Oviedo celebra la cultura y mira a Cataluña

Como cada tercer viernes de octubre, el Teatro Campoamor de Oviedo acogió ayer la entrega de los Premios Princesa de Asturias, uno de los galardones más reconocidos a nivel internacional, quizá sólo por detrás de los Nobel. La capital asturiana volvió a ser, un año más, capital mundial del arte, la cultura, la ciencia y el conocimiento. Inevitablemente, la tensión en Cataluña se coló en la fiesta, otorgándole un tono más político. Pero, como siempre, volvieron a ser las intervenciones de los premiados en las categorías culturales las más hermosas e inspiradoras. Se habló de política, porque tocaba, pero nada superó lo que se dijo de poesía o cultura. 



Habló, por ejemplo, con hermosas palabras de su oficio el poeta polaco Adam Zagajewski, quien comenzó afirmando que "la poesía es de entre las artes la menos técnica. No surge de un taller o de una teoría, no surge de la ciencia. Surge de la emoción, de la mente y del corazón, que no se puede prever ni plantear". Afirmó también que los poetas son esos artesanos del lenguaje que "esperan pacientemente la hora en que se abren las puertas de la lengua". Fue una intervención bellísima, en la que recordó su pasado en un país dictatorial asfixiante y contó cómo, poco a poco, se dio cuenta de que importa todo, lo que existe y lo que no, lo visible y lo imaginado, la realidad (a veces tan cruel e incompleta) y la ficción (siempre tan necesaria). 

Zagajewski, quien celebró contar con lectores fieles en España, dijo saber que la poesía no está de moda. Afirmó que ahora se habla mucho de comunidad y de política, pero que "vivimos en la soledad". Criticó que, en ocasiones, la religión se emparenta con la extrema derecha, algo en lo que Karen Armstrong, ganadora del Princesa de Asturias en Ciencias Sociales por sus estudios sobre las religiones, podría haber aportado una visión complementaria, destacando cómo en su origen todas las religiones cultivan la compasión y la empatía con el otro. El poeta polaco reconoció que no vivimos en un momento propicio para la poesía. Demasiado apresurado, demasiado intenso. No tenemos tiempo para el sosiego y la reflexión, para pararnos a contemplar un prado primaveral. Fue, en fin, una intervención bellísima, dando razón al rey Felipe cuando dijo de él, glosando su arte, que es capaz de atrapar toda la belleza del mundo en un verso. 

Tocó después reír con Marcos Mundstock, quien habló en nombre del grupo cómico Les Luthiers, Premio de Comunicación y Humanidades. Agradeció el premio, no sin ironía ni humor. "Habíamos llegado a encariñarnos con el hecho de ser candidato", dijo. Como siempre, dado que el humor es la más refinada muestra de inteligencia, entre risas aparecieron grandes verdades como esta: "el ejercicio del humor mejora la vida, porque permite contemplarla de forma lúdica, pero sobre todo, de forma lúcida". También mejoran la vida los museos y las bibliotecas, como la majestuosa Spanish Society, igual que lo hace el arte de genios como William Kentridge, Princesa de Asturias de las Artes. Cada año los premios tienen también espacio para la ciencia y esta vez recogieron su galardón los científicos que descubrieron las ondas gravitacionales el año pasado, un hallazgo científico de enorme valor. 

El deporte también tuvo su hueco, con el premio a los All Blacks, la selección de rugby de Nueva Zelanda, cuyos componentes festejaron el premio con una haka en el escenario del Teatro Campoamor, que en sus 125 años de historia ya había visto casi de todo, pero no una haka, hasta ayer. Fue uno de los momentos más divertidos de la noche. 

