Ironía On

La decisión de hace algo más de un año de Anagrama de recuperar sus cuadernos, pequeños ensayos que reflexionan sobre cuestiones de actualidad, resulta especialmente acertada y necesaria en un tiempo tan confuso como el actual. Aunque, bien mirado, quizá todos los tiempos sean confusos a su manera, y es sólo que el que nos ha tocado vivir nos lo parece más que el resto. Pensamos que nuestro presente es único por ese "provincialismo histórico" del que habla Santiago Gerchunoff, que mira al pasado para construir una breve historia de la ironía en Ironía On. Una defensa de la conversación pública de masas


El libro parte, como todo lo que vale la pena, de una pregunta. O de varias. "¿Es la ironía una amenaza para la vida pública de cualquier época? ¿O hay algo particular en nuestra época que facilita su expansión?", se pregunta el autor. Gerchunoff aprecia que se acusa a la nueva esfera pública creada por Internet de un "nocivo exceso de ironía". Él niega la mayor, pero con fundamento, empleando argumentos que le llevan, en primer lugar, a analizar el nacimiento de la ironía, en la antigua Grecia, dónde si no. El término eironeia proviene del teatro antiguo, concretamente, de uno de los personajes de la comedia griega, el eiron, que aparece en escena siempre acompañado del alazon, un charlatán que desenmascara el eiron

El autor se dedica después a repasar tres aspectos que definen la ironía: su humildad, porque en origen era la forma en la que el eiron destapaba la ignorancia y la petulancia del alazon; el hecho de que siempre nace como reacción ante un adversario discursivo, siempre tiene un contrario en frente; y, sobre todo, su componente político, ya que, como herramienta del lenguaje, "la ironía es una práctica política que se desarrolla en la conversación pública". 

El último de estos aspectos, el carácter político de la ironía, es el que resulta más atractivo del ensayo, y en el que más carga las tintas el autor. Resulta especialmente revelador de su punto de vista, y del papel de la ironía en la nueva conversación pública de masas nacida de la mano de la tecnología, un pasaje  de Richard Sennet en la que éste presenta la televisión del siglo XX como un mecanismo antipolítico. Su reflexión se centra en la idea de que uno no puede responder al televisor, sólo puede apagarlo. "A menos que usted sea una especia de chiflado y telefonee inmediatamente a sus amigos para informarles de que ha desintonizado a un político detestable, urgiéndoles a que apaguen sus aparatos de televisión, cualquier actitud de respuesta por su parte es un acto invisible", escribió Sennet. Y así era, en efecto, cuando escribió estas líneas. Pero ahora en las redes sociales hacemos exactamente eso, informar a nuestros amigos de este o aquel contenido o personaje público que nos desagrada. Por eso se generaliza la ironía, como herramienta política. 

"A mayor cantidad de conversaciones más o menos públicas, mayor cantidad de discursos, identidades y opiniones cruzadas, enfrentadas y enmarañadas que producen reacciones irónicas que las limitan", concluye Gerchunoff. El autor no cree que la ironía sea un riesgo para la sociedad, ni piensa que en estos tiempos sea más conflictiva que en otros, sólo que se ha democratizado y no es un recurso exclusivo de una élite. Defiende su componente político en un ensayo interesante y lúcido en el que, personalmente, echo en falta un comentario más extenso sobre todos esos contenidos tóxicos y en absoluto irónicos que albergan también las redes sociales, que haberlos, haylos, y que no convendría confundir con la muestra de inteligencia que es la auténtica ironía. 

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