Historia, cartas y sobreactuaciones

La carta que el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, ha enviado al rey Felipe VI en la que reclama que España pida perdón por los abusos cometidos en la conquista española de América ha provocado una oleada de reacciones algo sobreactuadas en España, quizá por llegar en medio de una campaña electoral en la que el nacionalismo (también el español) estará más presente que nunca. Naturalmente, la petición del presidente mexicano es extemporánea y parece tener poco sentido. Pero no tengo claro si es más errónea y exagerada su postura, muy minoritaria en América Latina, o la reacción en tromba de la clase política española. Todos los países tienen en su pasado episodios oscuros y no ha habido conquista de territorios que no hayan implicado un grado mayor o menor de violencia a lo largo de la historia. Es obvio que hubo violencia en la conquista de América, como ya denunciaron algunas voces en aquel momento, como Bartolomé de las Casas, por cierto. Que cinco siglos después se exija una petición de perdón por parte del presidente mexicano parece extraño, pero no mucho más que la furibunda reacción generalizada en España, presentando su carta como una ofensa a todos los españoles y, ya de paso, reivindicando un supuesto pasado glorioso que nuestros enemigos quisieron ensuciar con la leyenda negra. 


La Historia casa mal con la política. Cada vez que un político se entromete en cuestiones históricas, termina manchándola. Sería diferente si una iniciativa como la que propone López Obrador hubiera salido de historiadores que propusieran, por ejemplo, un congreso amplio para repasar desde todos los ángulos posibles aquel periodo histórico que unió los destinos de México y España (o de lo que hoy son México y España, más bien). Pero la carta del presidente mexicano no va a ningún lado. Para empezar, porque el relato que presenta a los conquistadores españoles como unos invasores violentos contra un pueblo que convivía pacíficamente en aquellas tierras es demasiado simplista, por no decir directamente falso. No había un solo pueblo, sino varios, y de hecho los conquistadores españoles se aliaron con algunos de ellos, que estaban a su vez oprimidos por el imperio previo a su llegada. Así que, en esta cadena de peticiones de disculpas, todos tendrían que pedir perdón a todos. Y también Italia tendría que disculparse con los países europeos que invadió el imperio romano, por ejemplo. No tiene sentido politizar de esa forma la Historia. 

Ahora bien, esto no significa que esos abusos que denuncia López Obrador no existieran. Evidentemente, existieron. Y, afortunadamente, los historiadores de ambos lados del Atlántico los investigan cada vez más. Vistas algunas reacciones a la carta del presidente mexicano, da la sensación de que hay quien añora una ciencia histórica dedicada a ensalzar el pasado patrio. No estamos en esas. O no deberíamos. La Historia española tiene luces y sombras, exactamente igual que la de todos los demás países. Pretender destacar sólo las luces u ocultar las sombras es absurdo.

Hay una cierta corriente destinada a desacreditar cualquier crítica a los excesos cometidos por los conquistadores españoles hace cinco siglos con dos palabras mágicas: leyenda negra. Por supuesto que existió la leyenda negra y naturalmente que hay una parte de la sociedad española siempre mucho más dispuesta a vilipendiar los errores del pasado que a destacar los aciertos. Pero esos errores existieron. La actitud de quienes usan la "leyenda negra" como escudo protector ante cualquier visión crítica a la conquista de América caen en lo mismo que ellos critican, una visión reñida con la verdad de aquel tiempo, abrazando una verdad absoluta e indiscutible. Otra cosa es que no se deba mirar el pasado con los ojos del presente o que aquellos excesos deban contextualizarse. Por ejemplo, hablar de violaciones de Derechos Humanos, cuando este concepto es muy reciente, chirría bastante. Pero, de nuevo, el rechazo a la carta de López Obrador, por su tono, no puede llevar a una rancia defensa cerrada de un hipotético glorioso pasado español, tan extemporánea como el discurso del presidente mexicano. 

La llegada de los españoles a América fue un episodio histórico de primera magnitud que, sin duda, ha dejado un legado positivo para ambas partes. Sobre todo, el hecho de compartir el mismo idioma, esa que se celebra precisamente estos días en Argentina en un Congreso Internacional. El Rey presentó ayer el Congreso como "una celebración de la fraternidad hispanoamericana", en lo que parece una respuesta velada a la carta del presidente mexicano. El tono empleado ayer por Felipe VI en su discurso parece más coherente y constructivo que el de López Obrador, ya que la relación entre ambos países es hoy excelente. En buena medida, por esos lazos de unión de un pasado y una lengua comunes. No creo que las posiciones de López Obrador (cuyos apellidos parecen más europeos que de pueblos originarios) sean mayoritarias en México ni en el resto de países americanos. Pero, sin duda, se ha reabierto en los últimos años el debate sobre la conquista española de América. Y no parece tan terrible que eso ocurra, siempre que no se caigan en posiciones ridículas de confrontación, que pretendan pasar factura a los ciudadanos españoles de hoy de lo que hicieron sus antepasados hace cinco siglos. La Historia es una ciencia viva y es lógico que se expresen distintos puntos de vista. Pero, de nuevo, no está claro que lo que busque el presidente mexicano sea abrir un debate histórico riguroso, siempre fascinante, siempre bienvenido. 

Esta carta viene a reforzar una peculiaridad de la campaña electoral de las próximas elecciones generales en España: su componente nacional, con banderas y exaltaciones españolistas por doquier. Nunca antes se había apelado tanto como ahora a sentimientos identitarios, por el auge del nacionalismo español ante el independentismo catalán. La carta de López Obrador era una tentación demasiado fuerte para los partidos que están centrando su campaña en el nacionalismo español, que ellos llaman patriotismo, como para no intentar sacarle todo el jugo posible. Así que nos quedaremos, me temo, sin ese debate sosegado sobre la relación de los países con su pasado, en general, y sobre tan fascinante periodo histórico, en particular. Porque cuando un debate se politiza, muere automáticamente. Y este ha nacido muerto, porque las formas en las que lo ha puesto sobre la mesa el presidente mexicano distan mucho de ser las más adecuadas. 

Por cierto, aunque pensemos que no tiene demasiado sentido pedir a España que pida perdón por los abusos cometidos por los conquistadores de América hace cinco siglos, pero hace no tanto, en 2015, España aprobó una ley para dar la nacionalidad a los descendientes de judíos sefardíes que fueron expulsados por los Reyes Católicos, una forma bastante clara de pedir perdón por decisiones del pasado. Nadie de quien hoy critica a López Obrador censuró el gesto del gobierno español hacia la comunidad judía.  También han perdido perdón por algunos episodios de su pasado países como Francia u Holanda. Da la sensación de que en la reacción tan contundente a la iniciativa del presidente mexicano hay también algo de esa soberbia con la que a menudo se mira a América Latina desde Europa, como por encima del hombro. 

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