El anuncio de Gillette y el rearme del machismo

Un anuncio de televisión no parece el mejor sitio para reivindicar causas sociales, por justas y necesarias que sean, porque siempre queda la duda de cuánto de convicción y cuánto de afán comercial hay en el spot. Las críticas al anuncio de Gillette en el que se ataca la masculinidad tóxica, sin embargo, no van por ahí, no cuestionan que una marca comercial se posicione en un debate social, sino que proceden del cabreo porque se posicione donde no les gusta a quienes lo critican. Las reacciones a ese anuncio son la mejor demostración de que esa masculinidad tóxica existe, vaya si existe. También es una buena prueba de hasta qué punto el machismo se está rearmando. Cuanto más avanza el discurso feminista (recordemos: defender la igualdad real entre hombres y mujeres, esa idea tan loca), más se rearma el machismo, para que nada cambie, para ridiculizar y atacar a quienes defienden un discurso igualitario, para obstaculizar cualquier avance que haga de la sociedad un lugar más habitable, más decente, más digno. 


En el anuncio de Gillette aparecen, al comienzo, determinadas actitudes machistas, determinados roles que las convenciones sociales atribuyen al hombre. Ya se sabe. Los hombres no lloran, los gags cómicos que tratan a las mujeres como objetos son muy divertidos y demás. Pero en la segunda parte, todo cambia. Hay hombres que afean a otros esas conductas machistas. Hay padres que separan a sus hijos cuando se pelean. Hay otra masculinidad, la que salva a los propios hombres del machismo, la que ayuda a construir una sociedad más justa. En el anuncio, Gillette parece posicionarse del lado de los segundos hombres. Los críticos del anuncio, por el contrario, parecen posicionarse más bien del lado de los primeros. Se ofenden tanto, tal vez, porque se ven reflejados en ellos y en sus actitudes. 

Hay un muy peligroso rearme del machismo que probablemente el movimiento feminista no supo predecir lo suficiente. Pero es innegable. Determinados movimientos políticos se alimentan, sin duda, de ese rearme, de esa impresión de muchos hombres de sentirse atacados, pobres, porque se reivindica una sociedad igualitaria sin machismo. Hombres, por ejemplo, que ridiculizan el debate sobre el consentimiento sexual, porque les debe de parecer muy terrible eso de que en una relación sexual las dos partes decidan libremente lo que se hace o no se hace. Hombres que, ante un caso de violación o asesinato, se apresuran en emplear ese discurso del "no todos los hombres", es decir, que parecen más preocupados por decir que ellos no hacen esas cosas feas en vez de condenarlas de forma enérgica. Hombres que ven en cada crimen machista simplemente un crimen, un acto de violencia más, sin entender el agravante del machismo, sin comprender qué es el patriarcado, palabra que les da mucha risa. 

Todos esos "no me gusta" al vídeo de Gillette demuestran hasta qué punto es cierto que existe esa masculinidad tóxica. La de los hombres, hombres. Los de verdad. Los hombres que piensan que las mujeres se están poniendo muy histéricas con eso de pedir un trato justo, igual que el de ellos. Los hombres que dedican muchos esfuerzos a reírse del lenguaje inclusivo y ninguno a denunciar la brecha salarial. Los hombres que, después de dos siglos de dominación de los hombres sobre las mujeres, se sienten amenazados porque una parte de la sociedad pide que se trate igual a la mitad de la población, que no se la discrimine sólo por ser mujeres. Los hombres que creen que el feminismo es lo mismo que el machismo, pero al revés, cuando en realidad el feminismo es el antídoto del machismo. 

No queda muy claro qué les parece peor a los críticos del anuncio de marras, si que el sentir de la sociedad esté más con esos segundos hombres que muestra el vídeo y no con los primeros o, claro, ese argumento infalible del "no todos los hombres". Es decir, que la inmensa mayoría de los crímenes los cometan hombres no significa que todos los hombres sean criminales. Claro. Pero, tal vez, se podría salir de este argumentario de parvulario para reflexionar sobre una realidad difícilmente negable, la del patriarcado, la del machismo imperante en la sociedad. Si un hombre no tiene todos esos tics machistas de la primera parte del anuncio de Gillette, ¿por qué le ofende tanto salir reflejado después, en la segunda parte, como sí es? ¿O es que sí es como el de la primera parte y está harto de que le afeen que eso que siente se llama machismo y está mal, porque discrimina a la mitad de la población? 

Quienes no ven el patriarcado, quienes cierran los ojos ante las evidencias de que el machismo existe y mata, quienes niegan que la mujer lleve siglos discriminada ante los hombres (aunque haya habido avances, que tal vez ellos consideren retrocesos, todo puede ser), esos mismos negacionistas del machismo, ven sin embargo con nitidez que existe una "dictadura de la ideología de género", que es como ellos llaman a esa idea radical de que las mujeres tengan los mismos derechos que los hombres y que las personas no heterosexuales gocen de los mismos derechos que el resto de ciudadanos. Los negacionistas hablan de una dictadura asfixiante que busca, dios santo, qué horror, la igualdad. Hay un rearme peligroso del machismo, que da la cara, además, impulsado por el partido de las tres letras y porque se está legitimando su discurso. Porque pudiendo titular "unos señores machistas se cabrean con un anuncio de Gillette", se titula "Un polémico anuncio de Gillette incendia las redes", o algo así, blanqueando el machismo y obviando que si alguien ve polémico que se defienda la igualdad, tal vez, sólo tal vez, el problema lo tiene esa persona. Peligrosos tiempos estos en los que proclamar la radical idea de que las mujeres tengan los mismos derechos que los hombres resulta polémico. 

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