Tarifa 1988, Turquía 2015

La Sexta. 
Hasta ahora no había visto el programa de La Sexta Dónde estabas entonces, que repasa la historia de España desde los tiempos de la Transición, año a año, y lo lamento, porque me encantó. Ayer fue el turno del 1988, año en el que, entre otras noticias, se recordó el primer cadáver expulsado por el mar en las playas de Tarifa, procedente del naufragio de una patera que transportaba sueños de personas que buscaban empezar en Europa una vida mejor. Fue la primera vez que el drama de la inmigración, que lo es para las personas inmigrantes, no para los países ricos que las desdeñan y maltratan, sacudió a España como un golpe seco de realidad. Ahí estaba ese cuerpo sin vida, de alguien que no pudo ser identificado, igual que muchos otros cadáveres que fueron apareciendo en días sucesivos en esas mismas costas en las que nos bañamos y veraneamos despreocupados y felices. 


Ana Pastor habló en el programa de ayer con el periodista Idelfonso Sena, quien informó de esa terrible noticia, que marcó un antes y un después, contó, porque el mundo de pronto "puso la vista en el Estrecho y se dio cuenta de la tragedia que ocurría". Por entonces, España no era el destino de estas personas que escapaban del hambre y la miseria, sólo era punto de paso para llegar a Francia o Alemania, donde tenían amigos o familiares. El impacto que causó esa noticia, esas dolorosas fotografías de los fallecidos, muertos por indiferencia, me recordó a lo que ocurrió con otra imagen terrible, también en una playa, también de un cuerpo sin vida, la del niño Aylan en una playa de Turquía en 2015, que removió al mundo, impactó y conmocionó a todas las personas con corazón. 

En 1988, esa fotografía desveló una dramática realidad, la de los seres humanos que se jugaban la vida para llegas a las costas españolas, de la que entonces de desconocía todo. En 2015, la imagen de Aylan, su espantosa historia, hizo que se hablara, aunque fuera de forma fugaz, del drama de los refugiados que escapaban de la guerra en Siria. Un drama que llamaba a las puertas de Europa, pero que se recibía con absoluta indiferencia. Había cierta esperanza en que la historia de Aylan removiera conciencias, pero en realidad no ocurrió. Los héroes de las ONG que trabajan para dar una atención digna a los refugiados y para salvar sus vidas siguen haciendo su inmenso trabajo, pero las autoridades políticas europeas continúan mirando hacia otro lado, mientras la opinión pública ha encontrado otros asuntos de los que ocuparse, olvidando o prefiriendo olvidar que cada semana hay varios Aylan que se ahogan en nuestras costas. 

Contó el periodista entrevistado por Ana Pastor en el programa de anoche que, al principio, los vecinos de Tarifa recibieron con abierta hostilidad a los inmigrantes, hasta el punto de que cuando veían a uno por la calle, llamaban a la Guardia Civil, como si fueran delincuentes y no seres humanos sin papeles, sí, pero sobre todo sin futuro ni esperanza, que buscaban otra vida digna. Más tarde, algo cambió y los habitantes de esa localidad acogieron a los inmigrantes, incluso en sus casas, exponiéndose a multas. Desarrollaron una sensibilidad, quizá porque ponerle rostro a una tragedia como esta reblandece los corazones más duros, tal vez porque la empatía del ser humano sigue existiendo, aunque cada vez la sociedad parezca más egoísta e indiferente a todo. 

En 2015, cuando estalló la tragedia de los refugiados, también hubo ciudadanos europeos que recibieron con violencia y desprecio a estos seres humanos. Grupos fanáticos quemaron centros de acogida en países del norte de Europa, Angela Merkel perdió votos por mostrar cierta sensibilidad y  los gobiernos europeos firmaron un infame acuerdo con Turquía que externalizaba los Derechos Humanos y la atención a los refugiados. Pero también hubo ciudadanos que no dudaron en acudir allí donde llegaban esas personas indefensas, para atenderlas, para dar la respuesta que no están dando las autoridades, para mantener viva la esperanza en la humanidad. Y vimos también escenas de ciudadanos alemanes recibiendo con aplausos, mantas, alimentos y cariño a los refugiados en estaciones de tren atestadas. 

Además de esa imagen de un cadáver en la playa que golpeó en la cara a los españoles de 1988 y a los europeos de 2015, ambas historias tienen también algo más en común: la frialdad con la que todos, en mayor o menor medida, hemos aprendido a convivir con ello, obviando que esas imágenes representan una drama intolerable, una desigualdad impresentable. Sabemos que desde entonces han muerto miles de personas y que el Mediterráneo es una gran tumba. Pero parece darnos igual. No exigimos a nuestros gobiernos que pongan fin a esta tragedia. No penalizamos a los partidos políticos insensibles con el drama de estos seres humanos, más bien al contrario. De cuando en cuando vemos algunas imágenes fugaces de personas congeladas de frío que llegan a nuestras costas, pero rápidamente tenemos cualquier batallita política para olvidarnos de lo importante de verdad. Quizá, hasta que otra imagen nos remueva, fugazmente, en una playa. 

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