Escucha, Cataluña. Escucha, España

Los libros sobre cuestiones de actualidad tienen el hándicap de que pueden ser superados por el paso del tiempo, por los acontecimientos que se suceden tras la publicación de la obra. Es algo inevitable, pero que no resiente un ápice el interés de Escucha, Cataluña. Escucha, España, de Josep Borrel, Frances de Carreras, Juan-José López Burniol y Josep Piqué. He leído sus cuatro reflexiones a medida que íbamos caminando hacia el desastre, consumado finalmente el viernes pasado cuando el Parlament proclamó la república independiente de Cataluña y el gobierno central, acto seguido, intervino la autonomía y convocó elecciones el 21 de septiembre. Y lo he leído lamentando que voces sensatas y moderadas como la de Borrell apenas se hayan escuchado durante toda esta crisis, durante este viaje al precipicio. 

El punto de partida de los cuatro autores es claro desde el principio, no engañan a nadie: "cuatro voces a favor del entendimiento y contra la secesión", leemos en el subtítulo del libro. Los cuatro están en contra de la independencia, pero hay matices claros entre ellos. Puede que una de las pocas consecuencias positivas de esta devastadora crisis política en Cataluña sea haber recuperado la figura política de Borrell, quien, guste más o menos, tiene una solvencia y una solidez argumental muy superior a la media de la clase política catalana y española. El ensayo del político catalán abre esta obra a cuatro voces. Y sus reflexiones son lúcidas y necesarias. El mayor problema del procés ha sido, precisamente, que hace tiempo que se dejaron de apelar a argumentos y reflexiones, para dejar paso a los instintos bajos, a los sentimientos. 


Borrell deja claro, como ya hizo en obras anteriores, que ese Espanya ens roba que tanto manosearon los políticos independentistas tiene poca base sólida. Reconoce que el modelo de financiación autonómica es mejorable, pero desmiente que Alemania tenga un tope a la solidaridad interterritorial entre sus landers y deja claro que la cifra de 14.000 millones de déficit en las cuentas, de lo que España supuestamente roba a Cataluña, es sencillamente falsa. Pero Borrell no cae en el "independentistas, malos, diablos, malvados, perversos". En ese argumentario simplista, en fin, que presenta como seres demoníacos a quienes defienden una postura política perfectamente legítima, que es la independencia catalana. Es más, reconoce que "es muy posible que una parte del sentimiento independentista actual provenga de la enseñanza y la propaganda independentista, pero también hay factores objetivos que han ayudado, y siguen ayudando, a crearlos".

Tiene la lucidez suficiente para dejar claro que es "lo menos nacionalista que se fabrica, y eso vale para cualquier nación de referencia. Tan poco nacionalista catalán como nacionalista español", para acto seguido reconocer que "el nacionalismo ha sido la más poderosa fuerza movilizadora del mundo en los dos últimos siglos". Y también acierta al distinguir entre el nacionalismo cívico ("basado en los valores liberales de la tolerancia y los derechos individuales") y el nacionalismo étnico ("excluyente y vengativo, basado en mitos"). Se inclina Borrell por una reforma federal de España, "para recuperar emocionalmente a esa parte de la sociedad catalana que ha dejado de sentirse española". 

Son interesantes también las aportaciones de Juan-José López Burniol, el más crítico de los cuatro con los unionistas, o con esa parte de los unionistas que defienden la ley, y sólo la ley, para confrontar este problema, que no se plantean el menor cambio ni tienen la más mínima intención de comprender el sentimiento nacional en otras partes de España. Su planteamiento es sugerente y queda claro desde el título de su ensayo: El problema español. Afirma, con mucha sensatez, que "es un problema político, no una maldición histórica o un sino fatal. Y no es el problema catalán, sino el problema español de la estructura territorial del Estado, es decir, de la distribución del poder, del reparto del poder. Se trata de resolver de qué manera se organiza y reparte el poder en España: si se concentra en la capital del Estado, en manos de un núcleo de poder político-financiero-funcionarial-mediático consolidado y renovado a través de los siglos, o bien se organiza en red, distribuyéndolo entre las distintas comunidades -naciones culturales- que integran el Estado, utilizando los instrumentos técnicos-jurídicos adecuados, que no pueden ser otros que los que brinda el federalismo".

