Resumen cultural del 2017 (II): Cine

El cine suele fascinar cuando se parece a la vida, cuando capta con sencillez momentos de verdad, historias creíbles. Pocas veces el cine se pareció tanto a la vida como en Verano 1993, la excepcional ópera prima de Carla Simón. No puedo comenzar el artículo de las mejores películas del año con otra cinta. Con ternura y delicadeza, acompañamos a Frida en el verano que cambió su vida para siempre, como lo hizo en un verano igual la de la directora. Muerta su madre de una enfermedad entonces innombrable, la niña ea acogida por sus tíos. Frida descubre su nueva vida, un mundo diferente. Los pequeños momentos de felicidad, los instantes de ira e incomprensión, las risas culpables, los llantos, la esperanza de un futuro mejor que se construye con lentitud. 

Es una película sensible de las que le dan sentido al cine. Multinominada a los Goya y al resto de grandes premios del año, poco importa cuántos galardones se lleve. Es de esas cintas que serán en el recuerdo mucho más que la película del año. Una obra maestra encantadora y sencilla, con un elenco en estado de gracia. 


De la cinta de Carla Simón se puede decir lo mismo que escuchamos de Chavela Vargas en el maravilloso documental Chavela, de Catherine Gund y Daresha Kyi: "la vida se impone, si eres verdad, te impones". Y vaya si hay verdad en Verano 1993. Tanta como en este documental, centrado en vídeos antiguos, actuaciones de la dama del poncho rojo y entrevistas con amigos. Chavela, la brava, "más macha que todos los machos", la costarricencia a la que México hizo mujer, "pero no con cariño, sino a patadas". Chavela, la que cantó al amor a otra mujer cuando nadie lo hacía. Chavela la que vivió siempre libre. Chavela la excesiva, la paloma negra de los excesos, que le canta Sabina. Chavela, la que regresó de los infiernos, la que resucitó de una época en la que se lo bebió todo, la que vivió para contarlo. Chavela, la de la voz rota, la que lloraba como nadie en el escenario. Chavela la inmortal, la que años después de su muerte seguimos recordando con la misma pasión. Simplemente Chavela. Así se llama el documental que recuerda su vida y su carrera, un trabajo que lamentablemente se estrenó en muy pocos cines, pero que es de lo mejor que he visto este año en las salas, y que (este es un mensaje para los Reyes Magos) espero tener pronto en DVD. 


Arriba, muy arriba, en el ránking de lo mejor del año tiene que estar El autor, de Manuel Martín Cuenca, basada en la novela El móvil, de Javier Cercas. Es la historia de una obsesión, de un perdedor (soberbio Javier Gutiérrez) que sueña con crear literatura de verdad, no como esas noveluchas con las que su mujer tiene éxito de ventas. No logra, sin embargo, crear nada que transmita verdad, no encuentra su voz. Un profesor descarado y algo caradura, a quien interpreta con la maestría acostumbrada Antonio de la Torre, le anima a mirar alrededor, a observar, y crear historias a partir de ello. Y él lo hace, vaya si lo hace. Dispuesto a todo con tal de crear su gran novela, no le importa manipular la vida de sus vecinos. 

La película llega muy lejos, con un final impresionante. Desagrada e incomoda. Está hecha, también, para eso. Recuerda, por su honestidad y madurez, a En la casa, la película de François Ozon basada en una obra teatral de Juan Mayorga en la que un profesor lleva también lejos el juego literario entre la creación artística y la realidad con un joven alumno tan brillante como inquietante, tan talentoso como perverso. De fondo, una pregunta ¿hasta dónde se puede llegar en pos de la creación literaria? ¿Todo vale para crear una obra maestra? Ya que mencionamos a Ozon, entre lo mejor del año está también su Frantz, en la que el autor juega igualmente con el espectador, entre la realidad y la mentira, entre los recuerdos adulterados y los reales, en una historia sensible, elegante y pacifista del periodo de entreguerras rodada en blanco y negro. 

Muy distinta a las anteriores, totalmente diferente, pero también excelente es Dunkerque, de Christopher Nolan. Impactan las imágenes de la obra, su precisa recreación de un episodio clave de la II Guerra Mundial, pero lo que más atrapa de esta cinta es el artefacto temporal del director, su forma de jugar con el tiempo, presentando distintas historias en una. Con la banda sonora de Hans Zimmer reforzando las emociones de la película, Nolan lo volvió a hacer. El estreno de su última cinta fue, de nuevo, todo un acontecimiento. Y, pese a lo tentador que puede resultar al abordar un episodio histórico, el director no cae en la trampa de crear una película histórica clásica o anquilosada. Salvo un par de escenas de gravedad algo impostada, lo que vemos en la pantalla es el ruido y el miedo de la guerra, una historia sobre la condición humana y el instinto de supervivencia y, visualmente, un auténtico milagro. 

