Cándido

 

En estos tiempos no faltan quienes afrontan la pandemia con un aire pseudoespiritual, algo así como si fuera un mensaje que nos mandar algún dios, como si fuera una oportunidad que nos da la naturaleza. Ya saben, ese mensaje de que aprenderemos algo de esta crisis, que todo ocurre por algo en la vida, que las desgracias nos ayudan a crecer... Patrañas que eran comunes hace siglos, cuando ocurrían pestes o tragedias naturales como el terremoto que devastó Lisboa en 1755. Tampoco faltaron entonces quienes vieron un mensaje en aquel seísmo, quienes interpretaron que por algo pasó aquello, que todo tiene un sentido en el mundo. Contra este pensamiento demencial arremetió con contundencia, inteligencia, sátira y lucidez Voltaire en su obra Cándido, que es perfecta para estos días. 

El protagonista de la obra, no por casualidad llamado Cándido, tiene cerca a un filósofo Pangloss, que es de la opinión de que las desgracias tienen un sentido y todo sucede por algo. Pangloss es seguidor de Leibniz y su teoría de la armonía preestablecida, muy en boga en aquella época y, por lo que vemos en ciertas personas hoy en día, no del todo erradicada. Cándido admira a Pangloss y cree en todo lo que le dice, por lo que siempre plantea lo que le sucede con ese pensamiento de resignación y conformismo, como si las tragedias formaran parte de un plan superior. 

Cargado de ironía, Voltaire plantea una sucesión de desgracias para Cándido a lo largo del libro, con más hondura que extensión, ya que es una obra muy breve. Estos infortunios hace recelar al protagonista de su planteamiento inicial y le conducen a la conclusión de que “es precioso cultivar nuestro jardín”. Aprende Cándido, y con él el lector, que las desgracias son eso, desgracias, y que nada enriquecedor ni instructivo hay en ellas. La conclusión es que, ante tantas desdichas, lo sensato es intentar no hacer depender la felicidad propia de actitudes o cuestiones ajenas, desconfiar del destino y de las lecturas pseudoespirituales, para intentar hacer más llevadera la vida, trabajar para mejorar nuestra existencia, cultivar nuestro jardín.

La obra, ya digo, extraordinariamente oportuna para el momento que vivimos, tiene también otros atractivos que hablan de su modernidad. El autor pone en boca de uno de los personajes una concepción del teatro, que puede aplicarse a la literatura y a la cultura en general: “no basta incluir situaciones que se encuentran en las novelas y que siempre seducen a los espectadores, hace falta ser original sin caer en la extravagancia, a menudo sublime y siempre natural; conocer el corazón humano y hacerle hablar; ser gran poeta sin que jamás personaje alguno de la pieza parezca poeta; saber perfectamente la lengua y hablar con pureza, con armonía, sin que jamás el ritmo altere el sentido”. De nuevo con ironía, sin tomarse nada demasiado en serio, del mismo personaje que hace esa reflexión se cuenta que ha vendido un único ejemplar de su últimolibro. 

Otro de los personas con los que se encuentra Cándido en su travesía critica a autores clásicos como Cicerón y a Homero, entre otros. “Los tontos admiran todo en un autor estimable. Yo sólo leo para mí y no me place nada más que lo que es de mi gusto”, leemos. Es, en el fondo, un  personaje enfado con el mundo, un hater, diríamos ahora, que da pie a una extraordinaria reflexión, plenamente vigente hoy en día, ante cierta actitud esnob que pasa por despreciar aquello que los demás disfrutan y por dejar siempre muy claro todo lo que nos desagrada, especialmente si es algo alabado de forma mayoritaria. Al ver la actitud de este señor que critica lo que casi todo el mundo elogia, Cándido le pregunta a Martín, otro personaje que le acompaña en el libro, “¿no hay acaso placer en criticarlo todo, en hallar defectos en lo que los demás hombres creen ver belleza?”, a lo que Martín responde “¿vale decir que hay placer en no tener placer?”

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