Mierda de música

Un año después de publicar en España Música de mierda, el sugerente ensayo en el que Carl Wilson decidió afrontar sus prejuicios acercándose a la música de Céline Dion que tanto despreciaba, la editorial Blackie Books decidió continuar el debate abierto con aquel libro editando Mierda de música. El subtítulo de esta secuela deja claro su enfoque: "un debate sobre el clasismo, amor, odio y buen gusto en la música pop". El libro, que reúne las opiniones sobre esta atractiva cuestión de doce autores, tiene dos grandes virtudes: el tono confesional que adoptan algunos de ellos, confesando sus "placeres culpables", y la variedad de enfoques de los doce textos. Hay algunos críticos con Carl Wilson, el ensayo que dio lugar a este debate, y otros lo elogian. El libro cumple el objetivo: prolongar aquel debate, que igual que el libro inicial de Wilson, interesa a todo aquel que se haga preguntas sobre los prejuicios y sobre qué determina nuestros gustos musicales y culturales. 


Hay varias aportaciones especialmente valiosas. Destaca especialmente la de Marta Sanz, quien siempre abre infinitas posibilidades con lo que escribe, cuya prosa es chispeante y estimulante. Aquí no decepciona, en un texto en el que mezcla el destape con las razones por las que escribe crítica, sus opiniones sobre el clasismo cultural y la erudición ("el conocimiento nunca estorba y no debemos pedir perdón por él"), un análisis de la canción Corazón contento y hasta la confesión de que le gusta alguna canción de Chenoa (ojalá Cuando tú vas). 

También aporta un atractivo punto de vista a este debate Nacho Vegas, quien reflexiona sobre la despolitización de la música indie y de cómo, según él la entiende, la música, como cualquier otra representación artística, debe tener un componente de compromiso. También pone ejemplos patrios que sirvan como espejos al fenómeno de Céline Dion, que tiene una legión de seguidores, pero a la que la critica destroza. Habla, por ejemplo, de Camela y los prejuicios que arrastra el grupo. Javier Blánquez se queda con otro exponente de los placeres culpables, Enya. El final de su texto es grandioso, cuando habla de la película Frozen y afirma que "puestos a confesar placeres inconfensables, el tema principal, Let it go, es de esos que cantaríamos cada mañana en la ducha, y que transmite el consejo más diáfano para indecisos de la expresión pública de gustos impopulares: simplemente, pasa de todo y déjalos que fluyan. 

César Rendueles se remonta a Platón y sus críticas a la democracia para concluir que "llevamos 25 siglos discutiendo de Céline Dion". Él es de los autores de esta obra colectiva que más concuerda con las tesis de Pierre Bourdieu, que también comparte Carl Wilson en su ensayo. Rendueles escribe que "allí donde más autónomos nos sentimos, donde tenemos la sensación de estar expresando nuestra subjetividad sin cortapisas, resulta que acabamos pensando y deseando exactamente lo mismo que quienes tienen nuestra misma renta, recursos educativos y red de relaciones sociales. Marina Garcés comparte la autocrítica de Wilson ante cierto clasismo cultureta, pero con muchos matices, ya que en su opinión, "el problema de las posiciones como las que plantea Música de mierda empieza, para mí, cuando la autocrítica va asociada, por un lado, a un sentimiento de arrepentimiento y al descubrimiento, por otro, de lo democrático y lo popular. Resulta que nuestro pecado es no haber estado con el pueblo". 

Rodrigo Fresán reivindica la figura de Raphael, que aparece en la portada como álter ego patrio de Céline Dion, y por quien siento una gran admiración, por cierto; Sergio del Molino  rememora con más ironía que nostalgia su pasado rockero de chupa de cuero; Raquel Peláez critica a Sabina (¡anatema!), pero lo absuelve en el contexto de un viaje a Cuba con amigas; Paul B. Preciado aporta una refrescante visión retrospectiva de los locales para lesbianas en los años 80; Mercedes Cebrián reconoce su erudición musical y lo que le cuesta apreciar determinados géneros; y Servando Rocha se acompaña de los Beatles, que siempre son una gran compañía, para aportar su visión sobre esta cuestión del gusto, los prejuicios y el clasismo que uno no ve ya de la misma forma tras leer Música de mierda, y menos aún después de leer Mierda de música

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