Celebraré mi muerte

La vida de Marcos Hourmann cambió para siempre una noche de marzo de 2005 cuando ayudó a morir a una mujer de 82 años, enferma terminal, que no quería seguir con esos sufrimientos. Su hija, devastada, estaba de acuerdo con el deseo de su madre y no quería verla sufrir más. Hourmann, que era el médico de esa mujer, cumplió su voluntad, le inyectó cloruro de potasio en vena y todo terminó. El doctor registró en el historial de la paciente lo que había ocurrido, en lugar de ocultarlo. Por ese acto de honestidad fue denunciado por el hospital y despedido. Tuvo que pactar una sentencia en el que se reconocía culpable por la eutanasia de esa mujer. Es el primer médico condenado en España por este hecho. Ahora, cuenta su historia en un desgarrador monólogo, Celebraré su muerte, que estos días acoge el Teatro del Barrio de Madrid, y que producen Jordi Évole y Alberto San Juan. 


La obra, que no tiene nada de ficción, porque Marcos Hourmann cuenta su vida con una honestidad absoluta, llega en un momento en el que el debate sobre la necesidad de regular la eutanasia vuelve a estar en primer plano, tras el acto de amor de Ángel Hernández, quien ayudó a morir a su mujer, María José Carrasco, que vivía postrada en una cama y que le había pedido de forma reiterada que le prestara sus manos para terminar con su sufrimiento. Ahora, Ángel se enfrenta a un proceso judicial por ello. Las primeras horas tras la muerte de su mujer las pasó en un calabozo. 

Durante una hora, Marcos Hourmann cuenta lo que ocurrió aquella noche y recrea el juicio que no se llevó a cabo contra él, porque aceptó la condena para poder seguir ejerciendo como médico y evitar la cárcel. Al final, pide al público que emita su veredicto, que diga si hubiera hecho lo mismo que él o no. Porque, él reconoce que, según la ley, lo que hizo es un delito. "Pero a veces la vida te pone en otros sitios". Y ese lugar en el que le puso la vida fue aquella habitación de hospital, aquella mujer que no quiere sufrir más, y cuya vida es imposible salvar. Y aquella hija, la mirada de dolor de quien sufrir para nada a su madre, como él, Hourmann, vio sufrir a su padre durante dos largos años de agonía, en los que ese hombre dejó de ser su padre. 

El médico no se presenta como un héroe y dice expresamente que no quiere imponer nada a nadie. Sólo quiere abrir un debate necesario. La obra, que está acompañada por imágenes y por música, sirve precisamente para eso. Naturalmente, el doctor toma postura por lo que hizo. Porque lo sigue defendiendo. Porque lo piensa de verdad. Porque, al ser alguien que ama la vida, no entiende que no se permita regular una muerte digna. Pero no quiere hacer proselitismo de ningún tipo y deja claro que respeta la decisión de quien desee resistir el dolor hasta el final. Además, se emiten declaraciones de personas que son contrarias a la eutanasia. También se muestran casos extremos, como el de una joven que puso fin a su vida con 29 años, tras ser diagnosticada de una depresión crónica, o el de un matrimonio de ancianos que se quitó la vida en Suiza, por la enfermedad mortal de ella y la decisión de él de interrumpir su vida junto a la de ella. 

Celebraré mi muerte es teatro que invita a la reflexión, es teatro duro, contundente, necesario. No es el testimonio de alguien que aspire a ser un héroe, sino de un hombre de carne y hueso, que reconoce sus defectos, que no quiere dar ejemplo de nada. Cuenta su vida, nada más. Explica cómo entiende él la vida y cómo entiende que debería ser la muerte. En la parte final, precisamente, cuenta cómo le gustaría morir. Y hace reflexiones muy lúcidas sobre cómo en esta sociedad intentamos vivir de espaldas a la muerte, como si no existiera, alejándola de nosotros lo máximo posible. Y, sin duda, además de cuestiones religiosas, en lo polémico que resulta la eutanasia para mucha gente hay algo de eso, esa relación tan conflictiva que mantenemos con la muerte, bien distinta, por ejemplo, a la que tienen muchas personas de generaciones mayores, que hablan de la muerte con naturalidad, que la tienen integrada en su vida, que comprenden que existe, que es parte de la vida. 

Lo que hace Marcos Hourmann en esta obra es muy valiente. Porque se expone en el escenario, porque cuenta su vida con sinceridad, él solo en el escenario, relatando la pesadilla que llegó tras aquel acto, tipificado como delito en la ley, pero que nada tiene de asesino o criminal, como se le llamó en la prensa sensacionalista, sino más bien de generoso. Habla Hourmann de él y de su familia. Se desnuda emocionalmente en el escenario. Ofrece un testimonio imponente y abre un debate necesario. Al final, lee el veredicto del público. Uno de ellos dice: "culpable por la ley, inocente por la vida". Inocente por la vida. Termina la obra, precisamente, con la inmortal canción Gracias a la vida

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