Moria, el drama de la indiferencia

 

El campo de refugiados de Moria, en la isla griega de Lesbos, tenía capacidad para 2.800 personas pero en ellas vivían más de 12.000. La situación allí era dramática, insoportable e inaceptable ya antes de que un incendio devastara la semana pasada el campo, dejando a la intemperie a estos seres humanos, entre los que hay 4.000 menores. Estamos muy preocupados, y es lógico, por la crisis del coronavirus. Quizá por ello se ha hablado poco de esta tragedia, que nos apela directamente a todos y, desde luego, a la Unión Europea, la misma que recibió, ay, el Nobel de la Paz hace unos años. 

Precisamente la pandemia mundial que sufrimos agrava aún más la situación de estas personas, ya que malvivían el el campo de Moria antes del incendio y ahora no tienen ningún lugar para dormir ni contar con las más elementales condiciones de vida. No podemos mirar para otro lado. Lo haremos, claro. Como hacemos siempre, como llevamos años haciendo con el drama de los refugiados, esas personas que escapan de la miseria, la guerra y la penuria en sus países, en busca de una vida mejor, o simplemente en busca de sobrevivir. Cuando llegan a Europa se encuentran con la absoluta indiferencia, más pavorosa y dramática que cualquier incendio, más destructiva e insoportable que las llamas

La simple existencia de un campo de refugiados con capacidad para 2.800 personas que acoge a más de 12.000 es inaceptable. Esto no puede ocurrir nunca en ningún lugar del mundo, pero desde luego, mucho menos en la Unión Europea. Afirmamos, con palabras gruesas y discursos solemnes, que la UE comparte una serie de valores, que es el proyecto democrático más relevante de las últimas décadas. Y es verdad. Pero precisamente por eso no se puede tolerar que dentro de la UE ocurran situaciones tan injustas como la de estas personas que lo han perdido todo. El incendio, terrorífico, ha arrasado con todo, pero la política migratoria de la UE, la más elemental política humanitaria, estaba fallando ya antes, mucho antes. 

Como cuentan asociaciones como Acnur o Médicos Sin Fronteras, y algunos periodistas desplazados a la zona, la situación para estas personas es insostenible. Además del hecho de que han perdido lo más parecido a un hogar que tenían (y se parecía muy poco), algunos vecinos, así como miembros de la extrema derecha, están impidiendo el acceso a la zona con ayuda para estas personas desesperadas. Es criminal lo que están haciendo estos repugnantes racistas y es intolerable que las autoridades griegas y europeas no hagan nada para detener su odio asesino. 

Acnur explica que de los 4.000 niños que vivían en el campo, 407 no están acompañados. Además, 35 personas estaban en cuarentena en el campo tras haber dado positivo por coronavirus. Ahora su situación es dramática y sólo unas pocas ONG están haciendo algo para ayudarlas. La historia nos juzgará severamente por cómo estamos tratando a estos seres humanos que no tienen nada. La xenofobia abierta de algunos partidos políticos (uno de tres letras en España, por ejemplo) y la indiferencia de gran parte de la población ante el drama de los refugiados hablan mal de nuestra sociedad. 

Sí, todo es muy complejo. Sí, las políticas, los presupuestos, los discursos populistas, la desigualdad, las necesidades de muchas personas... Pero esto es una cuestión elemental de humanidad: no podemos dejar a 400 niños durmiendo en el aparcamiento de un supermercado. Si alguien no entiende esto, si alguien tiene cualquier reacción ante esta tragedia distinta a exigir a las autoridades que pongan medios para ayudar a estas personas es que estamos más enfermos de indiferencia de lo que pensábamos. La inacción no es una opción. Nunca lo fue. Ahora, mucho menos. 

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