A los actores

Para algunos directores de cine, los actores son un estorbo, un mal necesario para plasmar sus ideas. Manuel Gutiérrez Aragón no es de esos directores. En A los actores, el director y académico escribe con cariño de los intérpretes, a quienes sitúa en el centro de séptimo arte, al señalar que "el primer conocimiento de una película es un reconocimiento carnal, la cara y el cuerpo del actor o la actriz, vistos ya en otras películas, en otras historias, poco a poco convertidos en amigos. A veces con amistad más íntima que la que tenemos con los de la vida real". Este ensayo tiene el encanto de quien comparte emociones y reflexiones sobre algo que le apasiona, el cine. 

Dialoga Gutiérrez Aragón con el niño que fue. Regresa a esas tardes de domingo en las que todo podía ocurrir en el cine, su convalecencia en la cama, rodeado de historias de novelas, esperando las distintas narraciones del filme de la semana que les hacían miembros de su familia."Criada y tía contaban la misma película al niño, y el niño, de cuando en cuando, se preguntaba qué versión sería más verdadera". Recuerda también la fascinación que despertaba en él, y en medio barrio al parecer, la joven Pamela, de quien escribe con dulzura que "gracias a ella salía el sol, escampaba, y estar enamorado era un estado de felicidad tal que ni siquiera necesitaba ser correspondido".  



También recuerda algunos de sus rodajes. Todos tienen interés, pero resulta especialmente atractivas las páginas que dedica al rodaje de El caballero don Quijote. El Quijote, nada menos. Un tótem. La gran novela universal. El libro más reconocido del mundo. Una historia de la que todo el mundo tiene una idea precisa, tremendamente difícil de plasmar en pantalla. Como le dijo un amigo al director cuando dudaba si aceptar o no este proyecto de TVE, "nadie sale indemne de un choque con la historia de la literatura". Gutiérrez Aragón cuenta que le costó mucho encontrar al actor protagonista, hasta que eligió a Fernando Rey, una elección que también recibió muchas críticas hasta que, tras la emisión del proyecto, "fueron muchos los que ya no concebían un Quijote fílmico que no fuera el encarnado por Fernando Rey, como si la elección hubiera sido la cosa más natural del mundo". 

El director reflexiona sobre distintos aspectos del cine, como por ejemplo el desnudo, donde escribe sobre Ángela Molina, por cierto, que en su caso el desnudo carecía de sentido porque "el cuerpo de Ángela, aún hoy, más de treinta años después, tiene tal presencia que un desnudo parecería una redundancia". Uno de los pasajes más interesantes del ensayo, editado por Anagrama, es en el que habla del silencio y su papel en el cine, paradójicamente, cuando el cine dio el salto del cine mudo al sonoro. "Un diálogo se compone no sólo de palabras, sino también de silencios", escribe, para citar después a Julio Cabrera, quien dijo que "la posibilidad técnica del sonido le estaba dando al cine algo de la mayor importancia filosófica: la posibilidad de callar, la posibilidad misma del silencio". 

El cariño hacia los actores y la pasión por el cine vertebran este chiquito pero encantador libro, en el que leemos bellas palabras sobre el poder del cine, como cuando el autor escribe que "el mundo se vuelve coqueto al salir en el cine", o cuando habla de los dos actores argentinos que protagonizaban El corazón del bosque, tras haber huido de la dictadura argentina. "En esta ocasión iban a operar en una ficción, lejos de su patria, pero en el territorio común del cine, esa patria virtual", leemos. Recupera Gutiérrez Aragón unos versos de Pessoa sobre los poetas para dedicárselo a los actores, a quienes afirma deber "la señal del camino que me lleva a poder contar quien soy". 

El poeta es un fingidor. 
Finge tan completamente 
que llega a fingir que es dolor
 el dolor que de veras siente.

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