Billions

No hay nada previsible en Billions, la excepcional serie de Showtime que emite Movistar y cuya tercera temporada es probablemente la mejor, y es mucho decir teniendo en cuenta la calidad de las dos anteriores. La serie, planteada inicialmente como el enfrentamiento entre Chuck Rhoades, un fiscal ambicioso interpretado por Paul Giamatti, y Bobby Axelrod, un multimillonario sin escrúpulos que gestiona un hedge fund, al que da vida Damian Lewis. En medio de esta rivalidad salvaje, en la que ambos están dispuestos a todo para destruir al enemigo, está Wendy (Magie Siff), uno de los mejores personajes de la serie, que es la mujer del fiscal y la psicóloga que ayuda a Bob a no perder el norte en sus inversiones y a mantener un equilibrio emocional que no afecte a su trabajo. Hay otros dos pilares de la serie: Mike Wagner (David Costabile), que es la mano derecha de Bob, un tipo cínico que es el clásico personaje que sería tan detestable en la vida real como fascinante es en una serie, y Taylor Mason (Asia Kate Dillon), un pupilo de Bob cuyo protagonismo no hace más que crecer a medida que avanza la serie. 


Las dos primeras temporadas muestran un antagonismo perfecto entre los dos protagonistas de la serie, que está muy lejos de ser una historia tópica y manida de un fiscal honrado e impecable que va contra un tiburón financiero. Es mucho más complejo, los personajes tienen muchas más aristas. Es eso, el atractivo de cada personaje, junto a unos diálogos impecables y un guión extraordinario que logra sorprender al espectador, lo que convierte a Billions en una serie especial, totalmente distinta a lo que cabría esperar si se lee su sinopsis. No hay caminos trillados, no hay salidas fáciles a sus tramas. Es una historia shakesperiana, muy teatral en ocasiones, con diálogos de una calidad muy superior a la media en este boom de series que vivimos desde hace años, con personajes ricos y complejos.  

Cuando el fiscal Rhoades avanzaba en su persecución de Bob, éste se encontraba presionado. Y, al revés, cuando Bob lograba victorias, Rhoades sufría. No era posible que ambos convivieran en equilibrio. Estaban dedicados obsesivamente a la destrucción del adversario, así que no había paz posible mientras el otro sobreviviera. De ahí que los dos sobrepasen en las dos primeras temporadas todas las líneas rojas, todas las fronteras imaginables. La ambición, el amor, el deseo, el odio, el poder de las pasiones, la forma en la que se disfrazan las debilidades, la psicología... Todo ello, es decir, la vida misma, componen una serie de enorme interés, que consigue en su tercera temporada un in crescendo fabuloso. 

La gran diferencia de esta tercera temporada con las dos anteriores (y aquí va un pequeño spoiler) es que, por primera vez, parece posible el equilibrio entre los dos protagonistas, dispuestos a colaborar para evitar su mutua destrucción. De pronto, exploran la posibilidad de firmar una tregua, de cambiar esa relación basada en el desprecio mutuo, en el propósito de destruir al enemigo, por otra de colaboración y acuerdo. No es una serie de buenos y malos, qué aburrido, sino más bien una historia de malos y más malos, cada uno a su manera. No hay buenos puros en la serie, hay seres humanos. Y tampoco hay malvados sin sentimientos. Pero sí hay mucha ambición, por ganar más dinero, por hundir a los rivales, por escapar de la acción de la justicia, por reforzar la posición, por ostentar el poder, por mover los hilos, por dominar a quienes les rodean. Ocurre lo inimaginable en la tercera temporada de Billions, transformando el hilo conductor de la historia en otros enfrentamientos, en otras tramas, más y más complejas. 

Además, en la tercera temporada aparecen dos nuevos personajes que enriquecen aún más el elenco ya de por sí atractivo de la serie: Jock Jeffcoat (Clancy Brown), un fiscal general de la América profunda que entrará pronto en colisión con el fiscal Rhoades, y Grigor Andolov (John Malkovic), un magnate ruso que tiene tanto dinero como poca ética. El final de la tercera temporada de Billions, tan brillante e impactante como el de la segunda, deja a los espectadores con ganas de más y abre un camino inexplorado en la serie, una relación diferente entre Bob y Chuck, con nuevos enfrentamientos y duelos. A veces se alargan las series sin sentido. Billions, por el contrario, no podría transmitir de forma más clara que aún le queda mucho por contar, que está en plena forma y puede seguir sorprendiendo en su nueva tanda de episodios, que ya aguardamos con ansia. 

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