Paquita Salas

Además del talento y la frescura, los proyectos como directores de los Javis (Javier Calvo y Javier Ambrossi) comparten su éxito arrollador precedido por unos comienzos modestos. La llamada, ese delicioso y alocado musical que sigue en cartel en el Lara, comenzó en el hall del teatro, como un proyecto pequeño destinado a ser efímero. Terminó convirtiéndose en un fenómeno y casi en una filosofía de vida ("lo hacemos y ya vemos"), que dio el salto al cine, en una encantadora y divertida película fiel al espíritu del musical teatral. La serie Paquita Salas ha seguido un camino similar. Comenzó en 2016 como una pequeña serie web en la plataforma Flooxer, pero acabó saltando a Netflix, que ha producido su segunda temporada, estrenada recientemente, en la que se conserva la frescura de la primera y esa mezcla de comedia y ternura que caracteriza a los trabajos de los Javis. 


La segunda temporada tiene la misma estructura que la primera, cinco capítulos cortos, con formato de pseudodocumental, en los que se asiste a las peripecias de Paquitas Salas (inmenso Brays Efe), una representante de actores muy venida a menos y bastante desfasada. Su situación financiera es bastante lamentable ("¿tú tienes 66.000 euros?") y se enfrenta a la quiebra de su agencia de representación, PS Management (pronunciado así, tal cual). Es un personaje sencillamente inclasificable. Su trago preferido es Larios con torreznos, siempre tiene a mano alguna caña de chocolate con la que saciar la ansiedad. Es una mujer a la que el tiempo le ha pasado por encima, pero que sigue aferrada a una época que ya pasó. Tiene el encanto de los perdedores. Las personas triunfadoras, las que son perfectas, aburren soberanamente. Ella es diferente. El espectador se ríe mucho de la serie, pero jamás de Paquita, sino con ella. Es algo así como una antiheroína, una mujer con la que es imposible no empatizar. 

La serie es libérrima, maravillosamente excesiva, delirante, desacomplejada, cañi, hilarante y tierna. Tan pronto aparecen Andrés Parajes o Ana Obregón como se hace referencia a series televisivas del pasado o del presente. Juega a la nostalgia noventera y conecta muy bien con una generación que también recuerda Compañeros, A las once en casa o Médico de familia. De nuevo, sin completos. Es un puro ejercicio de libertad creativa, sin prejuicio alguno. Una bocanada de aire fresco. La segunda temporada de la serie es aún más redonda que la primera. Tiene más cameos, pero estos no distraen la atención de la protagonista absoluta, esa Paquita Salas desencadenada que comienza la temporada en plan zen, pero pronto acaba clamando al viento "no estoy loca, estoy hasta el coño". Junto a ella, Magüi (siempre sensacional Belén Cuesta) y Lidia San José, que gana presencia en la serie y es el eje de un tercer capítulo muy emotivo. También merece mención especial el personaje de Noemí Argüelles, a quien da vida Yolanda Ramos

La historia atrapa y se hace corta, aunque es cierto lo que se dice sobre la esencia guardaba en frasco pequeño. De hecho, el formato de la serie es uno de sus grandes aciertos. Capítulos cortos, siempre emocionantes, especialmente cuando a los personajes se les va de la manos la situación que viven. En el fondo, es una historia de personas vulnerables que intentan salir adelante en un mundo, el de la interpretación, en el que fuera de los focos no todo es tan deslumbrante como aparenta. El quinto capítulo de la segunda temporada, que pone fin a esta tanda de episodios, es especialmente brillante, con un viaje al pasado de Paquita, a sus comienzos en PS Management. Maravillosa la broma auoreferencial del fax, como aquella del spam en el correo electrónico con el que comienza la historia. 

A través de diálogos frescos y ágiles, con unos personajes de los que es imposible no encariñarse, la serie transmite una cierta forma de ver el mundo, la misma que reflejaba La Llamada. Desde la selección musical (A mi manera, No controles) a la libertad con la que se cuenta cada trama, Paquita Salas conecta con el espíritu de "lo hacemos y ya vemos", con la filosofía de ser uno mismo y defender la diferencia. Es una serie encantadora, que hace reír, pero también emociona. Termina la segunda temporada con En el punto de partida, de Rocío Jurad), y no podemos tener más ganar de saber cómo continúa la historia. Larga vida a Paquita Salas. 

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