El "speed watching" como síntoma de nuestro tiempo

La primera vez que oí hablar del speed watching, como de tantas otras cosas, fue en La Cultureta, y, como tantas otras cosas, aluciné, sólo que esta vez para mal. Esta práctica, de la que ahora se vuelve a hablar porque Netflix ha empezado a ofrecérsela a algunos usuarios, consiste en ver las series o las películas a más velocidad de lo habitual. Lo suficiente como para entender los diálogos, aunque sea a costa de arruinar las interpretaciones, los silencios narrativos y el ritmo que los creadores de esas ficciones han decidido otorgarles. No seré yo quien adopte un discurso apocalíptico sobre las plataformas, porque carece de sentido y, como ocurre siempre con los discursos de brocha gorda, se olvida de las ventajas que también tienen Netflix y compañía, que haberlas, haylas. Tampoco quiero caer en eso tan manido de criticar lo que no entiendo. Sólo me limitaré, pues, a decir por qué no lo entiendo en absoluto. 


Creo que esto que se conoce como speed watching es bastante revelador de nuestro tiempo. Empezando, claro, por el anglicismo de turno. Ni una práctica o costumbre tiene ya el suficiente atractivo, al parecer, si no se dice en inglés. Empezando por ahí, sí, y siguiendo por todo lo demás. ¿Qué buscan exactamente las personas que aceleran las series para verlas más rápido? ¿A esas personas les gusta de verdad la serie que destrozan de esa manera? ¿No se supone que ver una serie es algo que se hace para disfrutar, no un trámite que superar lo más rápido posible? 

Da la sensación de que ver las series a una velocidad mayor de la que han sido rodadas es una forma de estar al tanto de esta gigantesca burbuja, la que te lleva a tener una lista de decenas de series imprescindibles y poco menos que históricas, auténticas obras maestras, cada semana. Es literalmente imposible que sea así (¿dónde estaban todos esos genios hace unos años?), pero todos contribuimos en mayor o menor medida a alimentar esa burbuja. No sé si algún día se habló en la máquina de café o en los bares de la última novela de este o aquel autor, pero está claro que ahora los temas de conversación, en firme competencia incluso con el omnipresente fútbol, son las series. Series, series y más series. Series por todos lados. 

Ante tal saturación por tierra, mar y aire, parece poco menos que obligado estar al tanto de todas las series de moda, aunque sean demasiadas para una vida, aunque sea imposible ver una mínima parte de ellas. Supongo que una parte de los usuarios que ven las series a más velocidad lo hacen para poder estar al día, pero, claro, sin estarlo en absoluto, porque dudo que puedan apreciar esas magnas obras maestras acelerando su reproducción a 1,5. También puede ocurrir justo lo contrario, que las series que vean a esa velocidad sean lamentables, de esas series que uno reconoce que son malas, pero que no quiere dejar de ver. Tampoco me convence del todo en este caso: si las quieres ver, por muy placer culpable que sean, velas, entrégate a ellas sin remordimientos, o póntelas de fondo. Y si te parecen malas de solemnidad, quizá tienes algo mejor que hacer, no sé, leer un libro, dar un paseo por el parque o, ya a lo loco, hablar con tus amigos o tu pareja. 

El speed wathching es un síntoma de nuestro tiempo por algo más. La capacidad de concentración ante tantos estímulos procedentes de las pantallas no hace más que reducirse. Hoy una película de dos horas y media nos parece larga sí o sí, independientemente de que la historia lo requiera. Películas consideradas obras maestras son insoportables para el espectador medio de hoy, que las tilda de lentas, de soporíferas, de aburridas. El silencio no se valora como el factor relevante que es tantas veces para contar una historia. Tampoco el ritmo pausado que algunas tramas requieren. Ahora queremos que todo sea rápido, que nos dé estímulos instantáneos, porque si no tenemos muchos tuits, o vídeos graciosos por redes sociales o estados de Instagram que ver. Estamos perdiendo la capacidad de concentrarnos, de entregarnos sin  más a una lectura o a una película, sin ningún otro plan en las siguientes dos horas. 

Da la sensación de que hay una especie de obligación social de estar a la última, de conocer cada serie de moda. ¿Qué aporta eso exactamente? ¿Queremos ver todas esas series porque son buenas o para decir que las hemos visto? En el fondo, el speed wathcing se asemeja bastante a la era selfie en la que vivimos (otro anglicismo, no falla): nos hacemos la foto para que quede constancia de que hemos estado allí, de lo bien que lo estamos pasando. Importa más la foto que la experiencia, igual que importa más decir que se ha visto no sé qué obra maestra del último cuarto de hora que disfrutarla en sí. Vivimos en una sociedad tan acelerada, tanto, que hasta tenemos que ver las series a 1,5 para poder estar al día. Qué estrés más innecesario, ¿no?

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