La muerte y otras sorpresas

Los relatos que componen La muerte y otras sorpresas, de Mario Benedetti, ofrecen el deleite de la mejor literatura. Son un magnífico ejemplo de cómo los relatos sirven con frecuencia como campo de experimentación para los escritores, como territorio fértil para la imaginación. La esencia literaria en frasco pequeño. Estos relatos del escritor uruguayo, a los que llego demasiado tarde, reúnen la ternura, la ironía y un estilo bellísimo, plagado de lirismo. Es una obra tan sugerente como se deduce de su título. 19 historias cortas, 19 universos, en los que hay amor, muerte, misterio, humor y muchos encuentros casuales. 


Comienza el libro con La muerte, en la que Mariano acude a la consulta de Octavio, médico y amigo, que le cuenta la peor de las noticias. Hay un pasaje especialmente hermoso y delicado, en el que el protagonista expone lo que perdería si no escapa a la muerte. En ese caso quedaría "sin los hijos, sin la mujer, sin la amante. Pero también sin el sol, este sol; sin esas nubes flacas, esmirriadas, a tono con el país; sin esos pobres, avergonzados, legítimos restos de la Pasiva; sin la rutina (bendita, querida, dulce, afrodisíaca, abrigada, perfecta rutina) de la Caja Núm.3 y sus arqueos y sus largamente buscadas pero siempre halladas diferencias; sin su minuciosa lectura del diario en el café, junto al gran ventanal de Andes; sin su cruce de bromas con el mozo; sin los vértigos dulzones que sobrevienen al mirar el mar y sobre todo al mirar al cielo; sin esta gente apurada, feliz porque no sabe nada de sí misma, que corre a mentirse, a asegurar su butaca en la eternidad o a comentar el encantador heroísmo de los otros; sin el descanso como bálsamo; sin los libros como borrachera; sin el alcohol como resorte; sin el sueño como muerte; sin la vida como vigilia; sin la vida, simplemente". Simplemente. Es la página 16 del libro (en la edición de Alfaguara de 2010 y ya ha valido la pena abrirlo

Aunque en todo libro de relatos el interés de las distintas narraciones es, por pura lógica, desigual, en las 150 páginas de esta obra no decae en ningún momento el vértigo de la buena literatura, la capacidad de sorprender al lector. En El altillo, por ejemplo, conocemos la historia de un chico que siempre quiso tener un altillo, desde niño, para escapar, no sabe bien de quién. Un chaval que se sabe la tabla del nueve, pero que lo oculta, porque hay que tener secretos en la vida. Es muy tierno Réquiem con tostadas, en las que el hijo de un hombre borracho que maltrata a su mujer se encuentra con el amante de ella, para agradecerle que le dé una vida mejor, porque "ella se merecía que la quisieran". 

Reseñaría cada uno de los 19 relatos, pero destacaré sólo alguno de ellos. Por ejemplo, Todos los días son domingo, de nuevo con la muerte a vueltas, en el que Antonio, el protagonista, lleva cuatro meses sin su esposa fallecida. Recuerda la relación que tenían ambos, cómo no solían compartir muchas palabras, pero se tenían el uno al otro. "Una cosa es estar callado y saberla a ella enfrente, callada, y otra muy distinta estar callado frente a la pared. O frente a su retrato", leemos. 

También ha perdido a su mujer el protagonista de Datos para el viudo.Un día, se presenta en su casa un hombre que conoció a su mujer. Del relato extraemos la conclusión de que nunca llegamos a conocer a nadie de verdad y también hallamos dos hermosas descripciones. Una, sobre la mujer amada, de la que el protagonista dice: "Los labios se le movían casi imperceptiblemente, como si pronunciaran ideas en lugar de palabras". La otra, sobre los libros de su biblioteca, de los que leemos: “siempre que llegaba de la oficina, con el olor de la calle aplastado en la ropa, en el rostro, en las manos, como si fuese el único enemigo del mundo, acorralado, sediento, incapaz de soportar un solo bandazo más de la humanidad, entonces la simple presencia inerte de esos libros, de esos mundos posibles acechando a su vuelta, bastaba para calmarlo, para hacerle olvidar la penuria del día”. 

El humor también tiene hueco en este libro. Es transversal en todos los relatos, pero está más marcado en alguno, como por ejemplo en El fin de la disnea, en el que se nos presenta a un Montevideo que cuenta con el récord latinoamericano de asmáticos. "El asma está la única enfermedad que requiere un estilo, y hasta podría decirse una vocación". El protagonista está decepcionado porque no le diagnostican como asmático, porque lo suyo, le dicen, son sólo “fenómenos asmatiformes”, hasta que un médico que apenas sabe hablar español y no puede pronunciar la palabra asmartifoide le diagnostica cono asmático. “Casi lo abrazo”, exclama. Todo se va al garete cuando se inventa un medicamento que cura el asma. 

Hay relatos con reflexiones de fondo, como el miedo a mostrarnos tal cual somos, en El Otro Yo, cuyo protagonista, Armando, es “corriente en todo, menos en una cosa: tenía otro yo”. El otro yo era sensible y se emocionaba con los atardeceres y la música de Mozart, que a Armando le provoca sueño. El cambiazo, en el que se entrelazan las historias de un coronel que tortura a un preso y una joven que admira a un cantante que pide en televisión ideas para cambiar verso a verso una canción, tiene un final inesperado y muy potente, igual que Miss Amnesia, un angustioso bucle de olvidos. También es muy interesante Acaso irreparable. Uno de los relatos más extraños del libro, es decir, uno de los más valiosos es Péndulo, donde leemos “la sonrisa entre lágrimas, esa suerte de arcoíris facial”. Termina el libro con uno de los relatos más redondos, de nuevo con el amor y el paso del tiempo como protagonistas. En Cinco años de vida, Raúl, un joven escritor uruguayo que vive en París, se ve encerrado accidentalmente en una estación de Metro con Mirta. Nada es lo que parece, claro, y el final sorprende, tanto como atrapa la narración de éste y los otros 18 relatos de La muerte y otra sorpresas

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