Los refugiados y el derecho a la educación

Acnur. 
Las cifras importan cuando detrás de ellas hay rostros y no sólo fríos números. En su revista Refugiados, Acnur da cuenta de su extraordinaria labor humanitaria y refleja regularmente la situación de las personas desplazadas en el mundo. Para ello suele recurrir a cifras, pero también a las historias reales que esconden, a las caras de quienes se incluyen en esos datos demoledores. Por ejemplo, el número de refugiados en el mundo, que asciende a los 68 millones de personas, 68 millones de historias de resistencia y adversidades. Es muy de agradecer que Acnur acerque esas historias, que permitan ponerle rostro y nombre a ese drama del que hablamos, cuando hablamos, empleando cifras gruesas, inabarcables, difíciles de imaginar. 


En esta última edición de la revista de Acnur, dedicada al Día Mundial del Refugiado, que se celebró el 20 de junio, aparecen varias historias personales impactantes, como la del joven que cada día juega al baloncesto en Gao (Mali), a pesar de que allí son frecuentes los tiroteos entre grupos armados; la de Sabika, una niña rohingya refugiada que sueña con ser médica; o la de Habso Mohamud, somalí de 24 años, que fue refugiada en un campo de Dabaad (Kenia) y después en Estados Unidos, donde llegó con su familia gracias a un programa de reasentamiento de Acnur, autora del libro It only takes yes, que sirve de inspiración a jóvenes refugiados. 

Todas estas historias son inspiradoras, ya que muestran la capacidad de resistencia de personas a las que se les ha robado la infancia, o de personas mayores que toman conciencia de la necesidad de trabajar por los demás, como la admirable Selmira Rodreguez, que trabaja en un grupo de mujeres dedicado a combatir la violencia machista en Apartadó, Colombia

Y, junto a estas historias, hay cifras, datos detrás de los que se esconden todas estas historias personales. Me han resultado especialmente impactantes los datos relativos al derecho a la educación de las personas refugiadas. Según los datos de Acnur, hay 7,4 millones de refugiados en edad escolar bajo el amparo de esta organización. De ellos, sólo 3,4 millones están escolarizados. 

Más datos de esos que tienen rostro y nombres. El 61% de los niños refugiados acude a la escuela primaria, mientras que la media mundial de niños escolarizados asciende al 92%. A medida que se avanza en los niveles formativos, esta brecha es mayor. Sólo el 23% de los niños refugiados accede a la educación secundaria, mientras que el 84% de los niños del mundo tienen acceso a esta formación. El último dato, demoledor, indica que sólo el 1% de las personas refugiadas puede entrar en la universidad, rente al 37% de la media mundial. El 1%. No es ya sólo que pierdan su infancia, que su vida salte por los aires, que se vean obligados a madurar de golpe, que no les quede más remedio que abandonar su país y enfrentarse a lo desconocido y, muchas veces, a la intolerancia. Es que además  su acceso a la educación, ese derecho elemental, que damos por hecho en nuestros países, que consideramos lo normal, a lo que apenas damos importancia, se volatiliza. Gracias a organizaciones como Acnur, al menos seis de cada diez sí puede acudir a la educación primaria, pero aun así, la situación es deprimente y llama a la acción. Un mundo decente no puede vivir tranquilo con estas cifras que no son cifras sin más, que son historias humanas de niños y niñas a los que se les roba todo, hasta lo más sagrado, la educación, su derecho a formarse y a ser quiénes quieran ser

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