¿Cuánto vale el arte?

La relación entre la cultura y el mercado es siempre controvertida. Las representaciones culturales (un libro, un cuadro, una sinfonía, una película) no son unos objetos más, pero sí tienen un mercado propio. Sobre esta cuestión, la relación entre el valor y el precio del arte, reflexiona Isabelle Graw en el ensayo ¿Cuánto vale el arte? Mercado, especulación y cultura de la celebridad, editado por Mardulce. No sé si los expertos en la materia disfrutarán tanto como yo, que disto una eternidad de serlo, de estas páginas. Pero supongo que con que sólo lo hagan una mínima parte se darán por satisfechos. 

El ensayo resulta accesible para el lector no puesto en la materia y el punto de vista de la autora, que dirige la revista alemana de arte Texte zur Kunst, es muy interesante, porque huye de los trazos gruesos y de las verdades absolutas. Se agradece que busque siempre los matices, las distintas caras de esta poliédrica relación entre el arte y el mercado. El texto, como ella misma menciona en varios momentos del ensayo, está escrito en pleno boom del arte, al calor de la bonanza económica desaforada y con pies de barro que terminó conduciendo hace ahora justo diez años a la mayor crisis financiera desde el crack del 29. Pero la autora busca distanciarse de ese momento puntual de precios desaforados en las subastas y una imagen de globalidad en el mundo del arte, con nuevos coleccionistas de regiones distintas a las tradicionales, aunque Londres y Nueva York no perdieron nunca la capitalidad del mercado del arte. 


Una de las conclusiones del ensayo es que "el arte y el mercado son mutuamente dependientes, aunque conservan, ambos, cierto grado de autonomía". Por tanto, la autora se distancia de la visión cínica y bastante ignorante de quienes confunden valor y precio, otorgando más o menos prestigio a una obra en función de lo que se pague por ella en una subasta, pero también de esa otra que considera que toda obra de arte intoxicada por el mercado, y no digamos ya muy valorada por el gran público, se convierte automáticamente en una obra menor. Destaca Graw que durante las últimas décadas se empleó cada vez con más frecuencia al mercado como árbitro en el mundo de arte. Pero incluso entonces, escribe, "el valor de mercado seguía necesitando representar un 'valor simbólico' como legitimación final”. 

La autora afirma que "el mercado no siempre tiene la razón ni establece un precio justo" y reflexiona sobre la necesidad que tiene el mercado de ese valor simbólico de las obras, ese algo intangible y no cuantificable con dinero, de las obras de arte. Pone como ejemplo la práctica cada vez más extendida de las galerías que contratan a historiadores para escribir ensayos sobre sus autores, prueba de que “el valor de mercado elevado tiene que ser apuntalado simbólicamente con teóricos reputados”. El lúcido punto de partida de la autora es el de quien no siente "ni fobia ni euforia por el mercado". Comparte algunas reflexiones de distintos pensadores sobre el arte, como Kant, quien define el arte como una finalidad sin fin, o Adorno, que pensaba que "las obras de arte dicen algo y, al mismo tiempo, lo ocultan”. 

El ensayo va más allá de esa pregunta inicial que se hace sobre cuánto vale el arte y quién y cómo establece ese precio. También hay reflexiones sobre el creciente papel del arte, y concretamente de la figura del artista, en los medios de comunicación. Una imagen, además, no inocente, según la autora, quien afirma que "en la imagen mítica del artista exitoso como un ser excepcional y radicalmente individual, el mandato neoliberal de hacerse cargo cada quien de sí mismo encuentra un eco perfecto”. En este sentido, tras la crisis del 2008, una crisis de ese sistema neoliberal del que habla la autora, se paralizaron las ventas de obras de arte y se cuestionó la autonomía del mundo del arte respecto de la economía, aunque a la vez se mostró una cierta autonomía. Siempre ese doble polo de dependencia y autonomía, de necesidad del otro y rebeldía. 

Una de las partes más interesantes del ensayo es la que la autora dedica a la cultura de la celebridad, en la que, naturalmente, Andy Warhol tiene un papel central. “Muchas de las estrellas de Warhol eran travestis, lo que de por sí resultaba ultrajante para la adusta heteronormatividad hollywoodense", escribe Graw, quien posa sobre Warhol, el excéntrico artista que convirtió su propia vida en una performance sin fin, una mirada llena de matices, de nuevo, sin fobia ni fascinación, como con el mercado. Warhol se describía a sí mismo como artista comercial. Recuerda la autora que "en el medio artístico de los años sesenta, estas declaraciones equivalían a autoestigmatizarse". Encuentra Graw en Warhol una mezcla de resistencia al mercado y oportunismo comercial

Más tarde comparte su visión sobre artistas conscientes del mercado, como Marcel Duchamp, quien despreció siempre el reconocimiento oficial; Hirst, que envió una obra suya a la casa de subastas Sotheby’s en 2008; Andrea Fraser, cuya obra Sin título es un vídeo que muestra a la artista teniendo sexo con su coleccionista; o la serie de exhibiciones The opening, de Carpenter, en las que pinta sus obras directamente en la inauguración, para plantear una reflexión sobre el tiempo que le quita al artista el negocio, los problemas burocráticos y los actos sociales. Todo eso y más encierra este ensayo atractivo y lúcido que aporta más luz sobre la particular relación entre el arte y el mercado

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