De chalets y referéndums surrealistas

Si todos tuviéramos la misma capacidad de reconocer las contradicciones propias que de detectar las ajenas, sin duda viviríamos en un mundo más habitable. Pero no es el caso. Seguimos siendo mucho más capaces de afear las incoherencias al de enfrente que de saber ver las nuestras. Así es el ser humano. Así son muchos de los críticos con Pablo Iglesias e Irene Montero tras su compra de una casa de 600.000 euros en Galapagar, y así son los propios Iglesias y Montero, que fiscalizaron la vida privada y las decisiones personales de otros políticos, como la compra de una casa, mientras que ahora reclaman respeto para ellos, el mismo que no tuvieron para otros.


Es evidente que el escrutinio público a la compra de una vivienda por parte del líder de Podemos y de su número dos no es comparable al que haya tenido ningún otro político por una cuestión similar. Es obvio que los responsables del partido morado no han cometido ilegalidad alguna, pues se pagarán esa vivienda con sus ahorros y con una hipoteca pedida al banco (Caja de Ingenieros). También está claro, o eso creo yo, que criticar decisiones privadas de responsables públicos, como la compra de una casa más o menos lujosa, más o menos obsenamente cara, sin duda inaccesible para el español medio, genera a su vez una cierta contradicción en quienes lo hacemos, o al menos así lo veo yo, porque no deja de ser una cuestión de su más estricta intimidad. Es evidente que desconocemos las viviendas de Pedro Sánchez y Albert Rivera, y nadie les ha pedido detalles sobre ellas, ni mucho menos ha habido grupos ultras que han señalado sus hogares con pancartas de mal gusto. 

También es evidente que en algunas de las críticas a Iglesias y Montero esa actitud tan despreciable de quien cree de verdad que la única vivienda aceptable para alguien de izquierdas es una choza o, mejor aún, unos cartones debajo de un puente. Igual de evidente que es que la repercusión mediática del caso, una decisión de su vida privada, parece por momentos excesiva, sobre todo cuando alguien pretende compararla con escándalos de corrupción. Todo eso es cierto. Pero no es excluyente con otras obviedades, como que esta compra refleja una contradicción evidente entre el discurso público mantenido por ambos políticos de Podemos y su forma de vida privada

Alguien dijo alguna vez que conviene vivir como se piensa, porque si no se terminará pensando como se vive. Podemos asentó su discurso político en el contraste entre "la gente", los votantes humildes a los que ellos decían representar; y "la casta", los poderosos, los que viven en chalets a las afueras. Hay declaraciones de Iglesias preguntando si de verdad un político está legitimado para gobernar si se ha comprado un ático "de lujo" de 600.000 euros, más o menos, el mismo importe que ahora han pagado Iglesias y Montero. Reconozco que me genera una cierta contradicción criticar a los líderes de Podemos, porque no han cometido ningún delito y, sobre todo, porque no soy quién, ni lo es nadie, para decir dónde debe vivir y dónde no. Soy de los que piensa que cuanto más alejado esté el modo de vida de un político del ciudadano medio, más difícil tendrá ponerse en su lugar y conocer sus preocupaciones y sus problemas diarios. Pero, ¿a partir de cuántos metros cuadrados deja de ser sensible a la clase obrera un político? ¿Sólo puede vivit de alquiler o puede tener piso propio? ¿Y de cuánto valor catastral? 

Es complicado. Lo que pasa es que el mayor crítico con el Iglesias de 2018 es el Iglesias de hace unos años. Y contra eso, nada puede hacer, porque es evidente su contradicción e incoherencia. Él creía que un político se distanciaba del pueblo viviendo en casas lujosas, pero es justo lo que va a hacer ahora. Para colmo, la reacción de Iglesias y Montero a las críticas ha sido esperpética. De afirmar que Guindos se compró ese ático para especular, sin concretar cómo sabían que ése era el fin de la compra del ahora vicepresidente del BCE, a convocar un surrealista referéndum entre las bases de Podemos para preguntar si pueden vivir en ese casoplón o deben dejar sus cargos. ¿La nueva política era esto, utilizar la imagen de un partido con cinco millones de votantes para blanquear contradicciones de sus líderes en su ámbito privado? Quizá este desmesurado debate sobre el chalet de Iglesias y Montero da pie a otro más necesario y sustancial en el partido morado sobre qué quiere ser de mayor y qué clase de liderazgo desea.

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