Como dice una muy repetida reflexión de Confucio, cuando el sabio señala la luna, el necio mira al dedo. La historia de Arte, obra de Yasmina Reza que dirige hasta el 30 de julio Miguel del Arte en el Teatro Pavón Kamikae, comienza con un cuadro que adquiere Sergio (Cristóbal Suárez). Para él es una obra de arte portentosa, delicada, excelsa. Para su amigo Marcos (Roberto Enríquez) no es más que un lienzo en blanco, una engañifa, una estafa. Y, en medio de ellos, su amigo común Iván (Jorge Usón), que intenta lidiar entre ambos. El cuadro es sólo el pretexto para hablar de asuntos mucho más profundos, es el dedo que señala a la luna, el catalizador que desata una discusión que amenaza con terminar con una amistad.
La obra es una comedia, sí, pero va mucho más allá. En la superficie, hay situaciones delirantes y escenas muy divertidas sobre el arte moderno, la impostura que encierra, el esnobismo, la mercantilización del arte, ese vicio de valorar una obra por su cotización... Y son debates interesantes, sobre si es necesario formarse para disfrutar de una obra de arte, sobre si se debe forzar a alguien a que un lienzo le inspire lo mismo que otra persona. Hay mucha incomprensión en torno al mundo del arte moderno, pero también mucha pedantería boba. El personaje de Sergio llena su existencia tras separarse de su mujer con su renovado interés por el arte. Para su amigo Marcos, pensar que Sergio se ha gastado una cantidad de dinero nada desdeñable en un lienzo totalmente en blanco es algo inconcebible, que le supera. Pero, en el fondo, desde el principio se habla de cualquier cosa menos de arte moderno. El cuadro desata la historia, pero lo realmente trascendente son esas envidias, esos malestares no confesados, esas rencillas que afloran con la excusa del lienzo.
Arte es, por encima de todo, una lúcida aproximación a las relaciones humanas, a sus complejidades. La amistad, a examen. Qué nos une a nuestros amigos, qué clase de vínculos desarrollamos, hasta qué punto queremos a las personas por cómo son o por cómo nos hacen sentir a nosotros, qué parte de egoísmo esconden las relaciones humanas, cómo se pueden sentir celos en una amistad... De pronto, lo que empieza como una discusión menor deriva en una anatomía de la amistad. Y da en el clavo este inteligente texto, que entre risa y risa, invita a la reflexión. Diálogos incendiarios, disparados como metralletas que hieren, entre los protagonistas, y momentos en los que la acción se para y los personajes hablan al público, compartiendo sus pensamientos, hacen crecer la historia y dotarla de una dimensión infinitamente más elevada que la de una simple comedia para pasar el rato.
Todo en esta obra resulta reconocible. La inseguridad de Iván, por ejemplo, alguien que declara no ser de esas personas que tienden a estar contentas. Es el amigo conciliador, el que tercia entre sus dos amigos. "Tolerancia, lo peor que se puede tener en una relación personal", dice de él Marcos. Por no causar polémica prefiere guardarse su opinión, amoldarse a las de los demás. Marcos vive entregado al escepticismo, mientras que Sergio siente pasión por el arte moderno. Ambos pecan de exceso de vehemencia. "No digo que es una obra maestra. Objetivamente es una obra maestra", replica Sergio en un momento de la obra. "Es una mierda", afirma Marcos en otro instante. Muy categóricos, muy contundentes, hablando siempre de todo menos de arte, examinado su amistad.
Las palabras nunca son inocentes y no somos del todo conscientes de su impacto real en otras personas. Sergio, por ejemplo, admite que a Marcos no le interesa su nuevo cuadro, pero no soporta lo categórico que se pone cuando afirma que no vale nada. Marcos, por su parte, tampoco admite la contundencia de Sergio a la hora de definir lo que es arte y lo que no, lo que vale la pena y lo que es una obra del montón. Las palabras dañan, tienen efectos indeseados e impredecibles. Y esto conecta con otro de los temas centrales de la obra, el sentido del humor, que se pone a prueba de verdad cuando se trata de reírse de uno mismo, de lo que cada cual considera sagrado.
La obra, que tiene una carga de profundidad mucho mayor de lo que puede sugerir cualquier sinopsis, es una versión de Miguel del Arco, que llega después de varias que ya se han representando en los escenarios españoles los últimos años. Del Arco es uno de los directores teatrales más reconocidos y prestigiosos de España. "Si Miguel del Arco me llamara para hacer el listón telefónico le diría que sí seguro, porque es un director sublime", afirma de él Roberto Enríquez, en la revista Teatros. Del Arco es, además, uno de los responsables de la nueva etapa del Teatro Pavón, apedillado Kamikaze, un nombre insuperable para un teatro. La apuesta de Del Arco, Israel Elejalde, Aitor Tejada y Jordi Buxó por darle nuevos bríos al Pavón es una de las más elogiadas iniciativas de la escena madrileña en los últimos meses. Directores y actores que dan un paso más y se comprometen con la gestión de un teatro de forma ejemplar. Se mantendrá abierto en verano, representando Arte, Ana Kanerina y Antígona. Por cierto, antes de empezar la función se pidió en dos ocasiones al público que apagaran o silenciaran sus telefónos móviles. No sé si es más triste que hayamos tenido que llegar a este punto o que, nada más dar inicio la representación, se escuchara un móvil vibrar. El Pavón Teatro Kamikaze se propone ser el primer teatro de España sin teléfonos móviles, empeño casi imposible. De momento, en muy poco tiempo se ha convertido en uno de los escenarios de referencia en Madrid.
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