Casi 40

Hay una escena en la exquisita Casi 40, la última película de David Trueba, en la que se habla de cómo la industria musical ha ido dejando sin espacio a artistas o grupos no mayoritarios, para los que no se dan las mínimas condiciones para vivir de su música. Algo similar ocurre con frecuencia con el cine en España, un sector cada vez más polarizado entre grandes producciones con el impulso promocional de un grupo televisivo y pequeños filmes, que lo tienen difícil para salir adelante, mantenerse en pantalla más allá de un par de semanas y aportar, en fin, diversidad a las carteleras. Por fortuna siguen quedando pequeños locales como los que salen en esta cinta, oasis, espacios de resistencia. Y, claro, siguen quedando películas pequeñas pero imprescindible, modestas y encantadoras como esta cinta, secuela de La Buena vida, estrenada en 1996, con los mismos protagonistas, Lucía Jiménez y Fernando Ramallo, entonces adolescentes. 

Casi 40 es una película reflexiva, tierna, sensata, lúcida y extraordinaria en su normalidad más absoluta. No pasa prácticamente nada en la cintos. Hay largos diálogos, miradas, gestos, guiños al pasado. No pasa nada, mientras pasa todo. Es de esas cintas en las que el cine se parece a la vida, con sus anhelos, sus tiempos muertos, las conversaciones que le dan sentido. La cinta, pausada, sin fuegos de artificio, delicada, ofrece reflexiones sobre el amor ("una batalla contra uno mismo"), y también sobre la creación artística, la amistad y, por genérico y cursi que suene, la vida. Se muestra ese contraste entre lo que se quiso ser y lo que se es en realidad, esa necesidad de aceptarse y quererse a uno mismo, aunque los sueños del pasado hayan quedado aparcados.


Los dos protagonistas de la cinta creen ayudar al otro, y a su manera lo hacen. Él tiene una coraza de libros e historias que le llena y resguarda en parte, pero  vive envuelto en la melancolía. Siempre le gustó más el cuento que la vida, se escucha en un momento del filme. Ella tuvo una carrera musical exitosa, pero ahora está retirada, es madre de dos hijos y está casada con un exfutbolista. Ambos se reencuentran para una gira en pequeñas librerías, en la que él intenta animarla a retomar su carrera musical, y ella busca animarle y dar un empujón a su vida. Hablan de todo y de nada, del pasado, del transcurso de su vida en los últimos años, de novios pasados, de su vida presente, de sexo, de música, de literatura, hasta, ya puestos, de España. La cinta, una road-movie por los campos de Castilla, permite a ambos protagonistas aparcar un poco su vida, como ocurre siempre en los viajes, abrir un espacio de suspensión de la cotidianidad

Los dos protagonistas bordan su papel, hacía tiempo que no veía a dos intérpretes tan cómodos en una cinta. Lucía Jiménez, además, canta las canciones que articulan la historia. Temas de esa carrera pasada de su personaje, como Todo me recuerda a ti, la que siempre le pedían en los conciertos, de la que está bastante harta ("¿tú te imaginas cómo tiene que estar Serrat de que le pidan Mediterráneo todo el rato?"), y otros más recientes, como ese bello tema, Casi 40, compuesto por Trueba y por Jiménez, que da nombre al filme y, de alguna manera, resume su espíritu. La cinta es deliciosa, incluso para quienes no hemos visto La buena vida (tarea pendiente que espero cumplir pronto). Imagino que lo será aún más para quienes disfrutaran de esa cinta, porque con este proyecto pequeño y encantador, David Trueba, que imprime de una sensibilidad propia exquisita a todo lo que hace, emula de algún modo a Richard Linklater y su trilogía de Antes del amanecer, Antes del atardecer y Antes del anochecer, en la que el autor de la inconmensurable Boyhood reflexiona en tres tiempos sobre las distintas fases de una relación de amor, con Ethan Hawke y Julie Delpy.  

Además de los dos protagonistas, en pantalla de comienzo a fin, en la cinta aparecen fugazmente Carolina África (en un papel desternillante)  y Vito Saiz, impecable y creíble siempre por pequeño que sea su papel. La película, una de esas pequeñas joyas que dan sentido al cine, deja momentos tan sencillos como conmovedores, y diálogos inteligentes e irónicos, como el momento "Hitler está ganando la guerra", por la proliferación de los gimnasios y esa obsesión por cuidar el cuerpo por fuera, aunque esté podrido por dentro y no se lea "ni un puto libro", o aquel otro en el que se cuenta que "al sector editorial le ha pasado lo mismo que al cine, cuando se comprobó que era más rentable vender palomitas y bebidas que entradas de cine, así que (casi) todo el mundo se dedica a vender palomitas. La masculinidad, la maternidad, la madurez o la crítica cultural también aparecen en Casi 40, una exquisita muestra de ese otro cine alejado de las multitudes y las palomitas, sin pretensiones pero con enorme calidad, más necesario e insustituible que cualquier otro, y ahora más que nunca. 

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