Sucesor desginado. Temporada 3

Enterarme de que la tercera temporada de Sucesor Designado ya estaba disponible en Netflix (por cierto, a través de un artículo que la ponía a caldo de mi admirado Sergio del Molino) y devorarla ha sido todo uno. La serie, que comenzó como una historia postapocalíptica (todo el gobierno de EEUU desaparece de golpe por un atentado terrorista que deja como presidente al consejero de la vivienda), dialoga más que nunca con la actualidad en la tercera temporada. Al principio, la serie planteaba una trama imaginaria, con un punto de partida sugerente: cómo reconstruir al país de un atentado devastador, al tiempo que se intenta encontrar a los culpables. En la segunda temporada, poco a poco, Sucesor Designado se convirtió mucho más en una serie política, planteando muchas cuestiones (tal vez, demasiadas), con toda clase de crisis y debates. Y en la tercera, definitivamente, la serie se convierte en una serie política a todos los efectos.


Ya desde la temporada anterior, Sucesor Designado da la réplica desde la ficción a Donald Trump. Si en la vida real existe un presidente homófobo, xenófobo y machista, en la ficción ocurre todo lo contrario, con Tom Kirkman, un presidente de sólidos principios, que combate los radicalismos. En la vida real, el presidente es un tipo ajeno a la política, pero que odia la política y la degrada cada minuto, mientras que en la pantalla hay un presidente que también se ve a sí mismo fuera de la política, pero que sí es político y cree en la utilidad real de su trabajo para cambiar las cosas.

Netflix rescató a Sucesor Designado, después de que fuera cancelada por ABC, porque creía que le quedaba potencial a la historia. Vista la tercera temporada, la plataforma ha acertado de pleno. Esta tanda de episodios tiene menos capítulos, sólo diez, y es más madura en muchos aspectos que las dos temporadas anteriores. También más lúcida y más pegada a la actualidad. Desde los derechos de las personas transexuales a la discriminación racial, pasando por los prejuicios sobre el sida, la eutanasia, las relaciones diplomáticas con países que no respetan los Derechos Humanos, las desigualdades económicas, la adicción a las drogas o la pérdida de privacidad de las redes sociales. Todo eso y la política pura y dura, es decir, las renuncias, falsedades, medias verdades y exageraciones que implica una campaña electoral. Hasta tal punto dialoga con la realidad la serie que incluye testimonios de vídeo de personas reales, que hablan sobre las cuestiones de actualidad abordadas en los distintos capítulos.

La segunda temporada termina con Kirkman anunciando por sorpresa que se presentará a la reelección presidencial. La tercera temporada muestra la campaña electoral, en la que el presidente se enfrenta a complicados dilemas. El final, que naturalmente no desvelaré, es particularmente lúcido, porque muestra todas las contradicciones a las que se enfrenta el protagonista. En la serie hay muchos más matices que en temporadas anteriores y eso se agradece.

Además, el elenco de protagonistas se enriquece con la llegada de nuevos personajes, a cual más interesante, como Mars Harper (Anthony Edwards), que es el nueve jefe de gabinete del presidente, un hombre serio e impecable en el trabajo que afronta una muy difícil situación en su casa a causa de la adicción a las pastillas de su mujer. Isabel Pardo (Elena Tovar), puertorriqueña, es la actual pareja de Aaron. Combativa, feminista y concienciada con la situación de los latinos en Estados Unidos, aporta un debate de plena actualidad en aquel país, sobre todo ahora que Trump desprecia desde la Casa Blanca a todo aquel que no sea el hombre blanco heterosexual de toda la vida. También son nuevos esta temporada los personajes , Lorraine Zimmer, (Julie White), una cínica asesora electoral que se pondrá al frente de la campaña de Kirkman, y Dontae Evans (Ben Watson), un joven talentoso con las redes sociales que también representa a esa diversidad que la América patán de Trump no soporta.

Al igual que en las dos temporadas anteriores, junto a la trama puramente política se incluye también una investigación antiterrorista, al frente de la cual está Hannah Wells (Maggie Q). La intriga y la tensión características de Sucesor Designado van de la mano esta vez con una mayor hondura en las historias narradas y con más presencia de la vida privada de los protagonistas, que había quedado algo relegada en las tandas anteriores de episodios. La serie sigue en forma y el final de la tercera temporada pide a gritos la continuidad de la historia de Kirkman, el presidente que no quería serlo, pero que empieza a quererlo (y de qué manera) en esta tercera temporada.

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