Cómo acabar con la contracultura

Al tomar notas en el móvil para preparar esta reseña de Cómo acabar con la contracultura, el muy interesante ensayo de Jordi Costa editado por Taurus, el corrector me sugiere cambiar hippy por hipoteca, lo que cual resulta una peculiar e inesperada intervención del smartphone en el asunto de fondo de este libro. Porque, en efecto, la obra reflexiona sobre lo que va del movimiento contracultural español, nacido en los estertores del franquismo, a la actualidad, en la que el autor ve muerto, o muy tocado, al menos, este movimiento subcultural. Un poco lo que va de las comunas hippies, en parte, habitadas por jóvenes de familia bien con las espaldas cubiertas, a las hipotecas para comprar el piso en propiedad. 


El libro, que lleva por subtítulo Historia subterránea de España, y cuya portada es en sí misma una obra underground, no tiene desperdicio. Lo de menos es compartir o no las tesis del autor. Ni siquiera me ha importado demasiado conocer o no las referencias que hace en el texto. Confieso que desconocía las mayorías, lo cual ha despertado aún más mi interés. Todo lo que es subterráneo o está en los márgenes, encierra siempre un interés innegable. Si además la aproximación a ese fenómeno, del que no sabía gran cosa, es tan ágil como la del autor de esta obra, la lectura es especialmente disfrutable, insisto, más allá de estar o no de acuerdo con los planteamientos del autor o de ver acertados o desmedidos algunos de sus planteamiento. 

Según el autor, en los años 80 empezó a imponerse en España un "gusto socialdemócrata " que desactivó en gran medida todo lo que tenía de revolucionario y rupturista la contracultura de los años anteriores. Define el autor contracultura como "toda subcultura que se define en oposición a los valores dominantes que, de hecho, son los mismos que criaron y educaron a sus miembros".Los orígenes de la contracultura española, heredera de la de países anglosajones, están en Sevilla, con el grupo Smash y la compañía de teatro independiente Esperpento. 

También alude Costa  a los fenómenos Camp, es decir, las "estrategias de aprobación de elementos, discursos e iconos de la cultura dominante por parte de una comunidad homosexual armarizada que intenta configurar un idioma propio con materiales ajenos y esboza un territorio de reconocimiento”. La visibilidad de las sexualidades distintas a la convencional fue uno de los pilares de este movimiento. Por ejemplo, con la inclusión de personajes homosexuales en películas de la época, como una cinta nonata de Eloy de la Iglesia en la que el director pretendía contar una historia de pasión entre un guardia civil y un militante de la izquierda abertzale. No salió adelante el proyecto por presiones de ambos lados. 

El libro se acerca a la música y al cine, pero también, o especialmente, a los cómic, donde se encuentran las mayores muestras de la contracultura en España, a través de lo que se conoció como comix underground. Por ejemplo, un especial de Hermano Lobo en 1976 llamado "Verano & Fascismo", en el, se lee “un buen día te levantas con la mañanita tibia y te enteras que unos señores, sin consultarte para nada, se han tomado la molestia de salvarte”. El autor recuerda las obras, entre otros, de Chumy Chúmez, quien rememora pasado el tiempo cómo algunas publicaciones satíricas de Estados Unidos les sirvieron de inspiración. "Los quioscos donde ponían sus revistas los quemaba a veces la gente, porque era una cosa relameré obscenamente contra la dignidad de EEUU”, contaba. Trasladó ese espíritu rupturista a Triunfo. También fueron clave en el movimiento contracultural Nazario y Mariscal. Del primero dice que “intuía que no habría futuro común, sino supervivencias individuales, si uno sabía capear con destreza los vientos de la domesticación, la uniformidad o la autodestrucción”.

El libro también viaja un poco más atrás en el tiempo, hasta la I Bienal Hispanoamericana de Arte, que se organizó para trasladar una imagen más aperturista del franquismo. Cuentan que cuando Franco llegó a la exposición y le presentaron la sala de los revolucionarios, el dictador respondió: "mientras hagan así la revolución, no hay peligro". 

El libro parte desde la convicción de cuestionar los consensos sociales y culturales de la historia reciente de España. Por eso, recuerda episodios poco edificantes de artistas que más adelante se convirtieron en símbolos de la Transición, como una ópera rock de Jarcha que alababa a Primo de Rivera en 1975 o una canción de Víctor Manuel elogiando a Franco en 1966.  Como momentos clave de ese fin de la contracultura que el autor menciona en el texto señala, entre otros, a dos: la ley Miró de 1983, que en su opinión alentó “una cierta domesticación ideológica y expresiva, que detuvo cualquier posibilidad de disidencia” en el cine, y la muy elogiada y mitificada Movida madrileña, que ve mucho más adocenada que la contracultura auténtica de años precedentes. En el último capítulo, el autor muestra una fascinación quizá algo desmedida por la youtuber Soy una pringada, en la que percibe la continuación de la contracultura de los años 70. Cómo acabar con la contracultura es un viaje a los márgenes, una historia no convencional de la reciente historia cultural y social en España. Una obra altamente recomendable. 

Comentarios