Sant Jordi en Barcelona, el milagro de cada año



Escribió Ernest Hemingway que “donde un hombre se siente en su hogar, aparte del lugar donde nació, ahí debe ir”. En Barcelona me siento en mi hogar (¿y quién no?), así que vengo todo lo que puedo a esta ciudad abierta, mediterránea, modernista, fascinante y hermosa. Si Barcelona es de por sí una ciudad que sólo puede ser admirada y querida, el 23 de abril se convierte en una especie de oasis, en un milagro que se repite puntual a su cita cada año por Sant Jordi. Una ciudad, y qué ciudad, entregada a los libros y las rosas, volcada con una fiesta que celebra la literatura y el amor, es decir, lo mejor de la vida. Es una realidad paralela en la que todo es más real que la propia vida, 24 horas intensas en las que se abre un hermoso paréntesis a la vida cotidiana. 

Escribo estas líneas desde un AVE abarrotado de libros y rosas, también de recuerdos felices. Sobre todo, de recuerdos felices. Escribo para conservarlos, para que no se me escapen, para llevarlos siempre conmigo. Escribo, por contarlo todo, por segunda vez el mismo texto, que he perdido íntegro justo cuando iba a publicarlo. Afortunadamente, la humanidad no ha perdido el manuscrito de ninguna obra maestra, aunque eso, claro, nunca lo sabremos.

Sant Jordi, ese oasis, ese sueño hecho realidad una vez al año, empieza antes del 23 de abril. Concretamente, el 24 de abril del año anterior. Con la preparación del viaje, en mi caso, deseando volver a la querida Barcelona y recorrer sus calles, inundadas de lectores que buscan una novela, un poemario o un ensayo. Una fiesta de la gente, en la que nada tienen que decir los políticos. Por eso resulta irrelevante que Sant Jordi caiga este año en mitad de una campaña electoral. Esta fiesta en torno a los libros y las rosas, a las letras y el amor, está por encima de todo. Una fiesta en la que se celebra lo que hace que la vida tenga sentido. La vida de las novelas y la vida real, si es que alguien sabe distinguir cual es más real. La vida descrita por los escritores y la vida que se inspira o se ve reflejada en ellas. Imaginación y realidad. Ficciones de papel y ficciones de carne y hueso. La vida fabulada y la vida vivida, la que se vive en unas páginas de papel y la otra.




Nada más poner un pie en la estación de Sants y ver el primer puesto con libros, rosas y peluches de dragones, unos días antes de la gran fiesta, siento un cosquilleo especial que ya no se marcha. Leo con el interés de siempre el especial de Sant Jordi de La Vanguardia, lleno de recomendaciones, y escucho el podcast de Los muchos libros, de la Ser, en el que Macarena Berlín entrevista a Edurne Portela y me da un título más que incluir a la larga lista de deseos de Sant Jordi, esa que hace que la maleta vuelva en este AVE de sonrisas, recuerdos y textos reescritos mucho más pesada que en el AVE de hace unos días de deseos y anhelos e ilusiones. Los días previos a Sant Jordi, todo en Barcelona me invita a pensar en lo cerca que está ya la fiesta: los carteles en la Fnac y otras librerías anunciando las firmas futuras, los mensajes en redes sociales de los autores diciendo dónde podrán encontrarse con sus lectores, los WhatsApp de mis amigos acordándose de mí y enviándome todas las noticias que les llegan sobre Sant Jordi, el montaje de escenario para las radios, las floristerías preparándose para su gran día por la noche.

Y llegó el día. Y ocurrió el milagro de Sant Jordi. No el de la leyenda, con el dragón y la princesa rescatada, sino el otro  milagro, el de una ciudad volcada con los libros y las letras, el de las mareas humanas con el colorido de las rosas y el calor de la literatura. El milagro de Sant Jordi, tan igual cada año al anterior, tan diferente. Este año me quedo con esos buenos ratos en los puestos de libros de segunda mano, con las miradas expectantes de los lectores que aguardan largas colas para lograr la firma de su autor o autora favorita, los impagables momentos de radio en directo, como los de La Ventana, emitiendo desde Plaza Catalunya, con una tertulia deliciosa de Carles Francino con Benjamín Prado, Elena Medel, Rafael Villaescusa, Manuel Vilas y, por teléfono, Álex Grijelmo, quien recuerda que las palabras son el mayor invento del ser humano y que habla de la despoblación de las palabras, otro efecto secundario de la España vacía, todo ese rico vocabulario de los pueblos que se pierde a medida que estas localidades se quedan sin gente. O la tertulia divertida en Catalunya Radio, por la mañana, frente al palacio de la Virreina, en plena Rambla. Sant Jordi es también música y radio en directo. 

Son sólo retazos de esta fiesta grande. Hay tantos Sant Jordi como personas han recorrido hoy las calles de Barcelona. Habrá quien destaque el encuentro con este u otro autor, quien se quede con ese libro inesperado que encontró y le transformará, quien descubra que alguien contó en las páginas de una novela su vida misma y quien no sepa hasta qué punto le cambiará la vida esa rosa recibida o regalada. Habrá quien descubra Sant Jordi por primera vez y quien haya perdido la cuenta de cuantos 23 de abril ha disfrutado en esta ciudad tan acogedora y cosmopolita, que nunca es tan fiel a sí misma, tan pira en su esencia, como este día. Porque Barcelona, la Barcelona abierta a todos, la que habla español y catalán, la que tiene mil planes para cada visitante, la de los barceloneses y la de los turistas, luce más bella que nunca en Sant Jordi, su gran fiesta. Cada persona tiene su Sant Jordi. Estos son retazos del mío. El mejor del día del año. Porque el año tiene 364 días y el 23 de abril, que es algo distinto, en el que la vida transcurre a otro ritmo, porque se detiene y late al ritmo de los libros y las rosas, de las letras y el amor, con la vida fluyendo cómo fluyen por La Rambla la gente y el amor.

El día comenzó nublado y los libreros miraban inquietos al cielo o a sus móviles, en busca de una previsión de la Aemet esperanzadora. Abrió el cielo. Salió el sol, para retirar los plásticos que protegían los libros, para dar aún más luz a esta fiesta luminosa e inspiradora. Salió el sol porque ni siquiera él se quiso perder este Sant Jordi. Ya queda menos para el siguiente. Si están leyendo esto, a la segunda ha ido la vencida y esta vez el texto no se ha borrado. Si no, reescribiré la crónica las veces que hagan falta. Tal vez sea la forma inconsciente que tiene la tecnologia de decirme que podría estar la vida entera recordando esta fiesta. O, al menos, todo el próximo año. Hasta pronto, Barcelona. Hasta 2020, Sant Jordi. 

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Muy emotivo, y muy cierto. Gracias Alberto
Alberto Roa ha dicho que…
Muchas gracias por comentar.