8 de marzo, un año después

Hoy hace un año. Un año de la primera huelga feminista que demostró que si las mujeres paran, se para el mundo. Un año de una movilización histórica, que marcó un antes y un después, con manifestaciones multitudinarias en todas las ciudades de España. Un año ya de aquella marea violeta en Madrid, repleta de mujeres de todas las edades y hombres aliados. Un año de aquellas riadas ciudadanas. Un año de aquel grito por la igualdad. Un año de aquellas frases coreadas al aire y leídas en carteles: "nos queremos vivas", " de camino a casa quiero ser libre, no valiente", "queremos tu sueldo, no tus piropos", "el machismo también lo sufrís vosotros" y un largo etcétera de ingeniosos eslóganes. 


Hace un año y es imposible no recordar aquel día memorable con emoción. Fue algo inmenso, histórico de verdad. Todos recordaremos dónde estábamos y qué sentíamos aquel 8 de marzo de 2018. Porque algo cambió para siempre. Porque las marchas del Día de la Mujer, hace no tantos años minoritarias, fueron las más masivas que se recuerdan. Porque las mujeres veteranas en la lucha feminista (esa idea radical que defiende que hombres y mujeres deben tener los mismos derechos) se frotaban los ojos al ver tal avalancha de personas gritando por la igualdad. Porque muchas jóvenes salieron a las calles, decididas a cambiar el mundo. Porque ese día quien no escuchó el clamor fue sólo porque no quiso, porque el mensaje sonó alto y claro. 

Hace un año y se nos sigue erizando la piel. Un año después, el recuerdo de aquel día transmite ilusión y esperanza. Es, por tanto, inevitable preguntarnos qué ha cambiado de verdad desde el último 8 de marzo, desde aquel día que marcó un antes y un después. Porque en este tiempo, sin duda, se ha avanzado en  visibilidad, pero también han surgido nuevas amenazas (o no tan nuevas, más bien, viejísimas, pero que ahora cobran nuevos inquietantes bríos). El gran avance de la marea violeta es que la necesaria lucha por la igualdad ha marcado la agenda de este año. Ya nadie puede mirar hacia otro lado. Se habla de todo aquello tanto tiempo callado. Ya no se admite lo que jamás debió admitirse. Cada desigualdad, cada tic machista, cada acto de sexismo, son denunciados como merecen. 

Algo se quebró para siempre. Se rompió el silencio. Se perdió el miedo. Y eso es muy importante. Muchísimo. De lo que no se habla, no existe. Y durante demasiados años no se habló de las desigualdades que afectan a la mitad de la población, por el mero hecho de ser mujeres. Pero, lamentablemente, poco más se ha avanzado este año. Es decir, las mismas razones que justificaban la movilización reivindicativa del año pasado siguen tristemente vigentes. Todo aquello por lo que salimos a la calle hace un año sigue estando ahí. Y, en ocasiones, más visible que antes, con menos complejos, como se dice ahora. 

Hay personas que, por alguna razón, se ven amenazadas por un movimiento que busca expresamente la igualdad real de oportunidades entre hombres y mujeres. Son esas personas que se apoyan en manipulaciones de la realidad o directamente en mentiras. Son personas que ridiculizan cada intento de luchar contra el machismo. Son esas personas a las que les hace mucha gracia el lenguaje inclusivo y que dedican mucho tiempo a caricaturizar el feminismo, pero ni un segundo a atacar el patriarcado y el machismo. Son esas personas negacionistas, las que creen de verdad que el machismo no existe, que ya no hay nada que hacer, que la senda por la igualdad se ha recorrido ya hasta su final. Son personas que incluso, en una pirueta surrealista, creen que son los hombres los discriminados, porque las mujeres se están pasando con esa manía que les ha entrado de no ser tratadas como objetos y de tener los mismos derechos que los hombres. 

El partido de las tres letras abandera este negacionismo, esta reacción retrógrada ante el necesario auge del feminismo. Pero no sólo. Darle más publicidad de la debida a esa formación, que agita instintos bajos como el machismo, no parece demasiado inteligente. El problema es que la existencia de una formación que comparte en voz alta sus "ideas" machistas transmite el mensaje de que esas barbaridades son admisibles, de que criticar el movimiento que defiende la igualdad real entre hombres y mujeres, es decir, criticar los Derechos Humanos, es admisible. Lo más preocupante, claro, es que con esas ideas por bandera, el partido de las tres letras espera arañar votos. Y, sobre todo, que los consigue, en efecto. Quizá no se midió lo suficiente el riesgo de una contrarreacción a los avances contra el machismo. Pero esa reacción delata el nerviosismo de quien, peleado con el progreso, tergiversa cuanto puede para caricaturizar al feminismo e intentar apuntalar el patriarcado. Por eso y por muchas razones más, hoy, un año después, toca volver a salir a la calle. Ojalá algún día no fuera necesario conmemorar el 8 de marzo, porque todas las reivindicaciones justas del feminismo se hubieran cumplido. Como estamos lejos de eso, no queda otra que seguir luchando. Por ellas, por todos, porque una sociedad machista es una sociedad indecente y el feminismo es una cuestión de todos. 

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