Cataluña: Apuntes de dos semanas muy tristes

 

La violencia jamás es el camino. Si alguien cree que en el año 2019 la violencia sirve para reformar un movimiento político y no para debilitarlo es que no ha entendido nada.

Si alguien cree que los dos millones de ciudadanos catalanes independentistas son violentos es que tampoco ha entendido nada.

La tibieza de Quim Torra con los gravísimos alterados de estos días en Cataluña, especialmente en Barcelona, es impresentable. No puede escudarse en una condena genérica a todas las violencias, metiendo en el mismo saco posibles puntuales excesos policiales (que naturalmente son condenables) con la quema de contenedores y los actos de vandalismo de una minoría violenta. 

La actuación de la policía y los Mossos ha sido, por lo general, muy proporcionada y equilibrada. Eso no significa que no hayan actuado. El número de detenidos desmonta la teoría de que no se está actuando contra los violentos y las imágenes de la contención de los agentes demuestran que también es falsa esa idea de una violencia generalizada por parte del Estado. 

Que haya voces dentro del independentismo, como la de la presidenta de la ANC, que se niegue a condenar la violencia y hasta resalte que los altercados poneb en el mapa internacional sus demandas es de una irresponsabilidad nauseabunda que no debería tolerar ningún independentista con dos dedos de frente.

¿Qué sociedad quieren construir los independentistas en contra de la mitad de la población catalana? ¿Qué nivel de fanatismo se debe alcanzar para promover un proyecto político como este cuando la sociedad está dividida en dos? ¿No les dice nada a los independentistas partidarios de la vía unilateral lo que está pasando en la sociedad británica con el Brexit?

Los catalanes independentistas que se manifestaron el pasado sábado no pueden ignorar a los catalanes no independentistas que se manifestaron el domingo, ni viceversa. Nadie puede actuar como si la otra mitad de la población no existiera. Quienes piensan diferente no se van a volatilizar, así que mas vale intentar ponerse de acuerdo. Sencillamente no queda otra.

Quizá en un contexto tan polarizado en el que se emplean palabras tan gruesas y se niega la simple existencia del de enfrente, las poquísimas personas que buscan una salida a esta encrucijada, esos que son insultados como equidistantes por unos y por otros, deberían ser más escuchadas, aunque cueste oírlas en medio de tanto ruido y furia. 

Sostener que los catalanes que salieron a la calle el domingo son “los buenos”, como defendió irresponsablemente Albert Boadella, es tan demencial e incendiario como defender que los catalanes buenos son los que salieron a la calle el sábado. Unos y otros son catalanes, ninguno deja de serlo por votar a unos u otros o por no votar a ninguno. Y todos, salvo los muy sectarios, quieren una conciliación. 

¿Nadie piensa en los que no se manifestaron ni el sábado ni el domingo? ¿Cuándo va a empezar a hablarse de otras cuestiones distintas al monotema en Cataluña, ese monotema que necesitan como el oxígeno, por cierto, muchos de los partidos políticos que se dicen cansados del monotema?

Quizá lo que más escalofriante resulta de lo ocurrido las últimas dos semanas en Cataluña es comprobar cuántas personas no tienen el menor interés en que se resuelva el problema político que afronta toda España. A demasiada gente le va bien en el ruido y la confrontación, para continuar con su escapada hacia adelante o para apuntalar su campaña electoral. Es muy irresponsable, pero es así. ¿Hay interés real por encontrar una solución a esta crisis entre los independentistas? ¿La hay entre sus críticos? ¿Hay voluntad real de afrontar este problema o sólo hay tacticismo electoral?

Pensar que un vídeo con las salvajadas cometidas por dos radiales, cuatro o dieciséis, portando una bandera distinta a la tuya refleja a todos los que sienten esa bandera como propia es hacerse trampas al solitario. Ni toda Cataluña es Pilar Rahola ni toda España es Jiménez Losantos.

España no es la opinión de quienes piden mano dura y enviar al ejército o de quienes boicotean productos catalanes. España no es el Estado opresor del que hablan en sus ensoñaciones los independentistas. 

Cataluña no es esa especie de dictadura que pretenden presentar algunos ni se parece a Siria ni está representada por quienes de forma violenta incendian las calles o tratan de impedir a los estudiantes que no quieren hacer huelga entrar en las universidades. 

Un nacionalismo no se combate con otro nacionalismo. Esconder las miserias bajo una gran bandera y agitar los bajos instintos identitarios está mal per se, no por el color de la bandera o el número de franjas rojas que tenga el trapo en cuestión. Denunciar el nacionalismo de otros envuelto en una bandera, no sé, tal vez sea un pelín contradictorio. 

