Un año del #MeToo

Hoy se cumple un año de la publicación de The New York Times sobre la multitud de abusos a mujeres del productor de Hollywood Harvey Weinstein, hasta entonces, intocable, todopoderoso. Esa noticia desató una campaña feminista sin precedentes, el #MeToo, en la que miles de mujeres en todo el mundo compartieron los abusos, desprecios y situaciones de desigualdad sufridas a lo largo de su vida. Lo que comenzó siendo la denuncia de la actitud depredadora de un productor de cine acabó desatando la mayor oleada feminista que se recuerda, un cambio de paradigma, un torpedo en la línea de flotación del machismo que impera en esta sociedad. Se cumple un año del comienzo de esta movilización global y el balance es abrumadoramente positivo, aunque también hay algún aspecto negativo, sobre todo, el intento de rearme del patriarcado, que utiliza cualquier resquicio para intentar reaccionar con una regresión a este justo grito de igualdad


Hay confusión en muchos hombres sobre lo que está pasando. Lo que sucede desde hace un año es algo tan sencillo como que el acoso se empieza a llamar acoso. Durante demasiado tiempo se vio como algo normal lo que no puede serlo. Y las mujeres, y algunos hombres aliados de su justa causa, han gritado basta, nunca más. Y es muy inspirador ver a tantas mujeres compartiendo sus historias, alzando la voz. La brecha salarial, los tics micromachistas, los comentarios repugnantes de machotes que desprecian a las mujeres y las ven como un objeto, las declaraciones de señoros muy ofendidos por este resurgir del feminismo, la confusión que considera que el feminismo es lo mismo que el machismo, pero al revés, cuando es su antídoto... 

Hemos aprendido muchas cosas este año. Muchas. Sobre todo los hombres, los que más tenemos que callar y escuchar ante este necesario resurgir feminista. Se ha generalizado, por ejemplo, el término mansplaining, que se refiere a la muy frecuente actitud de hombres que lo explican todo a las mujeres, incluso cuando las mujeres tienen muchos más conocimientos que ellos. Una realidad que todos apreciamos a diario, pero que probablemente no nos habíamos parado a observar. Como tantas otras. Como el hecho de que las mujeres tengan que esforzarse el doble para llegar al mismo puesto laboral que un hombre. Como que haya determinadas cuestiones que sólo se les planteen a ellas, jamás a ellos. 

Aún hay quien dice defender los derechos de las mujeres, pero no ser feminista. Esto responde directamente al intento de rearme del patriarcado del que hablábamos más arriba, y que considero muy evidente. Ante tal despertar feminista, al fin, ante el cambio de mentalidad y sensibilidad social, el patriarcado, encarnado por quienes no quieren que nada cambie, a quienes les va muy bien en esta situación de desigualdad, se revuelve a la contra. Y aprovechan cualquier ocasión para intentar detener este cambio. Creo que, afortunadamente, es un empeño vano, absolutamente estéril. No se pueden pelear contra el tiempo. No se pueden negar al avance de la sociedad. Pero lo intentan, vaya si lo intentan, con toda clase de estrategias. La más habitual, sin duda, es ridiculizar las posturas de las feministas y presentarlas como unas peligrosas radicales. También es muy frecuente el recurso de erigirse como adalides de la libertad de expresión y de lo políticamente correcto, es decir, de su derecho a seguir haciendo chistes de mujeres tetudas que queman tarjeta. 

Pero el cambio es imparable. Todo ha cambiado. Necesitamos más perspectiva para valorar la trascendencia de la irrupción del movimiento #MeToo, pero indiscutiblemente va camino de ser algo histórico. A raíz de esta campaña, el pasado 8 de marzo se celebró la primera huelga de mujeres de la historia en todo el mundo, para reflejar todas las desigualdades a las que se enfrenta aún la mitad de la población. Gracias al #MeToo todos (es un decir) entendemos mejor que el feminismo es esa idea radical de defender que las mujeres sean tratadas como seres humanos, que tengan los mismos derechos que los hombres. Punto. Nada más. Nada menos. Gracias a esta campaña nos chirrían imágenes como las del comienzo del año judicial sin una sola mujer, o tantos otros foros sin presencia de la mitad de la población mundial, o casi, que antes veíamos con más frecuencia. 

También gracias a este movimiento se ha abierto un necesario debate sobre la representación de historias que no sean de hombres blancos heterosexuales en el cine o la televisión. No por cuotas, no, sino porque llevamos demasiado tiempo dejando de contar muchas historias, esquivando visiones atractivas de la realidad, evitando otras sensibilidades. Probablemente, sin el #MeToo tampoco se habría extendido tanto la indignación por la distinción que hace la ley entre lo que es abuso y violación, como si fuera necesario que la mujer se resistiera y pusiera en riesgo su vida para que el agresor fuera condenado por violación

Se ha avanzado mucho en visibilidad este año, pero seguimos en un punto muy alejado del final del camino de la igualdad. Siguen asesinando a mujeres por el mero hecho de serlo. La desigualdad sigue siendo inmensa en las sociedades occidentales y estratosféricas en el resto del mundo. No hay que relajarse, hay que seguir luchando. El patriarcado seguirá aferrándose a su estrategia de ridiculizar al movimiento feminista, intentando asociar algunas posturas radicales minoritarias como representativas de todo el movimiento, o desechando cualquier debate que les resulte incómodo, como el del consentimiento sexual o el del lenguaje inclusivo, porque resulta mucho más cómodo caricaturizar al de enfrente que intentar comprenderlo y llegar a acuerdos. Queda mucho por avanzar, sí, pero el #MeToo ha sido lo más inspirador en la lucha feminista en muchos años. 

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