Una historia de locos

"¿Y eso qué tiene que ver con nuestro hijo? Ni siquiera sé dónde está Armenia", afirma el padre de la víctima de un atentado terrorista armenio. "Por eso lo hacen, para que sepa dónde está", responde el policía que investiga el atentado. Es una de los muchas escenas impactante de la incómoda, emotiva, dolorosa y reflexiva Una historia de locos, película de Robert Guédiguian que  se estrena en España con dos de retraso. Es una película muy bien titulada, con menciones constantes a la locura causada por la sinrazón de la violencia. 

En los años 70, un grupo de armenios decide cometer atentados terroristas contra intereses turcos en distintas ciudades europeas, para hacer que el mundo conozca el genocidio que sufrieron un millón y medio de personas en Turquía, sólo por ser armenios. Si algo demuestra la película es que el dolor sólo causa más dolor, las muertes injustas, más muertes injustas. El odio, más odio. La película está basada en el libro que escribió José Antonio Gurriarán, periodista español quien fue víctima de un atentado armenio en Madrid, uno de esos ataques que buscaba dar a conocer al mundo el genocidio armenio, recordar esa masacre que Turquía se negaba entonces y se niega ahora a reconocer. Sus piernas quedaron muy dañadas y necesitó una silla de ruedas. Pero no albergó odio por sus verdugos, sino que indagó sobre el conflicto armenio y acabó dedicándose a recordar en su obras el genocidio que padeció ese pueblo y a pedir otras formas de condenar esta masacre distintas a los actos terroristas que causan muertes de inocentes. 



Es una historia asombrosa, pero real. La de una víctima que intenta comprender (sin que eso sea nunca justificar) qué empujó a una persona a cometer atentados como el que ha sufrido. Por momentos la película recuerda a la colosal Tierra del fuego, obra de teatro de Mario Diament en la que también hay una víctima que quiere conocer a su verdugo, que desea acercarse a él para entender sus razones, aunque jamás pueda ni deba justificar el uso de la violencia. Se afirma al comienzo del filme, en unos rótulos sobre la pantalla, que las guerras nunca acaban del todo, que van adquiriendo nuevas formas, porque la historia no se escribe en los despachos de los mandatarios, sino en los salones de las casas de la gente corriente

Hay escenas muy impactantes en la película, que se inspira en aquel libro, aunque la víctima aquí es un joven que iba alegre con su bicicleta por la calle cuando su mundo tal y como lo conocía saltó en mil pedazos por culpa de un atentado armenio. Empieza la cinta con un preámbulo ambientado en la Alemania de los años 20, un tiempo en el que la población se dividía entre quienes no creían que se fuera a sufrir  en breve una nueva contienda mundial y los que sí conocían al ser humano. Se relata en ese comienzo  el asesinato a sangre fría del embajador turco en Alemania a manos de un terrorista (combatiente, dicen ellos) armenio. En esa sala, en ese juicio,  la defensa del asesino confeso se centra en relatar el repugnante y vil genocidio causado por Turquía y encabezado por el político turco asesinado. Impacta el relato de aquellas atrocidades, y lo hace especialmente cuando se observa cómo se habla con espanto de masacres y genocidios en un país, Alemania, que albergaría sólo unos pocos años después de aquel juicio la más sanguinaria y criminal maquinaria de genocidio que jamás ha existido en la historia

El filme da después un salto temporal, hacia los años 70, en Marsella, donde una familia de armenios vive entre el recuerdo dolido del genocidio pasado (la abuela de la familia, presa del odio y el rencor por o sufrido), la lealtad a su pueblo pero con el empeño de seguir adelante (el padre de familia, que trabaja para dar un futuro mejor a los suyos) y la energía juvenil, su espíritu revolucionario no siempre bien canalizado (el hijo joven, que decide cometer atentados y unirse a la lucha que busca recordar al mundo el muy olvidado genocidio armenio). Sin contar más de la cuenta, la historia avanza por derroteros inesperados cuando el joven que pasaba por la calle equivocada, en la que se comete un atentado contra el embajador turco, decide informarse sobre el pueblo armenio, sobre lo que sufrieron en el pasado y sobre las causas (que no justificaciones) de la violencia. También juega un rol central la madre del terrorista, que vive entre la incomprensión por lo que ha hecho su hijo, la vergüenza y, a la la vez, el amor incondicional por él. Este último decide dar un paso adelante porque vive atrapado por el recuerdo del genocidio que marcó a su pueblo en el exilio, porque la ve como una causa justa, pero pronto también se encontrará con posicionamientos que le desagraden. La dificultad de mantener coherencia, de seguir pensando ("las personas pensamos, no somos animales"), el contraste entre los principios y la realidad, el debate clásico sobre los fines justifican los medios ("sin medios, no hay fines, me gusta decir a mí", escuchamos en el filme) recorren esta cinta. 

Muertes injustas, víctimas inocentes, genocidios salvajes nunca reconocidos por sus causantes, fanáticos cegados por el odio y muchas, muchas personas sufriendo por la violencia, en todas partes. Hay un diálogo demoledor en el filme en el que un personaje dice a todo "no se puede vivir eternamente con odio". A lo que éste le responde: "eternamente, no. ¿Pero cuántos años vivió tu madre?". Porque, sí, a veces el odio y el rencor se convierten en los únicos motores de la vida de muchas personas. Es una película no apta para personas sectarias con ideas preconcebidas. Es decir, es una película inteligente. 

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