Canon de cámara oscura


 Palabras, palabras, decía Hamlet. Es tal la desconfianza que tengo hacia ellas, sobre todo hacia las mías, que por eso prefiero de vez en cuando citar a los otros, a cuantos dicen lo que yo habría escrito de no ser porque ellos ya lo escribieron antes”. Con este pasaje puede resumirse bien Canon de cámara oscura, el último libro de Enrique Vila-Matas, editado por Seix Barral. En realidad, esas frases pueden resumir bien, en cierta forma, toda la obra del autor barcelonés, tan habituado a incluir de forma magistral citas en sus libros, a dialogar con la historia de la literatura, a sorprender al lector y a jugar con las palabras siempre en un terreno ambiguo y difuso entre la realidad y la ficción. 

Esta vez, el protagonista de la novela es Vidal Escabia, viudo de Aiko y padre de Ryo, que vive lejos y a quien espera en Barcelona, escenario aquí de la trama, en sustitución de París. Escabia dedica su vida a reunir 71 obras, ni una más, ni una menos, para componer un canon literario “desplazado, intempestivo, inactual y disidente, siguiendo la estela de su maestro y amigo, Altobelli, un escritor en los márgenes al que admiraba, que tenía “una forma de ser alérgica a todas las bajezas de la vida social, que le producían una especie de aversión natural”. La obra comienza con el relato de una fiesta nocturna en Barcelona en la que Violet, la antigua pareja de su maestro, le espeta a la cara al narrador de la obra que sospecha que es un androide. 

Porque, sí, algo inusual en las obras de Vila-Matas, en este libro hay androides. Concretamente, los llamados Denver-7, que son algo así como personas artificiales, indistinguibles de los seres humanos, con recuerdos implantados y capacidad para reproducirse. Fueron programados para tener una fecha de caducidad, pero un suceso anómalo, llamado Gran Apagón, provoca que vivan entre los humanos sin que sea fácil descubrirlos. La peculiar trama permite al autor, siempre irónico y amigo de las paradojas, reflexionar sobre la literatura, la identidad, la infancia, la fragilidad de la memoria y, en definitiva, sobre aquello que nos hace humanos. 

El libro deja no pocas reflexiones ingeniosas sobre la humanidad. Por ejemplo, cuando leemos que “todos fingen todo el rato y lo que sucede es que jamás pueden ser ellos mismos, y a su manera, están tremendamente encerrados en algo que no existe y que tiene todo el aspecto de, en el fondo, no tener sentido alguno. Hablo del mundo, claro”. En otro pasaje también afirma el narrador, hablando de las personas, que son “como garabatos que están afilando continuamente un lápiz con el que nadie sabe escribir una sola palabra”. 

Que nadie se asuste o se lleve a engaños por la presencia de androides. Este es un nuevo libro de Vila-Matas, fiel a su esencia, a las mejores virtudes del autor de París no se acaba nunca, Impón tu suerte y Montevideo. Un libro con su mínima trama propia, pero que vuelve una y otra vez a la literatura, al diálogo con el legado de los grandes autores del pasado, al papel de los libros en nuestra vida, a su influencia directa en eso que llamamos realidad. 

Escribe el narrador del libro que “nadie que sea inteligente se le escapa que lo que quisiera escribir siempre va a resultar indecible”. Y desarrolla esa idea durante toda la novela, apoyándose en reflexiones de escritores de todos los tiempos. Por ejemplo, cuando Rilke escribió que “narrar, lo que se dice narrar, yo no he oído nunca narrar a nadie”. En esta línea, el autor afirma que “hay una gran divergencia entre una placentera narración y la realidad brutal del mundo” y también que “los más destacados autores del pasado siglo -Proust, Gadda, Kafka, Becket- narraron todos en realidad cómo y por qué la historia que ellos quisieran narrar no puede ser realmente contada”. 

El libro está plagado de juguetonas alusiones al narrador, a la voz ocupante de la voz del autor. Habla de su deseo “de que un día escribir y respirar no sean ritmos diferentes”, y cuenta que escribe como si “todo hubiera pasado en el mismo presente dos veces, una cuando lo viví y otra cuando lo escribí”. El libro, muy gozoso para cualquier amante de la literatura, valioso por sí mismo, sirve también como guía de lectura. Sonrío al encontrar entre las obras del canon algún libro que he leído, pero sobre todo me froto las manos al encontrar referencias a apetitosas obras que desconozco, como Tristam Shandy, de la que afirma el narrador que “para muchos de sus admiradores es, tras el Quijote, el más osado, libre y divertido de toda la historia de la literatura universal”, o La última frase, artefacto literario de Camila Cañeque compuesto por las 452 últimas frases de sendos libros. 

En Canon de cámara oscura, Vila-Matas no sólo hace alusiones a libros. También incluye, entre otras muchas referencias culturales, una mención a la maravillosa película Perfect Days y otra a Paul Thin, cantante que se dio a conocer en la última edición de Operación Triunfo. El libro, en fin, es delicioso y consigue asombrar al lector, como suele hacer el autor, y en línea con esta reflexión de María Zambrano, también citada en la obra: “hay en el asombro un quedarse inerme ante algo, ante algo que se ha visto y que creíamos familiar, pero que en un instante se muestra como absolutamente nuevo”. Justo eso consigue con cada nueva obra Vila-Matas. Por eso es un escritor imprescindible. 

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