Ciento volando de catorce

Lo primero que pensé cuando encontré Ciento volando de catorce en uno de esos maravillosos puestos de libros de segunda mano en La Rambla por Sant Jordi, es que tal vez no sea tan nueva la polémica por los cantautores que publican libros de poesía. Sin ánimo de hacer comparaciones, sobre todo porque Joaquín Sabina es incomparable a cualquier otro artista, es de suponer que cuando Visor, la legendaria editorial de poesía, publicó esta obra en  2001 recibió críticas por ello. También parece claro que el libro triunfó, dado que yo encontré en ese puesto una novena edición de enero de 2002, apenas cuatro meses después de su lanzamiento. Y puede que incluso, igual que ocurre hoy con las obras de otros cantautores, sea precisamente ese éxito lo que menos se le perdonara en su día a Sabina. 


En el prólogo de Luis García Montero, gran amigo de Sabina, igual que es hoy valedor de otros cantautores muy criticados por el hecho de publicar libros de poemas, se percibe también una cierta defensa preventiva ante esas críticas que pudieran llegar. Ya se sabe, lo de la poesía como espacio puro no apto para cualquiera. Eso de la división entre alta literatura y obras para el gran público, entre auténticos poetas (ungidos por los ceñudos expertos de turno) y los falsos poetas, los del populacho, los de los versos fáciles. Pensé al encontrar ese libro, y pienso después de leerlo y disfrutarlo, que esos ataques contundentes a Marwan y compañía no deben de diferir en exceso de los mismos que recibió Sabina. Nada nuevo bajo el sol

En el citado prólogo, escribe Luis García Montero que Sabina "no es un cantante metido a poeta, sino un poeta metido a cantante", rememorando algunos poetas primeros publicados por el madrileño nacido en Úbeda, autor de tantos temas inmortales, creador de la banda sonora de tantas vidas. En esas frases se intuye, ya digo, una especie de protección previa a los ataques, de escudo contra acusaciones de intrusismo. Sabina, en efecto, escribió poemas. Pero no sólo. Los canta. Porque, como bien demostró muchos años después de la publicación de este libro de poemas la concesión del Nobel a Bob Dylan, no es menos literaria la creación de un juglar que mima las palabras que la de un poeta. Se trata, en el fondo, de la emoción, de que esos versos enciendan algo en el lector o no. Tan sencillo como eso, creo. 

En Ciento volando de catorce, cuyo título se inspira en el de un libro de Gabriel Celaya, hay algunos poemas imposibles, pero otros realmente magníficos, con esa ironía tan propia de Sabina, con esa capacidad de hacer versos de lo cotidiano, de encontrar el lirismo en todas partes. Hay sonetos (todo son sonetos, por cierto) dedicados a clásicos de la literatura, igual que los hay inspirados en bares y programas de televisión. Hay citas cultas al lado de referencias mucho más de la calle. En la primera parte del libro hay versos dedicados a la infancia del cantante (Mi infancia era un cuartel, una campana/ y el babi de los padres salesianos/ y el rosario ocho lunes por semana/ y los sábados otra de romanos). 

Y, claro, también hay muchos, muchos poemas de amor y desamor, de encuentros casuales, de ratos de diversión en compañía, de añoranzas y abrazos, de bares y camas, como Con tan poquita fe (Ronca en mi cama la mujer que amo/ y que me ama, qué sé yo por qué, / nada le debo, nada le reclamo, / ¿a quién rezar con tan poquita fe?). Madrid, siempre Madrid, aparece en sus versos En Otra vez en Madrid escribe Otra vez en Madrid, de matinada,/ desenchufado, lúgubre, beodo,/ dueño de mí, quiero decir con nada,/ fuera de ti, quiero decir sin todo. Hay varios sonetos dedicados a su pasión por los toros y alguno que otro de ajuste de cuentas, como el que le dedica a Ussía, ácido, o el que le escribió a Umbral, más socarrón, en la que le agradece que le haya citado en sus influyentes columnas, aunque sea llamándole "decadente". 

La mejor parte está al final del libro, llamada Benditos malditos, Malditos benditos, en la que el autor habla de sus filias y sus fobias, de lo que quiere y de lo que detesta, de lo que ama y de lo que odia. Ahí construye sus mejores versos, ahí está Sabina en su esencia más pura. Benditas sean las bajas pasiones/ que no se rajan cuando pintan sables,/ los labios que aprovechan los rincones/ más olvidados, más inolvidables, escribe. O Bendito sea el sabio despistado,/ los lápices de labios delincuentes,/ los que dan lo perdido por gozado,/ los opacos a fuer de transparentes

He disfrutado mucho, en fin, con este libro de poesía. No soy objetivo, ni lo pretendo, con Sabina, un genio, del que escribe Luis García Montero que escribir "una canción capaz de emocionar y de definir sentimentalmente la historia de tres generaciones es algo que debe tomarse muy en serio. El arte no consiste en tener buenas ideas, sino en llevarlas a cabo de un modo convincente, y Joaquín Sabina se ha salido muchas veces con la suya, y por la capacidad que tiene de convencer con sus historias, sus imágenes y sus palabras". 

En el libro hay también versos que Sabina incluiría después en algunas de sus canciones, como este maravilloso Este ya, que en parte se encuentra después, con variaciones y perfeccionado, en Nos sobran los motivos.

Este ya no camufla un hasta luego, 
este manga no esconde un quinto as, 
este precinto no juega con fuego, 
este ciego no mira para atrás. 

Este notario avala lo que escribo, 
estas vísperas son del que se fue, 
ahórrate el acuse de recibo, 
esta letra no la protestaré. 

A este escándalo huérfano de padre
no voy a consentirle que taladre
un corazón falto de ajonjolí

Este pez ya no muere por tu boca, 
este loco se va con otra loca, 
este masoca no llora por ti. 

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