Florentina

"En Brasil, los muertos a veces dictan libros. Los espíritus de los muertos pueden dictar libros muy largos, doscientas páginas de fluido relato. Cuando un espíritu le dicta a alguien, el elegido por el espíritu escribe de corrido. El que escribe lo hace con la letra del muerto que dicta. ¿Podría mi abuela ponerse a dictar? Mi abuela no era de ponerse a contar cosas por extenso, uno puede ir juntando lo que ella contó eh distintos momentos, y lo que otros recuerdan, pero es difícil imaginar a mi abuela dictando doscientas páginas. Su mundo de frases cortas no se corresponde con una narración fluida. Tampoco suena muy posible que la letra se parezca a la de mi abuela, que apenas escribía su propia firma". 

Este delicioso pasaje resume bien el encantamiento que provoca en el lector Florentina, la pequeña gran novela de Eduardo Muslip, editada por Caballo de Troya. No tiene doscientas páginas, sino poco más de cien, pero sobran para mostrar una voz narrativa extraordinaria, que envuelve al lector desde la primera página con su prosa fluida, como dictada por la abuela Florentina a la que se rememora en el libro, a la que se consagra toda la obra. Es un libro recorrido de inicio a fin por la memoria, por el recuerdo de Florentina, llegada a Argentina desde Galicia, que en estas páginas aparece un poco como la tierra encantada y misteriosa que es. Más que llegada a Argentina, enviada allí por sus hermanos contra su voluntad.


El tono de la novela es todo. Su estilo personalísimo, delicado, brillante en su sencillez. No hay trama. No pasa realmente nada. No hay diálogos. Es el poder de una narración impecable, sin alardes estilísticos, sin fuegos de artificio, con una naturalidad y una fluidez asombrosas. Su propia reducida extensión contribuye a reforzar esa idea: lo sencillo no está reñido con lo talentoso. A veces bastan con unas pocas páginas para enamorar al lector. No hacen falta historias de muchos personajes, ni temas épicos, ni recorrer distintos tiempos. El recuerdo de la abuela. Nada más. Y nada menos. No pasa gran cosa en esta obra, porque lo que pasa es la vida, en los detalles, en las frases cortas de Florentina, en lo que el narrador, de niño, escuchaba decir sobre ella. 

Es un libro del que uno no quiere salir, por el que va pasando las páginas sin apenas darse cuenta. Es la literatura en su esencia más pura: la de contar una historia, de la de contarla de la mejor forma posible. Y en estas páginas se roza la perfección. Hay algo en esa gozosa sencillez, en esa forma fluida y exquisita de contar la historia de Florentina, que fascina. Y es algo difícil de explicar, pero que se antoja aún más difícil de conseguir a la hora de escribir. Parece fácil, porque de eso se trata, pero detrás se intuye un trabajo de artesanía delicada con las palabras. La abuela Florentina, que nunca se terminó de adaptar del todo a Argentina, que recuerda su vida en Galicia. Su familia argentina, que la tiene de casa en casa. Su personalidad y su carácter, de natural silenciosa, pero que de cuando en cuando lanza algunas frases explosivas o algunos refranes cargados de sabiduría. 

No hay sensiblería de ninguna clase en este libro. Ni tampoco es un recuerdo fantasioso teñido de imaginación. El mérito no es tanto lo que se cuenta, sino el modo en que se cuenta. Esos detalles en los que el narrador se fija y en los que se recrea, como la descripción de la sala donde recuerda a su abuela. O la construcción de algunos personajes de los que solía hablar Florentina. Y esa sospecha final, esa duda misteriosa, ¿escribirá Florentina su propia historia a través del narrador? Dos de los libros que más me han atrapado este año están editados por Caballo de Troya, ya que hace unos meses me deslumbró Umbra, de Silvia Terrón

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