La dictadura perfecta

Supongo que La dictadura perfecta, de Luis Estrada, despertó polémica en México cuando se estrenó en 2014. Ahora puede verse en Netflix la película, que toma prestadas las palabras que dijo Vargas Llosa sobre la maquinaria de poder del PRI en aquel país. Las referencias y los guiños a la actualidad mexicana que pueda tener el filme se nos escapan a los que no conocemos los detalles sobre su política, pero aun así es una película interesante, que invita a reflexionar, aunque sea a golpe de brochazos nada sutiles y carentes de matices, sobre la relación entre el poder y los medios de comunicación, y sobre la diferencia entre la realidad y la realidad construida. 


En el filme, el presidencia mexicano mete la pata con unas declaraciones en un acto público. No se habla de otra cosa en las redes sociales, así que el gobierno decide filtrar a la televisión un escándalo que afecta a un gobernador regional. Aunque sea del mismo partido que el presidente, le toca ser el conejillo de Indias, atraer la atención mediática para apagar el incendio presidencial. Y, en efecto, lo consiguen. Pero el gobernador, lejos de echarse a un lado, decide copiarle la idea al presidente. ¿Y si se gana el favor de la televisión, cuantiosa donación financiera mediante, para construirse la imagen de un gobernante serio y en quien confiar, tanto como para llegar a ser presidente? 

Dicho y hecho. La realidad y los escrúpulos dejan de importar en su camino hacia la presidencia. Lo importante es ofrecerle a la gente una buena historia, en la que él aparezca como un gran hombre, un salvador. La película, cuyo tono va de la comedia a la sátira política más descarnada, deja en muy mal lugar a la política, claro, pero peor aún a los medios de comunicación. Se presenta en el filme una sociedad que cree de forma acrítica todo lo que aparece en la televisión, que no lee demasiado, o más bien nada, la prensa escrita, y cuyas indignaciones están más dirigidas y son menos libres de lo que pueden pensar. 

A veces, ya digo, da brochazos demasiado gruesos. Pero, aceptando ese tono hiperbólico y exagerado, la película acierta a reflexionar sobre una cuestión siempre peliaguda, en México y en todas partes: la relación entre el poder y los medios de comunicación, la influencia enorme de los medios, sobre todo de las televisiones, para amplificar o acallar determinados climas de opinión. La agenda lo es todo, recuerdo haber estudiado en la facultad de Periodismo. Quién controla la agenda, es decir, quién y cómo decide que se hable de algo, quién decide poner el foco en determinados escándalos que de forma muy oportuna y nada casual le quita atención a otros escándalos. La conclusión que sacamos al ver la película es que ojalá haya más ficción e invención que realidad en su trama, porque en este caso cualquier parecido con la realidad que no sea mera coincidencia sería francamente alarmante. 

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