La revolución silencionsa

"¿Para qué sirve el comunismo si mata a comunistas?" Es la pregunta que se plantea un joven que vive en la Alemania del Este en 1956, esa que sólo tiene de democrático el nombre. Esa cuestión le lleva a plantear a sus compañeros de clase una sencilla protesta: guardar un minuto de silencio en el aula, en solidaridad con los asesinados en la revolución húngara de ese año, el levantamiento popular contra el régimen soviético en Budapest, que fue aplastado a sangre y fuego. Es una propuesta sencilla, íntima, nada más que un gesto en un aula, pero el Estado se lo toma como una terrible contrarrevolución, contra un inaceptable acto de rebeldía que debe ser investigado y castigado. Lo más terrible y perturbador de La revolución silenciosa, de Lars Kraume, es que no es una invención de su director, sino que está basada en un suceso real. Ocurrió de verdad lo que se observa en la pantalla, esa toma de conciencia de un grupo de jóvenes que no comprende cómo un Estado no tiene otra forma de defenderse que asesinando a sus conciudadanos. 

El extraordinario elenco de jóvenes actores que protagonista la cinta engrandece un guión más que correcto, que mantiene la tensión de inicio a fin. Entre los chavales hay defensores acérrimos del comunismo, ese sistema en el que han sido educados. Pero incluso en éstos la adhesión al régimen se abren grietas cuando les llegan noticias de Hungría. Todo comienza cuando dos de ellos viajan a la parte occidental de Alemania, con el pretexto de visitar la tumba del abuelo de uno de ellos, y con el propósito real de respirar fuera de su país opresor, de ir al cine, de ver electrodomésticos que ni imaginan en sus casas en los escaparates de la Alemania del oeste. Y es en el cine donde reciben noticias de la opresión en Hungría a los manifestantes, que reclaman la marcha de las autoridades soviéticas. Esas protestas que, claro, en los medios próximos a la República Democrática alemana se presenta como una contrarrevolución fascista. 


Los jóvenes quedan conmovidos por los sucesos de Hungría y siguen su evolución escuchando una radio occidental clandestina en la caseta del tío de uno de ellos. Es un personaje central en el filme, un hombre crítico en el régimen que vive libre y sin hacer daño a nadie en una cabaña en medio del bosque. Él les permite escuchar esa radio clandestina y les transmite la importancia de pensar por sí mismos. Él también les hace ver por primera vez que con su pequeño gesto de protesta han pasado a ser enemigos del Estado, porque "ningún sistema quiere a librepensadores". 

Ninguno de los estudiantes es consciente de las graves consecuencias que su acto puede implicar. No pueden imaginar que un simple minuto de silencio, sin declarar siquiera a qué se debe ese acto de protesta, les puede arruinar la vida. No cuentan con la psicosis de un Estado autoritario que quiere controlarlo todo y que impide a sus ciudadanos abandonar el país. La cinta está ambientada en 1956, cinco años antes de que comience a levantarse el Muro de Berlín, máxima representación de la locura de ese régimen incapaz de retener a sus ciudadanos si no es por la coacción y la fuerza. Los jóvenes se ven de pronto en una situación dramática, en la que se debaten entre poder seguir adelante con sus vidas, que pasan por licenciarse y encontrar un trabajo en su país, o mantener la lealtad al grupo y a la causa justa por la que protestaron, el apoyo a los ciudadanos húngaros asesinados sólo por manifestarse. 

La cinta, una necesaria y poderosa vacuna contra cualquier tentación autoritaria independientemente de cuál sea la ideología en la que se ampare, habla de la necesidad de comprometerse (“¿qué sentido tiene una revolución que sólo está en nuestras cabezas?”) y de cómo con frecuencia en la historia (por no decir siempre), los revolucionarios terminan replicando en el poder el mismo estado autoritario contra el que se rebelaron). En la película se observa, por ejemplo, el cínico saludo de “amistad” con el que los alumnos saludan a sus profesores y a todo el mundo. Ese cinismo y esa falsedad de un Estado autoritario, que empieza pervirtiendo el lenguaje (se llama democrático) y termina pervirtiendo todo lo demás. Es una historia impactante, que necesita ser recordada. Este hecho real está en la letra pequeña de la Historia, sí, pero demuestra con claridad el poder devastador de un Estado totalitario sobre la vida de personas corrientes. 

Comentarios