La labor de ACNUR contra el coronavirus

Cuando se decretó el confinamiento y todos tuvimos que quedarnos en casa fue inevitable, y descorazonador, pensar en todas las personas que no tienen casa donde resguardarse de la pandemia, que no tienen casi nada. Hablamos aquí entonces de los refugiados, de la situación dramática a la que se enfrentaban, al riesgo inmenso que suponía la entrada del Covid-19 en alguno de tantos campos de refugiados y desplazados donde sobreviven millones de personas. ACNUR, la Agencia de la ONU para los refugiados, reaccionó rápido y ha contribuido con su enorme labor a contener el riesgo del coronavirus para estas personas. Su labor, siempre necesaria, ha ayudado sin duda a salvar muchas vidas, por su respuesta contundente a este riesgo sanitario, que se sumó a tantos otros riesgos que afrontan las personas que buscan una nueva vida fuera de su hogar. 


ACNUR tiene la buena costumbre de dar cuenta de sus acciones y de informar de forma periódica a sus socios de las novedades y las distintas campañas que lleva a cabo. Este mes, claro, todas las informaciones de su revista giran en torno a la crisis del coronavirus y su impacto en los 46 millones de personas desplazadas y 26 millones de personas refugiadas en el mundo. 

Esta agencia de la ONU ha redoblado los esfuerzos para que los suministros y medicamentos puedan seguir llegando a los campos de refugiados pese al cierre masivo de fronteras, que lo ha dificultado mucho. Matilde Fernández Sanz, que se despide como presidenta del Comité español de ACNUR, relata ese trabajo extraordinario de la agencia en todo el mundo para mitigar el impacto del coronavirus e intentar mantener esta amenaza lo más alejada posible de las personas refugiadas y desplazadas. 

Según cuenta ACNUR, han distribuido seis toneladas de equipos de protección individual (EPI) y suministros médicos, 6,4 millones de mascarillas, 850.000 batas quirúrgicas, 3.600 concentradores de oxígeno y han canalizado 30 millones de dólares en ayudas económicas en 65 países. Estremece pensar lo que el coronavirus podría haber causado en los campos de refugiados y desplazados como el de Cox's Bazar, en Bangladesh, donde hay 860.000 refugiados rohingya, si ACNUR no hubiera actuado de un modo tan enérgico y con semejante capacidad de reacción. 

Pero la crisis del coronavirus no es sólo sanitaria, ya que también tiene una vertiente económica preocupante. ACNUR aporta datos que así lo corroboran, como una encuesta realizada entre refugiados en Líbano en la que concluyen que más de la mitad de esas personas han perdido su fuente de ingresos a causa del coronavirus y el 70% tiene que saltarse comidas. También es preocupante el impacto en los colegios y el aumento de la violencia machista. Para terminar, un dato: 30 millones de personas refugiadas y desplazadas dependen de la cadena de suministros de alimentos para sobrevivir, una cadena que se ha visto muy afectada por la crisis del coronavirus. Por todas estas razones es tan importante no olvidarnos de quienes están mucho peor que nosotros en estas circunstancias, porque hay personas en el mundo para las que el confinamiento no ha supuesto una leve alteración de su vida cotidiana, sino una hecatombe que amenaza su propia vida. Por eso es tan valiosa la labor de ACNUR. 

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