Como siempre, dedicamos la primera mitad del año a disfrutar de algunas de las películas nominadas a los Oscar. La cosecha de este año fue magnífica, con tres películas que destacan por encima del resto. La ganadora, Moonlight, de Barry Jenkins, es una delicia que, de paso, reconcilia a uno con la Academia de cine estadounidense. Es lo más parecido a Boyhood que recuerdo desde que aquella genialidad de Richard Linklather, rodada en 12 años, nos conmocionó a tantos. La película se puede etiquetar diciendo que es la historia de un homosexual negro en tres tiempos, o se puede disfrutar como el delicado y excepcional film que es, tan vívido, tan auténtico. Dividida en tres partes, es sobre todo una historia sobre la identidad, la autoaceptación y el determinismo. 

También recordaremos de este año la resurrección del musical gracias a Damien Chazelle y su La la land. Amada y odiada a partes iguales, ni sus más firmes detractores podrán negar el fenómeno de la cinta protagonizada por Emma Stone y Ryan Gosling, quienes dan vida a una aspirante a actriz y a un enamorado del jazz puro y auténtico. Como ya hizo en Whiplash, el director plantea una visión nada complaciente de las exigencias de los sueños y las trayectorias artísticas, de sus renuncias y esfuerzos. Con un comienzo arrollador, un ritmo que no decae y varios temas memorables, la película, que también es una canto de amor a Hollywood, es lo mejor que le ha pasado en años al musical. Totalmente distinto, pero sin duda también de lo mejor del 2017, es el planteamiento de Manchester frente al mar, de Kennert Lonergan, película que estalla a mitad de metraje, cuando descubrimos la razón que explica el semblante serio y dolido de su protagonista, un colosal Casey Affleck

La brasileña Aquarius, traducida a España como Doña Clara, es otra de las grandes películas del año. Sonia Braga fascina en el papel de una mujer madura amante de la música que se resiste a abandonar su piso de toda la vida, frente a la playa, a pesar de la insistente presión de una inmobiliaria que planea construir un edifico nuevo y carísimo en esa zona. La sensibilidad del filme, conducido por la arrolladora personalidad de su protagonista, su sensualidad y su belleza, lo convierten en una cinta inolvidable. Excepcional. 

También destaca la delicadeza de otras dos cintas que despiertan emociones con historias sencillas: La librería, de Isabel Coixet, en la que el sueño de una mujer de abrir una librería en un pequeño pueblo transforma la vida de varios de sus vecinos e irrita a otros; y Tierra de dios, de Francis Lee, una historia de amor entre dos hombres en un espacio rural, pero sin homofobia ni caminos trillados, sólo la conexión, la piel, la posibilidad de la salvación que, de pronto, ofrece el amor a su confuso y perdido protagonista. 

Ricardo Darín deslumbra, si es que eso significa algo a estas alturas, en La cordillera, obra en la que su director, Santiago Mitre, vuelve a mostrar la peor cara de la política, con una cinta inteligente en la que mezcla las intrigas de una importante cumbre internacional con los secretos del pasado y las relaciones personales de un político ambicioso al que nadie conoce de verdad. Recuerdo con una sonrisa (o más bien con una carcajada) Fe de etarras, de Borja Cobeaga, la mejor comedia del año, y también Selfie, de Víctor García León, quizá el retrato más preciso, por surrealista y desquiciado, de esto que llamamos España. La tunecina Hedi, un viento de libertad, de Mohamed Ben Attia, me encantó, porque logra transmitir, desde su sencillez, un dilema que, en algún momento, todo el mundo ha sufrido: calma o agitación, lo establecido o lo rompedor, lo que se debe hacer o lo que se desea, lo formal o lo rompedor, lo seguro o lo incierto. 

Abracadabra, de Pablo Berger, y Colossal, de Nacho Vigalondo, plantean dos historias abiertamente feministas, pero sin subrayados obvios y con un talento y una libertad admirables. Por supuesto, La llamada, el fenómeno teatral de los Javis (Javier Calvo y Javier Ambrossi) que saltó al cine, también merece estar entre lo mejor del año. La extrañísima Suburbicon, con la firma de George Clooney y los hermanos Coen, también. Igual que Stefan Zweig: Adiós a Europa, que recuerda a una figura imprescindible de la cultura europea del siglo XX, cuyo discurso europeísta necesita ser escuchado, más que nunca, en estos tiempos de Brexit y nacionalismos. 

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