Hogar

No es justo comparar películas, porque cada una tiene su historia y sus circunstancias, pero a veces resulta inevitable. Al ver Hogar, de Àlex y David Pastor, estrenada el pasado viernes por Netflix, pienso inevitablemente en El autor, de Manuel Martín Cuenca. Por lo obvio, ya que comparten actor protagonista, un siempre inmenso Javier Gutiérrez que se maneja a la perfección en todo tipo de registros. Y también porque ambas cintas comparten un tono turbio, como de atmósfera concentrada. En ambas películas, el protagonista está insatisfecho con su vida y está dispuesto a manipular la de los demás en su propio beneficio, sin importarle las fronteras que cruza. 


En El autor, basada en un relato de Javier Cercas, lo que empuja al protagonista a entrometerse en la vida de los demás son sus ansias de convertirse en un escritor de calidad, que cuente historias potentes en sus novelas. Decide intervenir en la realidad para construir historias que relatar, sin entrar a valorar los efectos en los demás de sus acciones. En Hogar, sin embargo, lo que conduce al protagonista a una espiral peligrosa es una mezcla entre frustración personal, rencor, envidia e incapacidad de afrontar un momento delicado de su vida

Javier es un afamado publicista que ha perdido el empleo y no consigue encontrar trabajo, lo que le obliga a abandonar su casa en un barrio residencial de Barcelona con unas impresionantes vistas sobre la ciudad por un pisito mucho más modesto en un barrio humilde. Javier, resentido, dolido, decepcionado, cada vez más iracundo por verse despreciado por el mundo laboral y frustrado como profesional y como personal, conserva un juego de llaves de su antigua casa. Lo que sigue es más o menos fácil de predecir. Se obsesiona con la vida que llevan los nuevos inquilinos de ese hogar que ya no es el suyo, sino el de una pareja joven y aparentemente feliz, a quienes interpretan Mario Casas y Bruna Cusí. 

La trama avanza por sendas turbias, cada vez más inquietantes, y lo hace sin que el espectador pierda el interés por lo que ocurre en la pantalla en ningún momento. A ello contribuye el ritmo propio del género y unas magníficas interpretaciones de todo el elenco. Javier Gutiérrez está tan impecable como siempre, ya lo dije más arriba, y lo mismo cabe decir de Bruna Cusí. Me llama especialmente la atención, para bien, Mario Casas, que da vida a un personaje complejo del que vamos sabiendo más a medida que transcurre la acción. Pero la trama resulta algo previsible. Superado el primer momento de intriga y confusión, la película se va deshilachando, porque va quedando demasiado claro lo que sucederá. El primer tramo del filme es más redondo que su parte final. 

La película es, desde luego, entretenida, y no le faltan virtudes, pero no es redonda. Y aquí es donde vuelven las injustas y siempre subjetivas comparaciones. No tiene Hogar la hondura y la precisión de El autor. No tiene su sutileza, no es tan febril ni tan fascinante, pero en sus mejores momentos sí es lo suficientemente perturbadora e inquietante como para animar a verla. En estos días sin estrenos en el cine, sin cines abiertos por culpa del coronavirus, bienvenidos sean los estrenos en plataformas como el de la cinta de los hermanos Pastos. 

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