio al que alude el título del filme, el grueso de la historia transcurre en la sala de juicios, lo que le permite a Sorkin recrearse en la construcción de diálogos, su especialidad. 


No parece casual que Sorkin decida justo ahora, en el año 2020, el de las elecciones presidenciales de Estados Unidos en las que Trump opta a la reelección, recuperar la historia del juicio a los siete de Chicago, que en realidad fueron ocho al comienzo. Ocho activistas de distintas asociaciones contrarias a la guerra de Vietnam que se manifestaron en la convención del Partido Demócrata de 1968 en Chicago, y que fueron acusados de los disturbios que ocurrieron aquellos días. Fueron acusados de conspirar contra la seguridad nacional, nada menos, después de Richard Nixon llegara al poder. 

Eran tiempos de movimientos sociales, de lucha contra la guerra de Vietnam, de pacifismo, movimiento hippy y efervescencia reivindicativa. En la película se muestra con claridad cómo en aquel juicio se juzgaba algo más que los altercados sucedidos en Chicago. El filme, durísimo pero también con muchos momentos de humor y, desde luego, con constantes invitaciones a la reflexión, viaja al pasado para dialogar con el presente. Como siempre, aquí conviene una aclaración: la película debe ser juzgada por su calidad narrativa y nada más que por eso. El compromiso político y social es evidente, pero lo que importa de verdad es que se cuente una historia interesante del mejor modo posible y es algo que Sorkin logra con creces

La película, más allá de ser el enésimo intento de Netflix por ser aceptado en la mesa de los mayores en los Oscar y más allá de la intención política manifiesta de su director, es una brillante película de género judicial y social. Son muchos los aspectos interesantes del filme, donde casi todo funciona a la perfección, en el que es difícil encontrar pegas. Un reparto de campanillas se pone al servicio de la historia, sin afán excesivo de protagonismo por parte de ninguno de los intérpretes de la película. Eddie Redmayne, Sacha Baron Cohen,Mark Rylance, Frank Langella... Todos ellos rinden a un gran nivel.

Lo difícil que es enfrentarse a la poderosa maquinaria del Estado (de cualquier Estado), la independencia judicial (o su ausencia absoluta de independiente), las disputas en la izquierda sobre cómo conseguir sus objetivos políticos, la legitimidad o no de la violencia en las protestas sociales, la responsabilidad de los convocantes de una manifestación en los disturbios que puede derivar, el pacifismo, las distintas concepciones de patriotismo, el rechazo a otra mitad de la población sólo por pensar diferente, la polarización de la sociedad, los fallos del sistema, su limitada capacidad de tolerar la disidencia, el racismo, la desigualdad, la injusticia... De todo esto habla El juicio de los siete de Chicago. Lo hace narrando un juicio real ocurrido en 1969 en Estados Unidos, pero también mirando al presente. Uno no sabe qué le horroriza más, si que algo así pudiera suceder en Estados Unidos hace no tanto o que, salvando todas las distancias, algo de todo eso que ocurrió entonces esté pasando en cierta forma en el presente. 

Comentarios