Marie Curie

El domingo, antes de empezar Marie Curie, la película de Marie Noëlle, en una sala prácticamente llena de los cines Renoir me preguntaba cuántos espectadores habían leído el fabuloso libro de Rosa Montero sobre la científica, La ridícula idea de no volver a verte. Cuántas de esas personas compartían conmigo el recuerdo deslumbrado de aquella sensacional obra. Cuántas habían descubierto detalles que hasta entonces no sabían de esta fascinante mujer gracias al libro, escrito desde la admiración de la autora a Marie Curie, y desde una situación personal, la pérdida de su pareja, similar a la que padeció la ganadora de dos premios Nobel cuando su marido falleció en un accidente, arrollado por un carruaje. Cuanto terminó la cinta tampoco pude dejar de preguntarme cuántos de los lectores de aquella obra salieron algo decepcionados, porque al filme no se le pueden negar sus buenas intenciones, pero no está a la altura de la obra de Montero ni, mucho menos, de la historia de Marie Curie

La película, igual que aquel maravilloso libro de Rosa Montero, se basa en los diarios de Marie Curie, en los que la científica escribía a su difunto marido, contándole lo duro que le resultaba seguir sin él. Pero la cinta no saca mucho partido de este testimonio directo que nos dejó una de las mujeres más fascinantes del pasado siglo. La película bordea la frontera entre el empeño de reflejar la mujer que había detrás de la científica que ganó un Nobel de Química y otro de Física, el de la científica que tuvo que enfrentarse al machismo y a los prejuicios de su época, y el riesgo de caer en el folletín, en una cinta de amoríos propia de la sobremesa. Y demasiadas veces cae en este lado de la barrera, lo cual es una lástima. Su labor científica, la pasión por su trabajo, queda plasmada en el filme, pero acaba derivando hacia una simplona película romántica de pasiones y amores imposibles, cuando Marie Curie comienza una relación con Paul Langevin, cuyo matrimonio está roto, pero cuyo final él no se atreve a certificar. 


La vida de Marie Curie es apasionante. Fue la primera mujer en ganar el Nobel, la primera en tener cátedra en la Sorbona, donde hasta su llegada no se concebía que una mujer pudiera impartir clases. La primera (no mujer, persona) que ganó dos premios Nobel, además, de dos disciplinas diferentes. Fue despreciaba en la Academia de Ciencias francesa, porque el machismo de la época la asociaba con el trabajo de su marido, la hacía de menos, le restaba méritos. Y, cuando siguió trabajando y logrando asombrosos avances con sus estudios, se enfrentó a la sugerencia de la academia de los Nobel de no aceptar su segundo galardón, porque entre medias se había filtrado su relación con Langevin, un hombre casado. Se le presenta en los medios como una mujer sin escrúpulos que rompe familias, como judía, como irresponsable. Ella responde que la vida privada no dice nada de la labor científica de alguien y que sólo se le pide renunciar al galardón porque es mujer, ya que si se aplicara el mismo criterio a los hombres, no quedarían posibles ganadores del Nobel. 

Es lo mejor del filme, cómo queda retratada esa repugnante presión a la que fue sometida este mujer excepcional en un mundo machista. Habla de tú a tú con Albert Einstein en un encuentro de las más brillantes mentes de la época, donde ella es la única mujer. "Es la mujer más asombrosa que he conocido", le dice en un momento del filme Einstein. "Y también de los hombres", le responde ella. Los diarios de Marie Curie, que están recogidos en La ridícula idea de no volver a verte, incluye reflexiones muy inteligentes. Entre ellas, esta, que refleja cómo tuvo que lidiar la científica con los prejuicios de la época: "Debemos ganarnos la vida y esto nos obliga a convertirnos en un engranaje de la máquina. Lo más doloroso son las concesiones que nos vemos forzados a hacer a los prejuicios de la sociedad en que vivimos. Debemos hacer más o menos concesiones dependiendo de que nos sintamos más débiles o más fuertes. Si uno no hace suficientes concesiones, lo aplastan; si hace demasiadas, es innoble y se desprecia a sí mismo". 

Marie Curie, que en la cinta es interpretada con sobriedad y corrección por Karolina Gruszka, fue una mujer libre, una mente brillante, un personaje apasionante. Esta cinta, pese a sus múltiples deficiencias, habrá valido la pena si más personas se acercan a la historia deslumbrante de la científica, que lo tuvo todo en contra: el machismo de la época, el rechazo que siempre despertó en algunas capas de la sociedad de Francia por ser polaca y no francesa de pura cepa, el antisemitismo (aunque ella no era judía) y, en fin, el hecho de que fue una mujer adelantada a su tiempo. Ganó dos Nobel contra todos estos prejuicios. Murió por su exposición al radio, un elemento descubierto por los Curie, trascendental para muchas cosas, como el tratamiento contra el cáncer, pero también muy peligroso si se manipula sin seguridad. "Cuando el hombre descubrió el fuego se quemaba, pero qué haríamos ahora sin fuego", afirma Marie Curie en un momento del filme. La científica está enterrada en el Panteón de los Hombres (hombres, sí) ilustres, junto a su esposo. Allí también reposa su otro amor, Paul Langevin. Marie Curie fue una mujer tan admirable que cualquier ocasión para reivindicar su figura es bienvenida. 

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