Madrid se inunda de letras

Los días internacionales tienen multitud de detractores. Ningún día en particular, es el concepto en sí de cualquier día internacional el que no gusta a muchos, porque las cosas importantes de verdad en la vida se celebran y reivindican a diario. Y tienen razón. Igual que el protagonista de El ciudadano ilustre, excelente película argentina, cuando afirma en una escena del filme que detesta cuando los políticos hablan de cultura, que él jamás utiliza esa palabra, y que la literatura no necesita que nadie la proteja, porque es indestructible. Tienen razón, sí, y aun así, el 23 de abril es siempre uno de los mejores días del año. Ese día, en el que no murió Cervantes (fallecido un 22 de abril) ni Shakespeare (quien murió un 23 de abril, sí, pero de otro calendario), se celebra la pasión por los libros. Y, sin duda, la mejor manera de celebrar la lectura, la única posible, es leer. Pero no está de más compartir en la calle con pasión el amor por los libros, aunque sea sólo una vez al año, aunque en algunos casos (y en algunas personas) esa celebración se antoje algo impostada.


Es tiempo de compartir autores preferidos, de conocer pequeñas librerías (los auténticos héroes del mundo literario), de acercarse a autores, de regalar libros y rosas, de verse de pronto rodeado de personas para las que la literatura es una compañía indispensable. Anoche Madrid volvió a celebrar La Noche de los Libros. Y la ciudad fue una fiesta, una fiesta que no hace más que crecer. Madrid se rindió a las letras, a los versos, a las palabras de los autores y la emoción de los lectores. Madrid, radiante como acostumbra en una de esas noches en las que empieza a asomar al fin la primavera, inundó sus calles de actividades culturales. Madrid, siempre irresistible, lo fue anoche aún un poco más. 

Había donde elegir. Y no era fácil. Un homenaje a Benito Pérez-Galdos, la poesía de Federico García Lorca llevada a la radio, conferencias, encuentros con escritores, actividades en librerías... La Plaza del Rey fue uno de los escenarios elegidos por la Comunidad de Madrid para celebrar el libro. Fue maravilloso escuchar, leídos por sus autores, cuentos de Jesús María Merino, Clara Obligado, Eloy Tizón y María Fernanda Ampuero. Obligado, autora argentina exiliada de su país por la dictadura militar, compartió su cuento El balcón, un relato que, a la manera de Borges, sumerge al lector en lo fantástico sin que este se dé cuenta. 

Eloy Tizón leyó parte de Zoótropo, maravilloso, en el que consigue que una larga descripción de un tiempo pasado actúe como una especie de sortilegio en el lector o, anoche en Madrid, del oyente de su obra. “Puestos a fracasar, mejor fracasar a lo grande”, se lee (o escucha) en esta historia de anhelos pretéritos, de recuerdos vívidos. Tizón concluyó leyendo la parte final del relato, una reflexión maravillosa en la que afirmó que “un ser humano termina pareciéndose a lo que sueña” y en la que proclamó que “escribir es entrecomillar la vida”. Concluyó ese encuentro de autores y lectores María Fernanda Ampuero, quien compartió su emoción por ser “una inmigrante ecuatoriana leyendo su obra en la Plaza del Rey”. Su cuento, Subasta, fue el más estremecedor. Un relato áspero sobre la violencia, el machismo y lo más execrable del ser humano. 

Poco después de terminar las lecturas de los cuentos, de las que uno sale deseando profundizar más en la obra de los autores, llegó el turno de una iniciativa maravillosa, la de entrelazar literatura y música, letras impresas con letras cantadas, libros con canciones. El Nobel a Bob Dylan tercio con contundencia en cualquier debate que pueda surgir sobre si los autores de canciones son o no escritores, si lo que crean es literatura o no. Debate estéril, ya desde la definición de este término de la RAE (“arte de la expresión verbal”). Tres autoras cuyas canciones tienen una indiscutible vocación e influencia literaria (La bien querida, Tulsa y Christina Rosenvinge) cantaron algunos de sus temas, después de leer fragmentos de obras o poemas importantes e inspiradores para ellas.

Ana Fernández-Villaverde (La bien querida), afirmó que leer en público le parecía un mal trago, pero compartió pasajes de obras como El mundo deslumbrante, de Siri Hustvedt, que reflexiona sobre la discriminación a la mujer en el mundo del arte, o las Cartas de Pedro Salina a Katherine Whitmore. La artista entrelazó la lectura con canciones como la maravillosa Fuerza mayor. Después llegó el turno de Tulsa, a la que muchos conocimos cuando puso música a la deliciosa Los exiliados románticos, de Jonás Trueba. Contó que Muerte de un apicultor, de Lars Gustafsson, le inspiró para componer La miel que pudo ser. Después compartió sendos poema de Dylan Thomas (que leyó en el original inglés un americano "que no conozco, pero desde el que hoy seré amiga") y de Ángela Figuera. Concluyó con el experimento inverso al que hicieron anoche las tres compositoras, leer un poma inspirado en uno de sus temas, Centauro, de Alejandro Simón

Cerró este concierto con un libro en la mano Christina Rosenvinge, quien comenzó leyendo algún poema de Luis Cernuda, a quien definió como "el poeta de la sensualidad, que refleja cómo nadie el anhelo de estar vivo y de sentir". En su canción La muy puta, Rosenvinge incluyó un verso de Un muchacho andaluz, aquel que dice "entre los ateridos fantasmas que habitan nuestro mundo eras tú una verdad". No está nada mal tampoco aquel otro que dice "eras fuerza inconsciente de su propia hermosura". Rosenvinge contó después el peculiar viaje de novios de sus padres, ambos daneses, que terminó llevándoles a Andalucía, en el año 54. Una avería de coche que nunca nadie les reparó les permitió, sin embargo, encontrar un hogar, en Sevilla. Rosenvinge sacó de una bolsita azul, con delicadeza y sumo cuidado, un ejemplar antiguo del Romancero gitano, de Lorca, "el libro con el que mi padre aprendió español". La autora contó que en el funeral de su padre, al que no llegó a tiempo ningún familiar de Dinamarca pudo llegar, ella y su familia estuvo acompañada de gitanos con los que su padre había entablado una amistad. Y en una canción delicada y bellísima, Romance de la plata, la autora le cuenta a su padre cómo fue aquella despedida, aquel adiós. 

Más tarde, ya para cerrar el concierto, Rosenvinge (cuyo apellido significa rosa y alas), habló de la paternidad y de esa masculinidad antigua y rancia que esconde los sentimientos. Un poema de Cesare Pavese, y hasta una declaración de El Cordobés, porque "la poesía está en todas partes", le inspiraron para componer Pesa la palabra, una historia contada desde la figura de un padre ausente. Se despidió con La flor entre la vía, la misma historia, pero narrada desde un chico joven que no acepta esa idea de la masculinidad llena de ataduras y rigideces, que vive de espaldas a los sentimientos y las emociones. Fue una noche mágica, sí, en la que Madrid se inundó de letras. El mejor pistoletazo de salida para el Día del Libro y Sant Jordi, en el que Barcelona volverá a teñirse de rosas y de libros en el día más bello y literario del año. 

Comentarios