Sinónimos

Irregular, atípica, extraña, ambigua, oscura, confusa, excesiva, reflexiva... A veces, cuanto más nos cuesta definir algo, más palabras empleamos para intentarlo. Es lo que le pasa al protagonista de Sinónimos, la película de Navad Lapid, con su país, Israel, y es lo que nos pasa a muchos espectadores con este filme. ¿Como describir una película tan anómala? ¿Cómo decir, incluso, qué nos ha parecido, si no tenemos una idea demasiado clara de lo que hemos visto, como para saber qué pensamos de ello?



No tengo claro ni lo que pienso de la película ni lo que quería contar exactamente el director, pero esa confusión no es necesariamente mala. El filme comienza con la llegada de Yoav (interpretado por un más que solvente Tom Mercier) a París. Huye de Israel, de todo lo que tiene que ver con su país, empezando por el hebreo. Quiere ser francés y, necesariamente, eso pasa por hablar francés, por aferrarse a un diccionario de su idioma de adopción, para encontrar sinónimos con los que criticar a su país, del que reniega, para recrearse en la pronunciación de cada término, en cada sílaba, en cada pequeño detalle. 

Yoav se encuentra con una burguesa pareja de artistas: Caroline (Louise Chevillotte), que es música, y Emile (Quentin Dolmaire), que es escritor, o quiere serlo. La relación entre los tres, extraña, muy ambigua, es uno de los puntos fuertes del filme, que transita a lo largo de sus más de dos horas de metraje (que no se hace largo en absoluto) en un juego de espejos, en los que se entremezcla la historia íntima del protagonista con sus intentos por dejar atrás su país e integrarse en Francia. 

Entre medias, planos rodados con la cámara al hombre, escenas sin aparente sentido, tomas de cámara imposibles... Una historia extraña, sí, extrañísima, que es sobre todo muy irregular, pero que regala momentos de lucidez al lado de otros mucho menos elaborados, como alguna que otra metáfora facilona, como la desnudez del protagonista simbolizando su soledad y la ausencia total de recursos y hasta de ropa, o una puerta cerrada, que es más que una puerta y flanquea mucho más que un piso. 

El filme, que cuenta con ayudas públicas de Francia e Israel, reflexiona sobre ambos países y a ninguno lo deja del todo en buen lugar. Porque pronto Yoav descubrirá que no es tan sencillo alejarse de su país y, sobre todo, no es nada fácil integrarse en un nuevo país. Como pieza clave, el francés, los idiomas como algo íntimo, como una elección, como una forma de sentirse y de autodefinirse, de elegir su camino. Eso y la importancia de las historias que contamos y nos contamos, de las ficciones que nos permiten seguir adelante. En el fondo, ¿qué mayor ficción existe que los países, el concepto mismo de Francia o Israel? Una película irregular y confusa por momentos, pero también provocadora y valiosa. Una rareza, en el sentido bueno y en el menos bueno del término. 

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