Los extremismos se necesitan y retroalimentan. Nada disgustaría más al partido de las tres letras (Vox) que una moderación repentina de los líderes independentistas, igual que nada alegraría más a los líderes independentistas que un auge de la extrema derecha en España. Necesitan que el extremo contrario crezca para hacer realidad su ficticia visión de la realidad. Unos y otros. Si la calles de Barcelona arden, los radicales de un lado se ven reafirmados en su posición, irracional y falsa, de que todos los independentistas son violentos y radicales. Si grupos de neonazis acuden a Barcelona a la caza de los independentistas, los más radicales entre los partidarios de la independencia creerán que está chusma representa a España. Ni en un caso ni en otro es verdad, pero ambos necesitan a los extremistas del otro lado para armarse de razones.

Ninguna persona que defienda la independencia de Cataluña, una postura perfectamente legítima, puede tolerar la violencia asociada a su proyecto político, salvo que quiera colaborar en el hundimiento del mismo. 

Ningún político, da igual las siglas, que piense en algo distinto que la reconciliación de los catalanes y la reconstrucción de la convivencia está a la altura de la situación que vivimos. ¿Cuántos lo están? 

Si los líderes independentistas condenados por sedición creen de verdad que no incumplieron las leyes, es que su grado de distorsión de la realidad es aún mayor del que temíamos. Otra cosa es que quieran cambiar esas leyes o que defiendan una especie de desobediencia civil, estupendo, pero eso parte del reconocimiento de que no se están cumpliendo las leyes. Y la dicotomía entre leyes y democracia que tanto establecen muchos independentistas es falsa, no hay democracia auténtica sin respeto a la ley. Si no gusta, se intenta cambiar.

El independentismo no es ilegal ni debe serlo en un Estado de derecho como el español. No se persiguen ideas, sino formas ilegales de defenderlas. Y España es un Estado de derecho, aunque la extrema derecha y los independentistas se pongan de acuerdo en sus críticas al Supremo y en su cuestionamiento del funcionamiento de la justicia en España. Es más, cuanto más la critican unos radicales y otros, más reforzado sale el Estado de Derecho. 

La fiscalía y el juez instructor se empecinaron en sostener que había un delito de rebelión que muchos juristas no veían por ningún lado y que, en todo caso, era extremadamente difícil de argumentar negro sobre blanco en una sentencia. Al final, ese delito desapareció y eso no es prueba de confabulaciones, como quiere hacer ver la extrema derecha, sino de que el Estado de derecho funciona y se argumentó la condena por sedición y otros delitos, desechando la más dudosa si nos atenemos a lo que dice el Código Penal. Igual que con la Constitución, si a alguien no le gusta, que intente cambiarlo por los cauces legalmente establecidos.

En una democracia, el presidente del gobierno no ilegaliza partidos ni manda encarcelar a personas. A ver si Abascal y Rivera quieren ser presidente del gobierno de Turquía y no de España.

Si ERC no está de acuerdo con la vía unilateral que defiende Torra, este es el momento de decirlo. No en voz baja, no en corrillos, no en declaraciones off the record a la prensa. No. Es tarde para las medias tintas. Debe decirlo con claridad y romper con Torra. 

Quienes crean que el independentismo puede saltarse la ley se equivocan y están abonando el terreno para que cada cual incumpla la ley que menos le guste. ¿Con qué cara exigirán a los ciudadanos de esa hipotética República catalana que cumplan las leyes si ellos no lo hacen cuando no les conviene? 

Llamar a los ciudadanos a manifestarse y después ordenar cargas contra ellos como ha hecho el Govern es quizá la más nítida demostración del grado de irracionalidad en la que han entrado los dirigentes independentistas. 

Es doloroso lo que ha provocado la sinrazón independentista en España, muchísimo. Hay muchas cosas que no podremos perdonar fácilmente a los autores de esta desquiciada huida hacia adelante, pero quizá una de las peores sea haber hecho despertar al más rancio nacionalismo español, ese que estaba metido en la caverna y que ahora resurge con fuerza. 

Dialogar sigue siendo la única salida. La fuerza y la mano dura, esas que desean con idénticas ganas los más furibundos independentistas y los más cafeteros nacionalistas españoles, no resolverán nada, absolutamente nada. Si alguien quiere resolver esta crisis política deberá hacer algo distinto. La pena es que los que mandan, por descontado en Cataluña, tristemente también en muchos partidos españoles, no parecen querer resolver nada. Así nos va. 

Comentarios