Refugiados, vuelve el drama que nunca se fue

Ahora que no se habla de otra cosa del coronavirus, parece que nos viene especialmente mal a todos que se nos muestre el drama de los refugiados. Pero sigue ahí. Personas que escapan de sus países sin nada en busca de una vida mejor, o de una vida a secas, que se enfrentan con la falta de sensibilidad y responsabilidad de las autoridades, con el racismo y el rechazo de parte de la población europea y con la indiferencia generalizada. El drama sigue ahí, nunca desapareció, porque lo que desapareció fue sólo nuestra atención por esta crisis humanitaria.


La decisión de Turquía de abrir su frontera con Grecia para el paso de miles de seres humanos indefensos, que no son aceptados en el país heleno, y que incluso son reprimidos con violencia, ha devuelto el foco mediático al drama de los refugiados. Lo hace, además, mostrando su peor cara, la del oportunismo político, la de la repugnante actitud de quienes, como Erdogan, pero no sólo, tratan a estas personas como peones en un tablero de juego, como armas arrojadizas para presionar a sus adversarios políticos. El último episodio de la crisis de los refugiados muestra muchas caras y todas ellas malas, porque enseñan lo peor del ser humano.

Erdogan utiliza a estas personas para presionar a la Unión Europea. Echa en cara a los países europeos que no están cumpliendo el acuerdo firmado en 2016, por el que la UE externalizaba la atención a los refugiados a cambio de 6.000 millones de euros. Un acuerdo que no dejó en buen lugar a la UE, capaz de comerciar con un drama humanitario, de quitárselo de en medio por dinero, como si alejando el problema de sus fronteras consiguiera que el problema desapareciera, como si cerrando los ojos se esfumara el drama de esas gentes. Y, sobre todo, como si Turquía fuera un país fiable.

Ahora, Erdogan acusa a los países de la UE de apoyar a las milicias kurdas en la interminable guerra siria. Su forma de presionar es utilizar a seres humanos indefensos que no tienen nada, abrir una frontera que sabe que al otro lado no se abrirá. No le importa lo más mínimo la vida de estas personas. Es de una vileza y de una falta de humanidad atroz, aunque en Europa no podemos dar demasiadas lecciones, porque en parte este problema tiene su origen en un acuerdo vergonzoso.

En el otro lado de la frontera lo que se encuentran estos seres humanos es el rechazo, la represión, el odio. Se encuentran con extremistas xenófobos que atacan a ONG, con partidos radicales que azuzan el odio al extranjero, con una sociedad que le da la espada al sufrimiento de esas personas. Porque lo dramático de esta crisis es la actitud de Erdogan, claro, pero no sólo, ni muchísimo menos. Erdogan con su falta de humanidad muestra las costuras de la UE, su falta de una política común en esta cuestión, sus tensiones, sus movimientos xenófobos en ebullición, su incapacidad de articular un sistema de atención a estas personas.

Es muy doloroso que Turquía actué así, pero no lo es menos que lo que se encuentre esta actitud en la UE sea semejante división. Hay unión política aparente, claro, pero de fondo está el crecimiento desaforado de fuerzas políticas de extrema derecha que centran su discurso en el rechazo al diferente, en el más execrable racismo. Y ante ello, la falta de un discurso humanista que anteponga el respeto de los Derechos Humanos a todo lo demás y que combata de forma efectiva la toxicidad xenófoba, que se expande con tanta facilidad por Europa. Nos jugamos nuestra propia identidad como europeos, los principios más elementales de la UE, en esta cuestión. Y no vamos bien.

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