La patria del conocimiento

La entrega de los premios Princesa de Asturias tienen una incuestionable importancia política, ya que en esta ceremonia el rey pronuncia su discurso más personal, en el que siempre desliza referencias más o menos directas a la actualidad. Es una lástima que este aspecto ensombrezca un poco lo realmente importante, el ejemplo de los galardonados, la fascinación que despiertan sus vidas y sus obras. El teatro Campoamor de Oviedo acoge cada año uno de los premios internacionales más reconocidos a la cultura, la ciencia y el arte. Cada mes de octubre llegan a la capital asturiana procedentes de todo el mundo personalidades que comparten su saber, su admirable labor, sus avances científicos, su pasión por el conocimiento. Oviedo es una fiesta de cultura y valores. Y eso importa mucho más que cualquier otra consideración, desde luego mucho más que la aburrida y gris actualidad política, ese agotador intercambio de frases o tuits que no conducen a nada y alimentan rifirrafes de pacotilla que mantienen el ruido e impiden abordar cuestiones realmente trascendentes.


En los últimos años, por ejemplo, buscar en el discurso del rey mensajes velados a Cataluña se ha convertido en una tradición que desmerece el auténtico atractivo de estos premios. Afirmó el rey, glosando las virtudes de los galardonados, que todos ellos pertenecen a “una misma patria: la patria del conocimiento, de la cultura, de la ciencia y de la solidaridad. Una patria de fronteras trazadas por la sabiduría, la entrega a unos ideales, el esfuerzo y la inteligencia”. No se puede describir mejor. Esa patria importa, y desde luego inspira, mucho más que las otras. Por eso, del discurso del rey, y de toda la ceremonia en general, atraen mucho más las referencias a la labor de los premiados y su ejemplo que cualquier otra cuestión política menor. 

Como cada año, varios premiados hablaron durante la entrega de los Princesa de Asturias, para agradecer el reconocimiento y compartir sus pasiones, anhelos, reflexiones y preocupaciones. Todos los años despiertan admiración estos discursos, que generalmente son un oasis de tolerancia, cultura y conocimiento en estos tiempos ruidosos y confusos que nos ha tocado vivir. El filósofo Michael Sandel, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, ofreció un discurso vibrante y emotivo, como una de sus clases, tan célebres y cuya asistencia es tan deseada por miles de estudiantes. Comentó que su mujer es judía sefardí con orígenes en Sevilla y que ella y sus hijos han solicitado la nacionalidad española. También contó que, de joven, cuando dudaba entre dedicarse a la economía o la filosofía, un viaje a España resultó decisivo para él, ya que aquí se dedicó a leer obras de grandes filósofos que le cautivaron. "La filosofía no pertenece solo al aula sino también a plaza pública", contó, antes de compartir una hermosa historia de un hombre analfabeto en una fabela de Río al que la filosofía le salvó la vida. Reivindicó Sandel la filosofía por su capacidad para "hacerse preguntas sobre cómo debemos convivir". 

Habló después Alma Guillermoprieto, reportera mexicana reconocida con el premio de Comunicación y Humanidades. Un galardón que recibió como un reconocimiento a la labor de tantos periodistas que se juegan la vida para contar lo que ocurre en el mundo, sobre todo, en los lugares más arriesgados para este oficio. "En estos tiempos de rabia, rencor y división, juntos somos más", contó, para ensalza después la capacidad de los premios Princesa de Asturias de tejer lazos a nivel mundial a través de sus premiados. De nuevo, las patrias que de verdad importan. Guillermoprieto realizó un canto de amor al periodismo, sí, pero realista, pues reconoce que ya "se borraron las certezas y el mundo nos quiere mal". Con todo, siguió, "hacemos falta porque existe confusión", para contar, por ejemplo, las historias de los "migrantes a los que se vuelve a lanzar de una patada al mar". En su emotivo discurso, en el que se acordó de los 45 reporteros asesinados este año, dejó claro que los periodistas "no podremos enderezar la historia pero sí contarla".

Otra de las premiadas, Sylvia Earle, galardonada en la categoría de la Concordia, ha dedicado su vida a explorar el océano, así que comenzó su discurso hablando de exploradores de otra época como Cortés o Elcano, "todos hombres". Después contó que aún desconocemos la mayoría de la superficie del océano, pero que ya sabemos que es el motor del clima y el hogar de la mayor parte de la vida en la Tierra. "Sin azul no hay verde, sin océano no hay vida", zanjó. Alertó por ello de la desaparición de especies marinas y afirmó que aún estamos a tiempo de combatir la destrucción del océano. "Lo que hagamos en los próximos diez años determinará lo que ocurra en los próximos 10.000", afirmó. 

El último galardonado que pronunció un discurso fue Martin Scorsese, uno de los directores de cine más importantes de siempre, una leyenda viva. Habló con pasión del cine y de la relación entre los distintos creadores. "No hay ningún cineasta que exista de forma aislada", contó, ya que todos mantienen "una conversación en el espacio y en el tiempo". Contó Scorsese que "el cine se lee en el presente, siempre es el ahora", y que para él "las películas de Luis Buñuel están más viva que los tuit". También citó a Peter Bogdanovich para remarcar que “no existe una película antigua, sólo una película que no has visto”. Pidió más respeto al cine y a la cultura en general porque, dijo, vivimos en un mundo loco en el que "el arte se trata como si no fuera esencial para la vida". 

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