El dilema de las redes

 

El documental El dilema de las redes, de Jeff Orlowski, estrenado recientemente por Netflix, tiene un indudable interés, incluso a pesar de ciertos aspectos del mismo que chirrían bastante. De entrada, el planteamiento es algo naif: ¡dios mío, las grandes empresas tecnológicas quieren ganar dinero, cuanto más, mejor!, viene a decirnos el documental en su comienzo. ¿Alguien lo dudaba? Se nos recuerda eso de que, si no pagas por un servicio en Internet, es porque tú eres el producto, que sabemos todos desde hace más de una década y no aporta gran novedad. 

El dilema de las redes se centra en entrevistas con exempleados de Twitter, Google, Facebook y otras grandes empresas tecnológicas. La mayoría de ellos tuvieron puestos relevantes en esas compañías y todos ellos, claro, están fuera ya de ellas y comparten una visión muy crítica sobre ellas. Es legítimo y esas opiniones están muy razonadas, sobre todo, en algunos casos, pero cuesta no ver en ellas cierta fe del converso. Nadie defiende con más ímpetu ser vegano que quien hace dos semanas se hinchaba a comer chuletones. Nadie abraza con más fuerza una fe religiosa que quien se acaba de convertir y hasta hace nada era ateo. Algo así se ve en estos exempleados de las grandes compañías tecnológicas que ayudaron a crear y de las que ahora están alejados y ven como una amenaza para la sociedad. 

Termino ya con lo que me chirría del documental y comienzo con lo que sí me convence, que es bastante. Precisamente por el hecho de que quienes llevan el peso del relato son exprofesionales de Google, Facebook y compañía, a veces adoptan un tono un tanto apocalíptico que puede ser contraproducente para lo que está contando. Me parece difícilmente cuestionable que tienen gran parte de razón en sus alertas sobre el impacto que están teniendo las redes sociales en nuestra sociedad, pero a veces se agradecería un tono menos alarmista. Por último, no deja de ser irónico que sea precisamente Netflix quien produzca un documental que avisa del gran riesgo de los algoritmos que en las redes sociales nos ofrecen contenidos de nuestro gusto para que sigamos horas y horas ahí, como si Netflix no supiera de qué están hablando con eso de la inteligencia artificial y los algoritmos. Ay. 

Y ahora, vamos con todo aquello en lo que el documental acierta, que creo que es bastante. A poco que los usuarios de las redes sociales nos paremos a pensarlo, resulta obvio que su funcionamiento está hecho pensando en mantenernos el máximo tiempo posible ahí: las notificaciones, el etiquetado en las fotos, los "me gusta", su evidente parecido con una máquina tragaperras... Sí, las redes estudian la psicología humana y buscan sacar partido de ello, generando en ocasiones peligrosas adicciones y daños psicológicos serios, sobre todo en los menores, porque de pronto su autoestima dependa de los "likes" de Instagram o de los mensajes privados de otras redes sociales. 

También parece incuestionable el rol protagonista de las redes sociales en el sectarismo político, la polarización y la inquietante división de la sociedad en dos mitades que no se escuchan entre sí. Podemos verlo fácilmente en España, es igual de obvio y peligroso en Estados Unidos. Un tercio de los votantes republicanos cree que el Partido Demócrata es una amenaza para el país, lo mismo que piensa uno de cuatro votantes demócratas del Partido Republicano. Hay dos mitades de la población que se crean sus burbujas en las redes y sólo siguen aquellas cuentas que les dan la razón, hasta que, de pronto, todo el mundo alrededor piensa como él, de tal forma que quienes piensen diferente no son personas que libremente han llegado a esa opinión, a quienes conviene escuchar y con quienes es sano debatir, sino que son peligrosos radicales. Y así estamos. Es evidente que las redes sociales, o el uso que hacemos de ellas, contribuye a ampliar esta polarización y esta creciente distancia entre ambas mitades de la sociedad. 

Hay un testimonio especialmente significativo en el documental, cuando uno de los participantes explica que vivimos en una sociedad en la que empieza a resultar imposible determinar cuál es la verdad, cuáles son los hechos, despojados de las opiniones de cada cual. Como es lógico, si tenemos a una sociedad dividida en dos que es incapaz ni siquiera de estar de acuerdo en saber qué nos pasa, seremos igualmente incapaces de afrontarlo y llegar a soluciones. Es exactamente lo que está ocurriendo con la gestión del coronavirus en España, donde mucha gente cree que el partido de enfrente es criminal y asesino y busca el mal de los ciudadanos, mientras que sus gobernantes están llenos de virtudes y salvan vidas a diario. Así es imposible razonar. No es una distopía lejana, ya estamos ahí y los algoritmos de las redes sociales, esos que nos muestran sólo lo que queremos ver, a personas que piensan como nosotros, aceleran esta inquietante tendencia. 

Como se refleja en el documental, si tú eres un conspiranoico, Facebook te sugerirá esa clase de contenidos, igual que si abrazas ideologías extremistas te conducirá a cuentas con ese discurso del odio. Es preocupante porque esa neutralidad de los gigantes tecnológicos, que podría interpretarse como un admirable compromiso con la libertad de expresión, cuando más bien es una forma de desentenderse de lo que ocurre en sus webs, porque no quieren imponer medidas de control suficiente para impedir la propagación de contenidos de odio, por ejemplo. 

El dilema de las redes, en fin, obliga a la reflexión sobre el uso que le damos a las redes sociales y sobre lo que las sociedades deberían exigir a estas empresas, igual que se exige a las televisiones no mostrar determinados contenidos en horario infantil, por ejemplo, o igual que se castiga la apología del terrorismo. En este documental se esfuma la poca inocencia que pudiera quedarnos sobre estas grandes compañías. Hay otro ejemplo contundente en el documental sobre esta construcción de realidades paralelas según nuestros prejuicios y nuestra ideología, sin posibilidad real de contrastar ideas y acercarnos a puntos de vista que no compartamos. Se cuenta cómo, en función del perfil de cada usuario, el texto predictivo del buscador de Google sugerirá una cosa o la contraria cuando se busque un término. El ejemplo que usan es el del cambio climático. Google le propondrá a algunos usuarios como primera respuesta que "el cambio climático es un invento", mientras que a otros les llevará a contenidos donde se explica que "el cambio climático es una amenaza". La realidad a la carta. 

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