Ronda



Este fin de semana me he enamorado de Ronda, como hicieron tantas otras personas antes y como harán tantas después. La gente a la que conté que iba a visitar Ronda este fin de semana se dividían en dos grupos: quienes habían estado en la localidad malagueña y me hablaban maravillas de ella, y quienes no la conocían pero querían visitarla en algún momento, porque habían oído excelentes referencias. Yo estaba en este segundo grupo y me sumo ahora al primero con entusiasmo y aún fascinado. Ninguna fotografía le hace justicia a tanta belleza conmovedora e inenarrable. La privilegiada ubicación de Ronda la convierte en una joya poliédrica, hermosa por cualquier cara. La mires por donde la mires, te encuentres donde te encuentres, siempre terminas fascinado y boquiabierto. Da igual a donde dirijas tu mirada, no hallarás más que paisajes naturales extraordinarios, de esos que es inútil intentar describir con palabras, de los que emocionan.



Es imposible elegir un rincón de Ronda, un lugar desde el que la ciudad luzca más hermosa que otro, pero los Jardines de Cuenca (llamados así por el hermanamiento de Ronda con la ciudad castellanomanchega), optarían a ser uno de los lugares elegidos. Difícil concentrar más belleza que en esos rosales alzados frente al Tajo, ese desfiladero descomunal sobre el río Guadalevín, que ofrece un espectáculo asombroso. Uno queda embriagado ante tanta belleza, fascinado con esas vistas de la sierra al fondo y con esas formas caprichosas en la roca, con tan apabullante y hermosa vegetación, con caminos hermosos que permiten ir descendiendo hacia el río y contemplar desde más y más abajo ese Puente Nuevo en el que se funde la acción humana, un puente que permite cruzar el río, con la naturaleza, ese espacio natural rocoso tan imponente sobre el que está levantada Ronda. 

No es de extrañar que los viajeros románticos acudieran a la ciudad en el siglo XIX en busca de un paraje único. Un siglo después siguieron sus pasos otros artistas, como el director de cine Orson Welles, enterrado en la localidad, o el escritor Ernest Hemingway, atraído también por el toreo, ya que Ronda acoge la plaza de toros más antigua de España, que merece una visita al margen de que uno sea o no taurino. Ronda recuerda a todos esos artistas, de fuera y de dentro, que amaron la localidad y que acudieron a ella, fascinados por su belleza. Hay multitud de esculturas, bustos y placas con guiños al pasado que encierran las calles empedradas de esas calles de casitas blancas, por las que es delicioso perderse. 

En una placa que recuerda a Orson Wells, cuyos restos mortales descansan bajo la tierra rondeña, se lee que uno no es de donde nace, sino de donde elige morir. En la de Ernest Hemingway leemos que el escritor estadounidense aspiraba a escribir cómo se torea en Ronda, “sobrio, de repertorio limitado, simple, clásico y trágico”. 

Tras los pasos de todos esos viajeros románticos, de todos aquellos personajes cautivados por Ronda, visitan hoy la ciudad malagueña personas de todo el mundo. Hay mucho turismo en Ronda, sobre todo internacional. Es la principal industria de la ciudad y, al menos en apariencia, la localidad sabe convivir con este fenómeno, que suele ser un arma de doble filo no siempre manejable. No hay aglomeraciones insoportables en ningún momento y las calles de la ciudad difícilmente pueden estar más limpias y cuidadas. 

La simpatía de los hogareños con los visitantes es exquisita, lo que hace aún más agradable la estancia en una ciudad que tiene en su insuperable enclave su principal punto de interés, pero no el único. Esas callecitas y esas plazas en las que la vida parece avanzar a un ritmo distinto, la mencionada plaza de toros, la alameda del Tajo o una multitud de museos, como el del bandolero, atraen también al visitante. Hay una sensación de armonía en Ronda, de que todo está en su sitio y nada puede ser mejor. Los músicos callejeros, que acompañan con su guitarra española el tapeo, la comida o las mañanas de observación de la naturaleza que uno alargaría toda la vida, también contribuyen a hacer inolvidable una visita a Ronda


Y también se come muy bien en la ciudad malagueña, algo que se da por descontado en cualquier rincón de España. Ronda, también en este aspecto, cumple con nota. Como recomendación, Las maravillas, un restaurante excelente en Carrera Espinel, calle peatonal y comercial de la ciudad, con platos típicos y modernos, con una presentación muy cuidada. Indescriptible el rabo de toro, magnífico el coulant de pulpo (sí, de pulpo) y excelente la tarta de zanahoria. Para tapear, cualquier terraza es una buena opción, como también lo son las heladerías cuando aprieta el sol. Todo acompaña en Ronda, ciudad de escandalosa belleza. Sin ninguna duda, uno de los lugares más hermosos que he conocido en todo el mundo. Asombrosa, fascinante, armoniosa, insuperable. 

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