Música, armonía y belleza para empezar el 2020

Cada uno de enero somos muchos los que decimos que no hay mejor manera de empezar el año que escuchando el concierto de la Filarmónica de Viena, pero no es una frase hecha ni una forma de aferrarse a una tradición por el mejor hecho de serla, es que de verdad no encontramos, ni queremos encontrar, mejor manera de comenzar un año que ésta. ¿Cómo podría haberla? Todo, empezando por la majestuosa decoración de la Sala Dorada de la Musikverein de Viena, con 30.000 flores, y siguiendo por todo lo demás, es sublime. De año en año cambian el programa del concierto, su director, el documental del intermedio y las coreografías del ballet de la Ópera de Viena, pero se mantiene la emoción del concierto, su armonía exquisita, su deliciosa manera de demostrar lo lejos que puede llegar la belleza creada por el ser humano.


El concierto de este año era especial por muchas razones, ya que hizo guiños a varias eferméridas importantes. Para empezar, ayer se alcanzaron las 80 ediciones del concierto, que nació en 1939, pero no se pudo celebrar en 1940. En torno a 55 millones de personas siguen por televisión en todo el mundo este recital, que ayer dirigió Andris Nelsons. No soy ni mucho menos un experto y no puedo dar opiniones muy técnicas, pero la dirección del letón en el concierto de ayer me pareció fascinante. Dirigió en algunos momentos con los ojos cerrados, extasiado, como levitando, dejándose llevar por la música, incluso bailando en algún momento. Todos esos millones de espectadores del concierto disfrutamos ayer de lo lindo, pero intuyo que nadie disfrutó tanto como Nelsons. 

Lo mismo que del director se puede decir de los componentes de la Filarmónica. Es una menudencia entre tantos aspectos que se pueden destacar del concierto, pero cada año me encantan los planos televisivos en los que se ven las caras de los músicos, esa mezcla entre concentración máxima y máxima satisfacción, de enorme responsabilidad y de gozo absoluto. Es maravilloso ver a tantas personas juntas creando algo tan hermoso. La realización televisiva, un año más fue impecable, como lo fue el documental del descanso, dedicado al 250 aniversario del nacimiento de Beethoven, con imágenes en las que se veía una Viena luminosa y deslumbrante

Hablando de televisión, en España volvimos a disfrutar con los comentarios de Martín Llade. No debe de ser fácil juntar tanto conocimiento con esa capacidad didáctica tan valiosa y necesaria. Cada comentario suyo aportaba algo. Irónico y divertido, Martín Llade se despidió animando a leer a Pérez Galdós en este 2020 en el que se cumplen 100 años de su muerte,  a disfrutar de la música y también comprarla, porque "los músicos no viven del aire" y, ya puestos, a desmelenarse un poco porque, al fin y al cabo, estamos en los años 20. Inmenso Martín Llade. 

El concierto, que comenzó con la obertura de Los vagabundos, de Carl Michael Ziehrer, para dar paso después al vals Saludos de amor, de Josef Strauss, dedicado al primer centenario del Festival de Salzburgo, que en televisión se ilustró con bellas imágenes de la ciudad. Después continuó el ritmo endiablado de la Marcha Liechtenstein, de Josef Strauss, y dos piezas de Johann Strauss hijo, la polca Fiesta de las flores y el vals Donde florecen los limoneros. La primera parte terminó con la polca rápida De golpe y porrazo, de Eduard Strauss, frenético desde el comienzo. 

Tras el intervalo, el concierto se retomó con la obertura de Caballería ligera, de Franz von Suppé, magnífica, con pausas y cambios de ritmo constantes, como si la melodía muriera y renaciera a cada paso. Tras la polca francesa Cupido, de Joseff Strauss, fue el turno de ¡Abrazaos, millones!, de Johann Strauss hijo, la primera de las dos piezas que bailó el Ballet Nacional de Viena, con coreografía del español José Carlos Martínez. Una coreografía sensacional, más clásica, que tuvo el contraminto poco después con las contradanzas número 1, 2, 3, 7, 8 y 10 de Beethoven, un hermoso homenaje al compositor, que toma las calles vienesas como escenario para una coreografía delicada y luminosa. 

Antes del cierre clásico, ya fuera de programa,  del vals En el bello Danubio Azul, de Johan Strauss hijo, y la Marcha Radetzky, de Johann Strauss padre (con un nuevo arreglo), se escucharon la polca mazurca Flor de escarcha, de Eduard Strauss; Gavota, de Josef Hellmesberger Jr; Galope del Postillón, de Hans Christian Lumbye, en la que el director interpretó parte de la melodía con una trompeta; el vals Disfrutad de la vida, que fue compuesto para la inauguración del  Musikverein hace 150 años; la polca rápida Tritsch Tratsch, que Johann Strauss hijo dedicó a quienes chismorreaban sobre su posible relación extramatrimonial; y Dinamos, de Johan Strauss. Fue un concierto bellísimo, vitalista y alegre, que un año más animó a empezar el año con armonía, viendo a un grupo de personas juntas, colaborando entre sí, construyendo algo muy valioso, embelleciendo el mundo. 

¡Feliz 2020!

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