Recuerda López-Burniol el célebre debate entre Ortega y Azaña sobre el Estatut catalán. Ortega sostenía que España sólo podía aspirar a "conllevar" el problema catalán. Azaña era partidario de afrontar con audacia política un problema de toda España. "El problema que vamos a discutir aquí, y que pretendemos resolver, no es ese drama histórico, profundo, perenne a que se refería el señor Ortega y Gasset". Se trataba, dijo, de escuchar las reclamaciones de una parte de Cataluña, teniendo claro que se debía encontrar una solución, aunque ésta no fuera para siempre, porque "siempre es una palabra que no tiene valor en la historia y, por consiguiente, que no tiene valor en la política". 

Hablando de audacia política, varios de los autores de esta obra mencionan en sus ensayos el regreso de Tarradellas y la reinstauración de la Generalitat, una institución que procedía de la II República, gracias a la inteligencia y osadía de Adolfo Suárez y del propio Tarradellas. Dos personas que hicieron política, que se atrevieron, que se la jugaron. Dos políticos haciendo política, es decir, arriesgándose, dialogando, proponiendo soluciones a los problemas en vez de generarlos. Qué distinto a esto que vivimos ahora.

Josep Piqué titula su ensayo, precisamente, En busca de la política perdida. Y da en el clavo. Se trata, remarca, de algo tan loco como hacer política para resolver un problema político. Comienza el expolítico del PP señalando que él se siente tanto de Madrid como de Barcelona. Para él aquí y allí son términos intercambiables entre las dos ciudades. Lamenta que para el independentismo Madrid sea ese "ente jurídico indeterminado, incardinado en el imaginario nacionalista, como el infierno en las religiones monoteístas". Es más contundente Piqué en los excesos del bloque independentista que en los de los partidarios de la unidad de Cataluña con España, aunque no ahorra críticas a éstos últimos, como la muy mejorable gestión que el PP hizo de su recurso contra el Estatut.

Igual que otros de los autores del libro, Piqué no tiene problema en reconocer que Cataluña es una nación o, al menos, en escribir que "es una evidencia incontestable que Cataluña ha sido, históricamente y con fuertes fluctuaciones en cuanto a la intensidad de su defensa, un sujeto político con voluntad de seguir siéndolo". Es valioso también el viaje al pasado que hace Piqué para recordar cómo se armó el Estado de las autonomías, cómo existían en la Constitución dos vías para formar autonomías: la puesta en marcha rápida de los estatutos vasco y catalán, y después el gallego, y la vía lenta, "sin que fuera imprescindible ni inevitable que todo el territorio nacional estuviera cubierto por el mismo esquema de redistribución del poder político y administrativo". Cuenta Piqué cómo Andalucía rompió este esquema inicial al apuntarse a la vía rápida. Entonces se pasó de la "tabla de quesos, todos distintos", al "café para todos".

En la historia, y sólo en la historia, sin proponer soluciones ni salidas a esta disyuntiva, se centra Francesc de Carreras, cofundador de Ciudadanos, en su ensayo. Es el más furibundo contra el independentismo. De esa presentación del libro ("cuatro voces a favor del entendimiento y contra la secesión"), Carreras es el que más representa la postura en contra de la secesión y el que más descuida la apelación al entendimiento. En todo caso, es interesante el repaso que hace a la historia del nacionalismo catalán. Su opinión es que el nacionalismo catalán sigue aferrado a principios del siglo XIX, cuando la realidad hoy es totalmente distinta. Más allá de alguna lectura sesgada de la situación actual en Cataluña (Carreras no considera "mucha gente" a dos millones de personas), su visión es interesante y habla de la espiral del silencio de los contrarios al independentismo en Cataluña. Afirma que el catalanismo se convirtió en algo transversal en la política catalana, ya sea un partido de izquierdas o de derechas, lo que condujo a mucha gente, afirma, a caer en la idea de que "si lo dice la mayoría... es que es verdad".

Con un planteamiento común, su oposición a la independencia de Cataluña, pero con muchos matices en sus ensayos, los cuatro autores de la obra plantean en Escucha, Cataluña. Escucha, España, un saludable ejercicio de reflexión más necesario ahora que nunca

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