Después llegó la política, afeándolo un poco todo. La Unión Europea recibió el Premio Princesa de Asturias de la Concordia. Lo recogieron Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea; Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo; y Antonio Tajani, presidente del Parlamento Europeo. Este último, quien fue portavoz de Silvio Berlusconi en el gobierno italiano hace años, pronunció un discurso encendido en defensa de la unidad de España, con un más que notable español, por cierto. Habló desde el "amor al pueblo español". Mencionó el respeto al Estado de Derecho como pieza clave de la convivencia en la UE. Glosó los indudables avances de Europa gracias al proyecto comunitario, pero se olvidó sus indudables errores. Cuando mencionó su tirria a las fronteras, el respeto a los Derechos Humanos y la solidaridad nada dijo de cómo la UE ha mirado hacia otro lado ante el drama de los refugiados. La vergonzosa falta de humanidad de Europa, mercadeando con Turquía refugiados por un puñado de euros para externalizar este drama, la inhabilita como ganadora del Princesa de Asturias de la Concordia. No suenan creíbles discursos como los de Tajani, hablando de la UE como firme defensora de sus valores dentro y fuera de sus fronteras, pero para hablar de la situación en Venezuela, no de los refugiados a los que dejamos morir en el Mediterráneo con odiosa indiferencia. 

Menos en tono de mitin que Tajani, Juncker recordó también todos los logros de la UE, incuestionables. Es, sin duda, el mejor invento de las últimas décadas, lo que ha permitido a pueblos que se mataban entre ellos convivir y crear algo juntos. Pero aferrarnos a una visión idealizada de este proyecto en vez de reconocer sus carencias e intentar remediarlas, como por ejemplo, el peso excesivo de lo económico sobre lo social en la UE, es una actitud que no conduce a nada. Que sirve, por entendernos, tan poco como darnos golpes en el pecho festejando el incuestionable éxito que fue la Transición española, pero sin pararnos a pensar que la España de 2017 poco tiene que ver, afortunadamente, con la de 1978. Tiene razón Juncker al asociar la UE con la paz, pero de nuevo se echó en falta una mención expresa a la insuficiente reacción europea al drama de los refugiados. El discurso más bello de los tres representantes de la UE fue el de Tusk, quien mencionó a su compatriota Zagajewski, al que leyó de joven en su Polonia natal, como símbolo de la libertad de expresión y su deseo de pertenecer a Europa. Para quien quisiera escucharlas, Tusk también dijo unas sabias palabra: "el diálogo siempre es mejor que el conflicto, la armonía siempre es mejor que el caos". 

El rey don Felipe dedicó la primera parte de su discurso a glosar los méritos de los premiados. En todas las menciones que hacía a ellos hablaba, más bien, de Cataluña, pues no hacía más que elogiar su trabajo en equipo o su lealtad. Después habló expresamente de la crisis catalana. Sin rodeos, afirmó que España solventaría la "inaceptable amenaza de secesión", respaldando de facto, como ya hizo en su discurso de hace dos semanas, la aplicación del artículo 155. Al menos, el rey estuvo algo más conciliador (o eso quisimos ver), hablando de la necesidad de seguir juntos en una España que sea "una suma de afectos" y en la que Cataluña siga siendo una parte importante del país. 

Terminó, como siempre, con las gaitas interpretando el himno de Asturias, la entrega de unos Premios Princesa de Asturias de gran nivel, que cautivaron más cuando se habló de poesía, humor y cultura que cuando se habló de política. Unos galardones, por cierto, en los que la presencia femenina entre los premiados fue intolerablemente baja, igual que sucede cada año en los Nobel. Algo hacemos mal cuando es tan abrumadora la ausencia casi total de mujeres en estos prestigiosos galardones. Debería ser algo que se tomaran muy en serio los jurados de los premios que, intuyo, están formados sobre todo por hombres, y probablemente ya de una cierta edad. Es necesario que haya referentes femeninos. Mejor dicho. Los hay. Hay mujeres extraordinarias en todos los campos. Es necesario que sean visibles y reconocidas al fin. Es uno de los deberes para unos galardones que, como cada año, convirtieron a Oviedo en un oasis de cultura y reflexión. 

Comentarios