El nombre de la rosa

"Así que era el ámbito de un largo y secular murmullo, de un diálogo imperceptible entre pergaminos, una cosa viva, un receptáculo de poderes que una mente humana era incapaz de dominar, un tesoro de secretos emanados de innumerables mentes, que habían sobrevivido a la muerte de quienes los habían producido, o de quienes los habían ido transmitiendo". No he leído descripción más hermosa ni definición más precisa de una biblioteca que la que pone Umberto Eco en boca del joven novio Adso, protagonista y narrador de El nombre de la rosa, cuando comprende la trascendencia de aquel templo de las letras, de aquel espacio que tanto saber concentra, que tan infinitas posibilidades ofrece a quien se deje sorprender. 

La novela está ambientada en el año 1327, pero hay tramas, disyuntivas, adversidades y discusiones que no suenan tan lejanas ni tan distintas. Las tentaciones. El saber. El proselitismo tóxico. La libertad de pensamiento. El acceso a la cultura. La espiritualidad. Recuerdo haber visto de niño totalmente fascinado la versión cinematográfica de esta obra. Los laberintos, la debilidad del joven novicio tentado por una bella joven, los odios, las rencillas, las sospechas, la investigación de una inquietante sucesión de crímenes, esa fabulosa biblioteca, los misterios que encerraba aquella abadía, la atmósfera inquietante que atrapa al espectador. Ahora, tras haber leído la obra, valoro aún más esta historia, su profundidad, sus múltiples lecturas, su grandiosidad. 


Regreso gracias a una reciente edición de Lumen a a la historia de Adso y de Guillermo de Baskerville, el fraile que investiga los crímenes mientras ejerce de maestro del joven novicio, de contrapeso a las disputas y las intrigas de los monjes. Esta edición, además de las más de 600 páginas de la novela, que relata siete días en la abadía, incluye a modo de epílogo, un comentario del autor sobre la novela. Y es una joya, la guinda perfecta a la obra Escribe Umberto Eco, fallecido el año pasado, que no quiere aclarar nada de la novela, porque no hay nada que emocione más a un autor que los lectores extraigan sus propias conclusiones y hagan sus interpretaciones distintas sobre el sentido de la novela. Pero sí relata cómo construyó la obra, cómo decidió contar esta historia y hacerlo del modo en que lo hace, con Adso como narrador. 

De estas notas del autor, lo más interesante es la reflexión que hace sobre los ritmos propios de cada novela, de su "respiración". Escribe Eco que la editorial le sugirió acortar las primeras cien páginas de la obra, "porque les parecía que exigían demasiado esfuerzo y se leían con dificultad". El autor explica que se negó porque "si alguien quería entrar en la abadía y vivir allí siete días, tenía que aceptar su ritmo". También indica que "entrar en una novela es como hacer una excursión a la montaña: hay que aprender a respirar, coger un ritmo de marcha, si no todo acaba enseguida". Es una reflexión muy atractiva, porque huye de esa idea tan espantosa de que la lectura tiene que ser fácil, sencilla y no exigir esfuerzos, para llegar a un gran público. El nombre de la rosa es un best seller internacional y lo es sin renunciar a las ideas originales del autor, sin rebajar el esfuerzo que requiere. Habla incluso Eco de una cierta "penitencia". Y es verdad. Cuesta entrar en la novela, pero al terminarla, uno agradece mucho haber resistido esas descripciones extensas, ese ritmo pausado. 

El autor nos introduce en una abadía en la que, de pronto, ocurren muertes violentas de los monjes. Todos sospechan de todos. Hay quien sostiene que las muertes son un castigo divino por las actitudes poco respetuosas con la religión católica que habitan en la abadía. Los protagonistas de la obra van desentrañando qué sucede en ese lugar sagrado. Descubren pronto que la sucesión de crímenes está relacionada con la excelsa biblioteca, cuyo acceso está reservado a unos pocos. En ella, además de obras que agradan a la Iglesia, hay otro tipo de obras, saberes contrarios a la fe que conviene conservar, sobre todo, lejos del alcance de las manos y los ojos inadecuados. . 

El personaje de Guillermo de Baskerville, ese monje franciscano austero y sosegado, amante del silencio, callado y observador, es deslumbrante. Fascina su astucia, su moderación, su perspicacia. La novela es mucho más que una obra histórica y mucho más que la clásica obra sobre la investigación de un crimen. Es un poco todo eso y algo más. Pero es, sobre todo, un compendio de personajes que sirven para reflexionar sobre la condición humana, sobre sus defectos y sus miserias, que tan poco han cambiado, en el fondo, desde el tiempo de la obra, la época medieval, que Eco reivindica como el origen de todos los dilemas de nuestro tiempo. Guillermo deja lecciones vitales que Adso, narrador que rememora lo vivido esa semana en la abadía cuando ya es anciano, no olvidará jamás. Él lo ve desde los ojos de un novicio inocente, joven, con toda la vida por delante. Y aprende de su maestro, por ejemplo, una lección clave, que tan vigente resulta hoy en día: "Huye, Adso, de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros, a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia". 

Interesan igualmente los debates sobre si Cristo defendería el voto de pobreza o no. También sobre si reía o no. Hay reflexiones sobre el papel de la filosofía, sobre lo dañino que puede resultar para quien pretende imponer un modo de ver el mundo que, de pronto, la gente acceda a autores con visiones distintas, como Aristóteles. Pero lo más apasionante de la novela, además de su tono misterioso, de su erudición accesible, de su espíritu didáctico, de esa visión cándida del narrador, de la figura de Guillermo y de la fascinante recreación de una abadía de aquella época, es la complejidad de las relaciones humanas, los secretos de cada monje, sus miserias, sus temores, sus ambiciones. Es, en fin, una obra apasionante que, con unas cuentas décadas de retraso, leo, con esa virtud de los clásicos (este lo es, un clásico contemporáneo), que son leídos con idéntica pasión por distintas generaciones al margen del tiempo que haya transcurrido desde su publicación. 

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