Dunkerque

El mundo cinéfilo se divide entre quienes ya han visto Dunkerque y quienes están deseando acercarse al último trabajo de Christopher Nolan. Confieso que una parte de mí quería no que no me gustara la película, por aquello de llevar la contraria a la unanimidad casi total que ha ensalzado el filme, por esa tentación irresistible de poder decir aquello de "pues, no es para tanto". Pero no hay manera. Es imposible no caer rendido a esta obra maestra. Es tan apabullante que ni siquiera llevando cierta predisposición a buscar errores, a intentar hallar algo que te lleve a pensar que los elogios cosechados por Nolan esta vez eran algo excesivos, ni siquiera con esa actitud, digo, puedes hacer otra cosa más que quedar atrapado por una película colosal, de esas que marcan y quedan en el recuerdo, de esas que hay pocas, muy pocas, cada año, cada lustro. 

Desde la primera escena quedas pegado a la butaca. Suena a tópico pero es exactamente así. La tensión del filme no decae en ninguno de sus 107 minutos, una duración inusualmente corta para el tema tratado y para su propio director (la sublime Interstellar tiene una duración de 164 minutos). Visualmente, la película es un prodigio. Y no hay un plano de más, tampoco una palabra. Es una cinta silenciosa, de miradas y gestos, pero también del ruido de la guerra. Una película sobre la condición humana, sobre la guerra, sobre la supervivencia. Una cinta impecable. Esa primera escena nos muestra a un grupo de soldados aliados que están cercados en Dunkerque, rodeados por las tropas alemanas, abandonados a su suerte, con la única esperanza de poder volver al Reino Unido por el canal de la Mancha. Esos soldados ven caer panfletos de los nazis que les recuerdan su situación desesperada. Y uno ya no abandona la angustia en ningún momento de la película que es, entre otras muchas cosas, una experiencia sensorial inaudita. 



Nolan ya consiguió que muchos espectadores que no sentimos una especial atracción por las películas de ciencia ficción ambientadas en el espacio quedáramos prendados por Interstellar. Ahora logra que quienes no contamos el género bélico entre nuestros preferidos volvamos a ponernos a sus pies ante una cinta portentosa. Su estructura es brillante, tres espacios temporales, tres historias, tres piezas del puzzle de la operación de rescate de los soldados aliados que estaban cercados por las tropas nazis en Dunkerque en 1940. La evacuación de 300.000 soldados fue vital para rearmar el ejército británico y plantar cara al nazismo en lo que quedaba de contienda. En ese momento, el Reino Unido era el último bastión de defensa de la civilización tal y como se conocía ante el fascismo. Y de las tropas nazis sólo les separaba el canal de la Mancha, derrotada Francia. 

Dunkerque gira en torno a ese episodio histórico trascendental para la resolución de la II Guerra Mundial, una derrota que casi se vivió como un triunfo, porque sirvió para preparar nuevos enfrentamientos contra los nazis y porque Churchill logró extraer de lo ocurrido en Dunkerque un poderoso mensaje de ánimo y resistencia a sus tropas y a sus ciudadanos. Son tres historias, que avanzan a un ritmo distinto (Nolan y el tiempo), pero que no se vuelven confusas en ningún momento. Una dura una semana, otra un día, otra una hora. Vemos a un grupo de soldados en Dunkerque luchando por sobrevivir ("la supervivencia no es justa, es asquerosa"), a un aviador que se juega la vida para dañar a las fuerzas aéreas de los nazis y un barco de recreo, ejemplo de tantas embarcaciones de ciudadanos británicos que no dudaron en cruzar el canal para salvar a sus soldados. Las tres ofrecen momentos conmovedores, sin demasiadas palabras. De hecho, los mejores momentos de la película son aquellos que avanzan con miradas o gestos. Esa angustia que consigue transmitir sin necesidad de diálogo alguno. 

La banda sonora de Hans Zimmer, vuelve a estar omnipresente en la película. Nolan la utiliza como una parte más de la historia. Sus acordes se confunden con los bombardeos, marca el tempo de la cinta y contribuye a mantener al espectador sin parpadear, angustiado hasta el final. Si alguna pega se le puede poner al filme es su cierto tono épico y patriotero, sobre todo en el desenlace. Es algo que se entiende, cuando se relata un episodio tan trascendental para nuestra historia, pero quizá es lo único que chirría un poco, al menos a quienes padecemos de alergia a este tipo de discursos. Especialmente porque Dunkerque no es la gran historia miliar o geoestratégica de ese asedio y del exitoso plan de rescate, sino un conjunto de historias íntimas de chavales enviados a la guerra, del horror de la violencia, del miedo, de la resistencia cívica, de la solidaridad, de la lucha por la supervivencia. Y funciona mucho mejor en ese entorno íntimo que cuando remarca la trascendencia del episodio histórico narrado. No estamos viendo una recreación de un momento clave de la II Guerra Mundial, estamos viendo a unos soldados que luchan por seguir viviendo, a unos ciudadanos que no dudan en dar un paso al frente para salvar a sus hombres, a personas, en fin, enfrentándose a los horrores de la guerra. A la historia con minúsculas, a la que de las personas cuyos nombres no quedan para la posteridad en ningún libro de historia, en la que nos sumerge Nolan. 

La película, con todo, tiene muchas más virtudes que defectos. Es una cinta brillante. De lo mejor que se ha visto este año en el cine. Este año y en mucho más tiempo. Es un clásico instantáneo, la película definitiva sobre Dunkerque, y una nueva demostración de que el trono al que hemos encumbrado a Nolan como uno de los creadores más fascinantes de nuestro tiempo no es un reconocimiento desmesurado. Es imposible, por cierto, no pensar en el Brexit viendo esta película. No es nada deliberado, porque empezó a producirse antes del referéndum de separación, pero es inevitable no hacer cierto paralelismo. Narra hechos ocurridos hace décadas, pero esa solidaridad europea, ese cierto sentimiento de compartir un proyecto, esas miradas de los soldados británicos que se juegan la vida en Francia hacia su casa a través del canal de la Mancha ("casi se puede ver") llevan a pensar en el momento actual, en la triste separación del Reino Unido de la UE, en todo ese pasado compartido al que, de algún modo, traicionamos en el presente. 

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