Culturas de cualquiera

"Cuando encuentres que estás del lado de la mayoría, es hora de hacer una pausa y reflexionar”, escribió Mark Twain. Sin duda, todo lo pensado desde los márgenes es, de entrada, interesante y merece atención. Culturas de cualquiera, de Luis Moreno-Caballud (Acuarela & Machado) cayó en mis manos por casualidad y me atrajo su título. Discrepo de varios de sus planteamientos, pero no pierdo el interés en ningún momento. Es un libro de parte (como todos), que no pretende presentarse como un ensayo objetivo. No lo es, desde luego. Se escribe desde una posición determinada y muy clara,  extraordinariamente crítica con lo que llama la "cultura de la transición" y con las élites culturales, las que forman ese "saber-poder" de quienes son "los que saben" y, por tanto, mandan e imponen los criterios aceptables. 

Hay pasajes del ensayo que me chirrían, como cuando olvida cualquier responsabilidad individual en quienes entraron en hipotecas de altos importes antes de la crisis, en los tiempos de la burbuja, como si alguien les hubiera forzado a ello. Pero, sin duda, su visión crítica de la realidad resulta atractiva. Critica, por ejemplo, cómo el dinero se ha convertido en la medida de todo valor social. Aunque suene algo cándido, también es interesante su reflexión sobre la tecnificación de la economía, antes puesta al servicio del bienestar o la felicidad común, de una vida digna, y sus críticas al paso del capitalismo industrial al financiero.



El autor se remonta al desarrollismo franquista para afirmar que las culturas populares se han ido arrinconando. Por ejemplo, afirma que hasta 2014 la RAE, que se dedica a recoger el uso del lenguaje, no a orientarlo ni decir cómo debería ser, recogió una acepción de rural como “inculto, tosco, apegado a cosas lugareñas”. Por momentos, parece el autor añorar los tiempos de la autarquía de Franco, mientras critica la “europeización neoliberal”. A ese discurso, me parece, le faltan unos cuantos matices, aunque es cierto que no cae en la idealización de esas culturales rurales que han ido perdiendo terreno, que no han entrado en la cultura reconocida por las élites. 

Moreno-Caballud, que es profesor de literatura y cultura española en la Universidad de Pensilvania, cuestiona el relato elogioso y acrítico de la transición, en una de las partes más atractivas del libro. Habla de maniobras elitistas y opacas y recuerda un artículo de Rafael Sánchez Ferlosio en 1984, La cultura, ese invento del gobierno, con el que comparte varios planteamientos. Muestra a una cultura oficial de la transición muy alejada del papel de creador incómodo que deberían ejercer. También critica a a Juan Benet y su idea de que “la vida literaria sólo puede tener interés por el estilo, nunca por el asunto”. El autor se rebela contra la despolitización de la novela moderna, que da más importancia a la forma que al fondo, y que se presenta siempre como la creación de un talento individual y no como una creación colectiva y una forma de autorrepresentación. 

En el ensayo se alaba la contracultura underground, que en su opinión degeneró en la movida, la cara adocenada y socialmente aceptable de aquella. El autor cree que la cultura también debe escandalizar, fuera de los márgenes de los grandes consensos y de lo que una élite establece como representación cultural aceptable. No salen bien parados varios de los intelectuales de las últimas décadas en España, como Javier Marías. De algunas de sus columnas escribe que son críticas al poder político y económico que han nacido ya, en cierto sentido, muertas. 

El autor alaba las críticas a la ley Sinde, la que perseguía la piratería. Y es una de las partes en las que más me cuesta conectar, con las que más discrepo. Porque no termino de ver como héroes a quienes comparten un contenido cultural sin respetar los derechos, que no son los de los grandes estudios de Hollywood, o no sólo, sino la de las miles de personas que trabajan en torno al sector cultural. El mundo del software libre se presenta aquí como la vanguardia de una nueva forma de entender la cultura y el autor no duda en alabar a quienes subtitulaban capítulos de series para colgarlos en webs pirata. No crean un valor colectivo, sino que cogen las creaciones de otros y las comparten, saltándose la ley. 

Por otra parte, es innegable lo que escribe el autor de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y la Marea blanca en defensa de la sanidad pública, ejemplos de éxito colectivo y de grupos sociales sin jerarquías que marcan la agenda. Del 15M destaca su “potencial de creación de formas de vida colaborativas y de culturas democráticas a largo plazo”. También se acerca a distintos ejemplos de cultura autogestionada, desde la editorial Traficantes de sueños al centro público Medialab Prado, con su componente de democratización. El autor critica que las instituciones concedan a  los proyectos autogestionados un papel meramente folclórico, algo que queda claro, por ejemplo, en el desprecio a los medios comunitarios. De entre esos ejemplos, me llama especialmente la atención Seminario Euracs, que carga contra la lengua muesli, “esa lengua normalizada, estandarizada y pretendidamente transparente que lo invade todo”. Culturas de cualquiera, en fin, es un libro sugerente y provocador que dispara contra todo, lo cual permite disfrutarlo incluso cuando no se está de acuerdo con él. 

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