The best day of my life

Madrid nunca lució tan libre y orgullosa como el 1 de julio del año pasado, cuando acogió la marcha mundial del Orgullo LGTBI, el World Pride. Las calles de la ciudad se llenaron de riadas de personas cantando al amor, a la libertad, al respeto a la diferencia. Fue una explosión de colores, una fiesta mundial que convirtió a Madrid en la capital mundial de la libertad, hasta el punto de que nos llevó a muchos, que recelamos de cualquier bandera y de cualquier patrioterismo barato, a emocionarnos con cada bandera arcoíris y a sentir un legítimo orgullo de nuestra ciudad y nuestro país. Fueron días muy emocionantes, de los que da testimonio Fernando González Molina en The best day of muy life, un documental que acierta al reflejar aquella inolvidable fiesta arcoíris en Madrid, pero sobre todo al ir más allá y mostrar la realidad de las personas LGTBI en distintas partes del mundo. 

El documental, que cuenta con música de Lucas Vidal, el joven compositor ganador de dos Goya hace un par de años y en el que canta el tema final Antonio Orozco, comienza con imágenes de Madrid inundado de un mar de personas que saltan, gritan y cantan por la libertad. Con la Cibeles teñida de arcoíris, rodeada de personas de toda clase, color y orientación sexual, abrazando una fiesta que sirve para celebrar todo lo avanzado en la lucha por la igualdad, pero también para reivindicar lo que queda por conseguir. Tras esas escenas de éxtasis colectivo, el documental da un salto atrás en el tiempo, siete días antes de su celebración, para presentar a los seis protagonistas de la película. 


Conocemos así la historia de Abril, una mujer que nació en el cuerpo de un hombre y que en el momento del rodaje del documental está en pleno proceso de viaje vital para ser físicamente lo que es internamente, lo que siente y es de verdad; de Geena, una chica de Almería que nació en un "cuerpo equivocado", el de un niño, y que contó con el apoyo de su familia para ser aceptada tal y como es; de Ruth, una lesbiana en Uganda que decidió dar el salto al activismo, en un país en el que uno se juega la vida si comparte esa orientación sexual en público, cuando escuchó a su hermano decir que si se permitía la homosexualidad lo próximo sería permitir a la gente casarse con sus perros; Timo, un joven francés que es doblemente activista y luchador, como gay que busca vivir su vida en plena libertad y como persona sorda que sufre un problema de incomunicación que le hizo sufrir mucho; y, y por último, Max y Nick, una pareja de chicos rusos que además de vivir juntos en un país que persigue desde 2013 la "propaganda homosexual", decidieron montar una asociación de derechos LGTBI en su ciudad natal, lo que les expone a la homofobia e incluso a los ataques de vándalos violentos alérgicos a la intolerancia. 

El espectador se encariña con los seis personajes, se siente interpelado por sus historias personales. Por los miedos de Abril, al principio de un viaje vital ilusionante, pero también duro. Por la vitalidad de Ruth, quien asiste emocionada y con cierta incredulidad al aluvión de banderas arcoíris por las calles de Madrid. Por la ternura de Max y Nick y ese temor que sienten cuando piensan que durante unos días en Madrid han podido, al fin, vivir libre su amor, caminando de la mano por la calle, besándose, viviendo como son, pero que no podrán actuar así en su Rusia natal. Por la naturalidad de Geena, quien brinda en su localidad natal por todos los transexuales que no han podido recorrer el camino que ella ha seguido. Por la sonrisa alegre de Timo, que cuenta en un momento de la marcha que se siente tan a gusto que, por un momento, ni siquiera es consciente de que no escucha la fiesta que le rodea. 

Hay varias escenas conmovedoras del documental, que alcanza más altura cuando busca mostrar las historias personales de sus protagonistas, pero que también da espacio y rinde homenaje a personas relevantes en la lucha por la igualdad y el reconocimiento de las personas LGTBI en España, como Mili Hernández, fundadora de la mítica librería Berkana; Boti García Rodrigo, Carla Antonelli, José Luis Rodríguez Zapatero y Pedro Zerolo, a quien se recuerda en varios momentos del documental, y al final del mismo, tras los créditos, en los que leemos que el director le dedica la película a sus dos sobrinos, para que de mayores comprendan que se debe respetar a quien es diferente. 

The best day of my life recuerda lo lejos que se está de la igualdad en muchos países. Ruth, la joven de Uganda, explica, por ejemplo, que ellos no luchan por poder ir de la mano de sus parejas en el país africano, sino sencillamente para sobrevivir, para no sufrir violencia o incluso morir asesinado por ser homosexual. Muchas personas observan el grado de libertad (siempre mejorable) alcanzado en Madrid, como quien contempla algo detrás de un cristal, como cuenta Timo en otro momento de la película: se ve, se siente, pero no se puede llegar a tocar, porque sólo se es espectador de algo que, lamentablemente, muchas personas aún no pueden vivir con plenitud. La pareja de chicos rusos, encantadores, ofrecen varios de los mejores momentos de un documental que emociona hasta las lágrimas en varias escenas. De ellos dice Ruth, por ejemplo, que muestran a la legua el amor y se pregunta por qué alguien decidirá ignorarlo, cuando resulta tan evidente. 

Max y Nick cuentan, casi al principio del filme, que "es activista todo el que no se queda indiferente". Este documental, claro, es activista desde ese punto de vista. Y por eso, además de ser una película muy interesante, resulta necesaria y especialmente valiosa, porque da testimonio de la fiesta con la que vibró Madrid el año pasado, con el arcoíris por bandera, y porque zarandea al espectador y lo aporta de cualquier complacencia, pues deja bien claro cuánto queda por avanzar para lograr un mundo en el que amar o sentir diferente no destroce la vida de nadie. 

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