El cuento de las comadrejas

Hay una escena de El cuento de las comadrejas, la última película de Juan José Campanella, en el que sus protagonistas debaten, con una buena carga de ironía de la que no falta en todo el filme, sobre qué es importante en una película, qué es lo que de verdad le da valor a una historia. Un buen guión, claro. Pero, ¿qué es de él sin un buen director? ¿Y acaso no lo puede estropear una mala interpretación? La cinta, que tiene constantes referencias al propio cine, cuenta con todos esos factores que hacen falta para que un filme llegue al espectador. Por descontando, un guión chispeante. Sin duda, un enorme director. Y, por supuesto, un elenco de intérpretes excepcionales, sobre todo los más veteranos, pero también los jóvenes que le dan la réplica.
El cuento de las comadrejas tiene todo eso y, además, es una de esas películas difíciles de calificar, con sus dosis de drama, de comedia, de cinismo, de ironía, de sátira social, de humor negro, de melancolía y de misterio. Todo concentrado y con un resultado más que satisfactorio. El punto de partida es bien sencillo: en la casa de una estrella de la interpretación retirada, a quien da vida una inmensa Graciela Borges, viven su marido, el director y el guionista de sus películas, a quienes dan vida Luis Brandoni, Óscar Martínez y Marcos Mundstock, tan sublimes como acostumbran.

Los cuatro viven felices en esa mansión, que preside un Oscar ganado por la actriz hace décadas. Felices significa, en este caso, entre reproches, disputas y dardos envenenados. Todo cambia cuando llegan a la casa dos jóvenes, interpretados también con buen nivel por Nicolás Francella y Clara Lago. Aparentemente, se han extraviado camino de una importante reunión y necesitan entrar en la casa para hacer una llamada. Pero, naturalmente, nada es lo que parece y se desencadena una historia que permite reflexionar sobre el mundo actual y su funcionamiento. 

Hay sátira social en la película, que es un remake de una cinta anterior, porque se contrapone la visión del mundo de los veteranos artistas del cine que no le piden a la vida ya más que disfrutar de sus pasiones, aficiones y recuerdos en su hogar, y el mundo ambicioso que lo hace todo por dinero y que vive ansioso por crecer y crecer, que representan los dos jóvenes que entran en contacto con ellos. Hay constantes referencias al cine y al propio oficio de contar historias. A las moralejas. A lo que tiene el cine de verdad, de espejo de la sociedad. Y también hay, por supuesto, mucha vanidad, melancolía y cinismo. Toneladas de ellas. Hay, en definitiva, mucha humanidad en todos los personajes, sobre todo en los que viven en la casa. 

El cuento de las comadrejas es una historia difícil de calificar, como decimos, lo cual suele ser uno de los mayores elogios que se le puede dar a una película. Es una historia con personalidad propia, en la que lo más acertado es el tono que le imprime Campanella a la historia, que tiene al espectador durante todo el metraje medio confundido, con los ojos bien abiertos ante lo que sucede en la pantalla. Entre otras muchas cosas, el director de El secreto de sus ojos, firma aquí un hermoso homenaje a una cierta manera de entender el cine, artesanal, encantadora, que no debería perderse. Me perdí la película cuando se estrenó en las salas el año pasado, pero ahora la he podido disfrutar en Movistar. 129 minutos del confinamiento que pasaron muy rápido disfrutando de esta historia. Campanella siempre es una buena idea, también en el teatro, por cierto, que recuerdo con emoción su Parque Lezama

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